EXECRABLE MALTRATO
La pandemia ha salvado
de una muerte cruel a varios centenares de toros, al ser suspendidas las
corridas
POR JOSE LUIS MERINO
Gracias la prohibición de los espectáculos de masas, han conseguido vivir un año más varios centenares de los animales que estaban destinados a ser matados con escarnio en las plazas de toros. Siento esas vidas añadidas con la mayor de las alegrías. Tal gozo me lleva a echar a volar la imaginación.
Veo en la localidad
de una plaza de toros cinco únicas personas: un sueco, un alemán, un suizo, un
holandés y un belga. Les quieren mostrar cómo es una corrida de toros. El
evento se inicia con un desfile de los intervinientes del espectáculo. Seguido
hace aparición en el coso el toro. Lo llama un subalterno. El toro va de un
burladero a otro, según le citan. Sale un hombre montado a caballo, con una
especie de lanza, hecha de dura madera, con una punta de acero del tamaño de un
puño apretado. El caballo va forrado de varias capas de tela y fibra. Los
hombres de a pie ponen al toro frente al hombre montado. El toro acude al
caballo. En ese instante, el acero de la vara, llamada puya, penetra en el
morrillo del toro (cuello o chepa, para el profano). Por efecto del puyazo, un
brote de sangre corre a lo largo del cuerpo del animal y a veces alcanza la
pezuña. La operación de picarlo se repite. Los cinco extranjeros, no lo pueden
soportar. Dejan la plaza horrorizados.
La imaginación
ahora ve cinco mil españoles como espectadores. Tras los inicios, el primer
toro toma los tres puyazos. La sangre corre a borbotones. Tras un breve
intervalo, dos subalternos colocan tres pares de banderillas a la res. Son seis
arponcillos, que la res llevará consigo durante lo que le queda de vida. Ahora
viene el final. El torero principal lleva una espada de acero. Da unos pases o
los que crea conveniente. En tanto el toro vaya perdiendo vida, tanto más va
luciéndose el torero. Para darle la última muerte al toro, el torero lo pone en
suerte y se vuelca para meterle la espada hasta lo más hondo. Eso ha acontecido
con ese toro. Otros cinco toros más correrán parecido sacrificio. Y algunos de
ellos llegan a padecer un mayor castigo. Pueden entrar al caballo más de tres
veces. En el momento de darles muerte, algunos llegarán a recibir cuatro o más
pinchazos de estocadas y un gran número de descabellos, con el llamado
verduguillo, que viene a ser una espada con un tope cruzado a diez centímetros
de la punta. ¿Cómo ven los españoles estas atrocidades? Muy bien. Con
normalidad. Aplaudieron, soltaron olés, vitorearon a los participantes y, en
ocasiones, les increparon. Ninguno de esos espectadores ha tomado conciencia de
haber asistido a un acendrado maltrato ni mucho menos lo tomarán como tortura.
A eso, desde siempre se le ha llamado lidia. ¿Habrán sentido alguna brizna de
conmiseración por el sufrimiento del animal? La misma que tendrían ante un
balón de playa desinflado. Ninguna.
La diferencia entre
los cinco primeros espectadores y los otros cinco mil es abismal. La cultura de
los países de los cinco europeos no admite ni consiente el maltrato a los
animales. La cultura de los españoles entiende las corridas de toros como una
tradición de varios siglos. Para darle una pátina cultural, se habla del arte
de torear o el arte del toreo. Esa tradición surgió en forma de negocio. Y, con
el tiempo, se fue perfeccionando. Faltaba jerarquizarlo en tres estamentos:
empresarios- ganaderos-y- toreros. Entre los tres está el negocio.
Pongo ahora toda mi
atención y consideración en el periplo vital de los toros. Los toros se han
criado durante cuatro y hasta cinco años. Al darse esas edades acabará su
crecimiento. Les espera una muerte cruenta. La vida de cualquier ser vivo se
rige por el proceso que todos sabemos: nace-crece-madura- envejece-y muere. Eso
que parece justo para cada ser viviente, no lo es para los llamados toros de
lidia. A ellos les esperan veinte o más minutos agónicos. Siempre desde un
maltrato execrable, un crimen infame e inmisericorde. Ninguna de las personas
que pagan para que la barbarie del espectáculo siga vigente, han pensado que se
está torturando a un ser vivo por pura diversión. Dirán que se trata de una
simple corrida de toros. No es así. Se trata de un espectáculo para unos
espectadores irreflexivos, despiadados y desalmados.
Mas seguirán
diciendo que no ven el maltrato por ningún sitio. Sepan esos obcecados miopes
por conveniencia, que hay maltrato animal, porque si no hubiera maltrato no
existirían las corridas de toros.
***
Quien esto escribe fue durante
demasiados años uno de esos irreflexivos y desalmados espectadores, con el
agravante de haber ejercido como cronista taurino, para prensa- escrita, en el
rodar de cuatro décadas.
***
Si el público dejara de acudir a
las plazas, acabaría el maltrato a los animales. La vida de esos animales
dependería únicamente de cuanto la Naturaleza disponga para ellos y no de lo
que decidan el negocio y la crueldad de los hombre
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