lunes, 28 de octubre de 2024

EL MOSQUITA MUERTA

 

EL MOSQUITA MUERTA

Nadie, desde ningún bando político, debería figurar entre los dispuestos a tirar la primera piedra, como las mujeres con barba postiza ansiosas de lapidar al blasfemo de ‘La vida de Brian’

XOSÉ MANUEL PEREIRO

Íñigo Errejón. / Luis Grañena

En el fondo, nadie sabe nada, o casi nada, de los demás. “¡Vaya con la mosquita muerta!”, seguro que dirían las señoras de antes a la vista del espectáculo montado alrededor de Íñigo Errejón, porque a tenor del montón de revelaciones íntimas que salen a la luz, los hábitos de relación sexual del fundador en su día de Podemos y ya ex portavoz parlamentario de Sumar no pegan nada con su aspecto aniñado.  

Si les soy sincero, dejé de prestar atención a los detalles de lo que se contaba en cuanto quedó confirmado que su manera de relacionarse con algunas mujeres era llamémosle heterodoxo (sin que la heterodoxia suponga en principio delito alguno). Por una parte, porque la descripción al por menor de ese tipo de actos o es literatura o es fisiología, cuando no vivisección. Ya en el siglo XVIII alertaba sobre el asunto el cuarto conde de Chesterfield a un hijo bravo suyo: “El placer es momentáneo, el coste es exorbitante, la postura, ridícula”. Y por otro, porque siempre que esos actos gimnásticos se realicen libremente (lo que no implica que los participantes tengan que quedar satisfechos por igual), los demás no tenemos nada que opinar sobre ellos. El sexo es todo un mundo, por mucho que la mayoría solo veamos como normal una parte y a ella nos atengamos en nuestras prácticas. Como le contestó una colaboradora del grupo del mítico maquis antifranquista Foucellas al guardia civil que la interrogaba y le preguntaba por qué accedía a acostarse con el rebelde: “Lastimar no me lastimaba”.

Independientemente de cómo acabe siendo la cualificación jurídica queda claro, por la proliferación de testimonios, que a la relación que Errejón tenía con las mujeres que pretendía, o con bastantes de ellas, el calificativo que más le cuadra es “tóxica”. Y el hecho de que ellas se metieran, en varios casos, voluntariamente en la trampa, no le quita toxicidad. Pero no todas las relaciones tóxicas son delictivas. En los casos de violación en un callejón oscuro poco más hay que esclarecer que la autoría. En los de maltrato psicológico, hay muchos más matices y más dificultades para reunir pruebas. 

Sobre lo que se sabía y no se decía, de entrada yo soy un periodista periférico y no me llegan esos salseos, pero por mi experiencia local, por una parte, ni siquiera los informadores somos los que más sabemos de la vida y milagros de los políticos, y por otra, una cosa es saber, y otra poder publicarlo. Las fuentes anónimas, para ser válidas en un medio fiable, necesitan un proceso de verificación de adamantium. Tampoco nadie, desde ningún bando político, debería figurar entre los dispuestos a tirar la primera piedra, como las mujeres con barba postiza ansiosas de lapidar al blasfemo de La vida de Brian.  

Si Errejón finalmente acaba condenado, lo será en buena parte, además de por su mala cabeza, por la reforma legal que su grupo promovió

Ni Podemos, que se le está tirando a la yugular a quien fue uno de sus fundadores, incluso después de que se supiera –como era de prever– que Errejón ya tenía una conducta depredadora antes de que Manuela Carmena lo contaminase con unas magdalenas socialdemócratas. Ni en el PSOE, donde en Andalucía hubo cargos con tantas aspiraciones (por la nariz) y tanto consumo de sexo involuntario como los que se le atribuyen alegremente al politólogo de cara de niño. Ni supuesto por parte del PP, partido en el que militaba el creador de aquel concepto entre Brico Depôt y Heidi Fleiss de “volquetes de putas”, o donde el gobierno local de Ponferrada guarda, décadas después, la honra agujereada del alcalde Ismael Moreno prohibiendo en la ciudad el rodaje de Soy Nevenka. Y menos –ya no sé ni por qué me molesto– la derecha extrema, que ha presentado al Congreso y mantiene en el escaño a un tipo con sentencia firme por maltrato (“Te voy a estar jodiendo toda la vida hasta que te mueras y acabe contigo”). Y por supuesto, los empresarios menoreros de Murcia, de los que no sabemos ni el nombre, que han pasado por los tribunales como la luz por un cristal serán, como mucho, “apolíticos”. 

Obviamente, que lo hagan todos o casi todos no disculpa a uno. La paradoja cruel o la justicia ciega es que si Errejón finalmente acaba condenado, lo será en buena parte, además de por su mala cabeza, por el estado de ánimo y la reforma legal que su grupo –o exgrupo, que me lío– promovió.

 

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