EL MOSQUITA MUERTA
Nadie, desde ningún bando
político, debería figurar entre los dispuestos a tirar la primera piedra, como
las mujeres con barba postiza ansiosas de lapidar al blasfemo de ‘La vida de
Brian’
Íñigo Errejón. / Luis Grañena
En
el fondo, nadie sabe nada, o casi nada, de los demás. “¡Vaya con la mosquita
muerta!”, seguro que dirían las señoras de antes a la vista del espectáculo
montado alrededor de Íñigo Errejón, porque a tenor del montón de revelaciones
íntimas que salen a la luz, los hábitos de relación sexual del fundador en su
día de Podemos y ya ex portavoz parlamentario de Sumar no pegan nada con su
aspecto aniñado.
Si les soy sincero, dejé de prestar atención a los detalles de lo que se contaba en cuanto quedó confirmado que su manera de relacionarse con algunas mujeres era llamémosle heterodoxo (sin que la heterodoxia suponga en principio delito alguno). Por una parte, porque la descripción al por menor de ese tipo de actos o es literatura o es fisiología, cuando no vivisección. Ya en el siglo XVIII alertaba sobre el asunto el cuarto conde de Chesterfield a un hijo bravo suyo: “El placer es momentáneo, el coste es exorbitante, la postura, ridícula”. Y por otro, porque siempre que esos actos gimnásticos se realicen libremente (lo que no implica que los participantes tengan que quedar satisfechos por igual), los demás no tenemos nada que opinar sobre ellos. El sexo es todo un mundo, por mucho que la mayoría solo veamos como normal una parte y a ella nos atengamos en nuestras prácticas. Como le contestó una colaboradora del grupo del mítico maquis antifranquista Foucellas al guardia civil que la interrogaba y le preguntaba por qué accedía a acostarse con el rebelde: “Lastimar no me lastimaba”.
Independientemente
de cómo acabe siendo la cualificación jurídica queda claro, por la
proliferación de testimonios, que a la relación que Errejón tenía con las
mujeres que pretendía, o con bastantes de ellas, el calificativo que más le
cuadra es “tóxica”. Y el hecho de que ellas se metieran, en varios casos,
voluntariamente en la trampa, no le quita toxicidad. Pero no todas las
relaciones tóxicas son delictivas. En los casos de violación en un callejón
oscuro poco más hay que esclarecer que la autoría. En los de maltrato
psicológico, hay muchos más matices y más dificultades para reunir
pruebas.
Sobre
lo que se sabía y no se decía, de entrada yo soy un periodista periférico y no
me llegan esos salseos, pero por mi experiencia local, por una parte, ni
siquiera los informadores somos los que más sabemos de la vida y milagros de
los políticos, y por otra, una cosa es saber, y otra poder publicarlo. Las
fuentes anónimas, para ser válidas en un medio fiable, necesitan un proceso de
verificación de adamantium. Tampoco nadie, desde ningún bando político, debería
figurar entre los dispuestos a tirar la primera piedra, como las mujeres con
barba postiza ansiosas de lapidar al blasfemo de La vida de Brian.
Si
Errejón finalmente acaba condenado, lo será en buena parte, además de por su
mala cabeza, por la reforma legal que su grupo promovió
Ni
Podemos, que se le está tirando a la yugular a quien fue uno de sus fundadores,
incluso después de que se supiera –como era de prever– que Errejón ya tenía una
conducta depredadora antes de que Manuela Carmena lo contaminase con unas
magdalenas socialdemócratas. Ni en el PSOE, donde en Andalucía hubo cargos con
tantas aspiraciones (por la nariz) y tanto consumo de sexo involuntario como
los que se le atribuyen alegremente al politólogo de cara de niño. Ni supuesto
por parte del PP, partido en el que militaba el creador de aquel concepto entre
Brico Depôt y Heidi Fleiss de “volquetes de putas”, o donde el gobierno local
de Ponferrada guarda, décadas después, la honra agujereada del alcalde Ismael
Moreno prohibiendo en la ciudad el rodaje de Soy Nevenka. Y menos –ya no
sé ni por qué me molesto– la derecha extrema, que ha presentado al Congreso y
mantiene en el escaño a un tipo con sentencia firme por maltrato (“Te voy a
estar jodiendo toda la vida hasta que te mueras y acabe contigo”). Y por
supuesto, los empresarios menoreros de Murcia, de los que no sabemos ni el
nombre, que han pasado por los tribunales como la luz por un cristal serán,
como mucho, “apolíticos”.
Obviamente,
que lo hagan todos o casi todos no disculpa a uno. La paradoja cruel o la
justicia ciega es que si Errejón finalmente acaba condenado, lo será en buena
parte, además de por su mala cabeza, por el estado de ánimo y la reforma legal
que su grupo –o exgrupo, que me lío– promovió.
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