CÓMO LA EXTREMA
DERECHA IMPONE SUS MARCOS
Un manifestante besa la bandera de
España durante la concentración del grupo Democracia Nacional en Barcelona.
Europa Press.
Siempre
que se dan cifras macroeconómicas que pretenden explicar si un país va bien o
mal, hay que cogerlo con pinzas. La economía, así, en abstracto, puede ir como
un cohete si los datos en papel lucen bien y da para titulares optimistas. Otra
cosa es lo que sucede en casa, en lo micro, en lo que la gente debe rascar de
su bolsillo para pagar la cada vez más cara cesta de la compra mientras su
salario no asciende en proporción. Por no hablar del alquiler de la vivienda y
muchos otros caprichos de la clase trabajadora.
Es lo que estaba pensando el pasado sábado noche viendo un debate en la televisión. Porque el debate iba de eso, cuando un jovenzuelo vestido como un señor, tomó la palabra y le dio la vuelta al asunto. A él, dijo, le iba bien, pero conocía a mucha gente, a muchos ‘emprendedores’, a los que les iba fatal. La culpa, como no, es de los impuestos. Hasta aquí, el habitual mantra de la derecha ultraliberal tan de moda, tan normal en todo debate desde hace décadas. Hasta que el menda mete cuña y, con media sonrisa de ‘agárrate que voy’, desplaza el marco: los impuestos que van al ministerio de Igualdad, que no sirve para nada, mientras encima se está abriendo la puerta a miles de inmigrantes ilegales que tienen la mayor tasa de delitos, de asesinatos a mujeres, afirmó.
Esto
podría ser tan solo la anécdota de un listillo que se coló en un plató para
soltar su discursito y viralizarse luego en redes, pero hay mucho más detrás, y
nos sirve de muestra para entender la estrategia de comunicación de las
derechas. Da igual que el debate fuese sobre economía, sobre la vivienda o
sobre la precariedad de los jóvenes. Todo ha virado hacia donde el menda
quería, hacia lo de siempre: que los inmigrantes son unos delincuentes y que
las políticas de igualdad no sirven para nada y se llevan tus impuestos. Misión
cumplida. Nos olvidamos del debate inicial (la economía) y nos metemos en el
barro, en su terreno de juego, en el escenario que ellos han fabricado para que
empiece la función.
No,
el chaval no es un desinformado, como clamaron algunos en redes. Sabe bien lo
que dice, lo que hace y lo que pasará después. Igual que Isabel Díaz Ayuso
nos ofrenda cada semana con un tema sobre el que pasamos días debatiendo, y
olvidamos así aquello de lo que queríamos hablar. No son estúpidos.
Simplemente, dirigen nuestra atención hacia donde les interesa, y nosotros no
hacemos más que entrar por esa puerta. Ellos tocan esa música y nos ponen a
todos a bailar. Ellos imponen el marco y sus seguidores se encargan de
darle bola en redes, de promocionarlo y de provocar que entremos a la gresca.
En el debate televisivo, de hecho, se dedicaron varios minutos a hablar de lo
que el tipo quiso, incluso en términos morales. Más munición para su ejército,
que usó esas respuestas para contraatacar, tratando de humillar en redes
sociales a la mujer que le respondió en el plató. Así son ellos. Canallitas de
media melena y ropa cara que han venido a combatir el consenso progre y la
corrección política con todas sus armas.
El
chaval ha conseguido promocionarse y amplificar su mensaje viralizando el video
de su intervención en redes, con la inestimable ayuda de quien también lo
difunde para criticarlo y entra en el debate que este propone sobre las
personas migrantes y las políticas de igualdad. Da igual que los datos que
aporte sean inexactos, que cuando las estadísticas hablan de los delitos
cometidos por ‘extranjeros’ no se refieran únicamente a migrantes, sino que se
incluyen turistas o hasta erasmus. Da igual que su supuesta preocupación por
las violaciones y la violencia contra las mujeres sea solo cuando el agresor no
sea blanco, mientras al mismo tiempo niegan la importancia de las políticas de
igualdad. La estadística de que la inmensa mayoría de violadores y asesinos de
mujeres sean hombres, sin embargo, no les interesa tampoco ni les sirve para
generalizar. Dan igual sus mentiras, sus contradicciones, sus bulos y sus datos
sesgados. Lo importante era poner el mensaje en el candelero: migrantes,
impuestos y feministas, caca.
Nada
de lo que cuenta esta anécdota es nuevo. Hoy, según Díaz Ayuso, ETA está más
viva que nunca. Ayer, las drogas no existían en España. "Alguien", ya
me entienden, las exportó de fuera, de otras culturas, ya saben a lo que me
refiero. Así que vamos a hablar de la ETA y de drogas que "alguien"
ha traído a esta nación abstemia. Lo mismo lleva sucediendo con el fenómeno de
la okupación, el nuevo fantasma de la derecha que sirve para desviar el foco
del problema estructural, esto es, el del acceso a una vivienda digna, el de la
especulación sin límites. El mejor ejemplo reciente nos lo dio Donald Trump
recientemente en su debate con Kamala Harris. Nadie recuerda qué propuso
ella. Lo que quedó de aquel debate fue que they are eating the dogs. Sí,
que los migrantes se comen a los perros. Lo dijo Trump, todos nos reímos, y los
medios se dedicaron durante días a desmentirlo. Le salió bien la jugada al
multimillonario.
El
politólogo dominicano Elvin Calcaño Ortiz lo explicaba muy bien estos
días en sus redes: nos equivocamos si creemos que, tan solo contando la verdad
se vence al irracionalismo que promueve la ultraderecha. "El progresismo
‘razonable’, así, desconoce las claves políticas de hoy", dice Calcaño. Es
la idea caduca de que esta ideología parte del desconocimiento, el clásico lema
de que el fascismo ‘se cura leyendo’, como si los fascistas no supieran leer y
todo fuese fruto de la ignorancia. Similar al del racismo que se cura viajando,
como si el turismo fuese antifascista y los racistas no hubiesen salido nunca
de su pueblo.
Todo
esto es un consuelo moral obsoleto, arrasado por el devenir la historia, por la
habilidad de la nueva extrema derecha para conquistar una parte de los
consensos instaurando siempre los marcos de los debates. "El
irracionalismo avanza porque apela a lo identitario. Y las mentiras son
efectivas porque conectan con prejuicios", añade Elvin. Lo que el tipo del
debate ofrecía era la representación de una identidad de moda, un
ultraliberalismo regado de racismo y machismo, pijo y canallita, que aprovecha
cualquier oportunidad para asomar la patita y conectar con su público. Dijo lo
que este quería escuchar, fuese verdad o no.
Y
contra esto, la arrogancia como perdición de la izquierda, el tratarles de
ignorantes o de desinformados creyendo que tener razón es suficiente para
ganar. Que la verdad y los derechos humanos son irrebatibles, en la era de la
desinformación y de la promoción constante del darwinismo social como ideología
dominante. Un error de partida que nos hace perder la batalla antes incluso de
empezar a librarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario