CUENTOS, CUENTOS, CUENTOS
QUICOPURRIÑOS
Éramos niños y en parte lo seguimos siendo hoy en día.
Yo no llegaría a los diez y mi hermano Suso,
Susito, pues cuatro años menos.
No sé porqué, pero
en esa época nos daban de cenar temprano. A las siete o siete y media y luego,
Mamá nos mandaba a dormir, todavía colándose la luz entre las ventanas. No me pregunten porqué, pero así
era. Día a día. Cada día.
La cocina en casa estaba y está al lado del cuarto ese en el que dormíamos mi hermano y yo. El moreno y yo. En eso mi Madre era un poco hitleriana, un poco mandona. Mira tú a qué horas nos mandaba a la cama.
Nos metíamos en
las camitas, en las dos que estaban en el mismo cuarto, con sus colchitas
iguales, de cretona y mirábamos al techo, con los ojos como chopas. Quién se
duerme a esta hora, pensábamos. Debía ser que a mi madre le daba remordimiento,
por aquello de la hora, y entonces mandaba a mi padre a la habitación
compartida a contarnos un cuento, para que nos durmiéramos. Un cuento
placentero pensaba que nos hiciera caer en los brazos de Morfeo. Craso error.
Mi Padre llegaba,
se sentaba a los pies de la cama y empezaba a contar su versión particular de
Blanca Nieves y los Siete Enanitos o de Caperucita Roja. Nos contaba esos
cuentos infantiles en andaluz, en gallego, catalán o alemán. Jozú Caperucita
vas a ver a la abuelita, o escolta noi Caperucita, o Sugen Strugen Bajen, o
muito obrigado lobito a dónde vais. E introducía
en el cuenta a mi hermano y a mí. De modo que además de Caperucita, el Lobo y
la abuelita, también por el bosque caminaron Quico y Suso. Luego también
estábamos en el cuento.
El resultado era,
que lejos de dormirnos, nos excitaba con su relato. Al rato llegaba mi madre
diciéndole a mi padre, pero así no, así no, que los niños se tienen que dormir.
Y claro, entre la Caperucita gallega, la catalana o la alemana, pues los párpados no se nos cerraban.
Años después ya yo
un mozalbete, con alguien, una niña hija de unos amigos, que entonces tendría
unos seis o siete años como mucho vine a hacer más o menos lo que hacía mi
padre. En casa de Paco y Nieves, amigos del alma, con su primera hija Elena.
Elenita. Entonces, a esa edad , le conté un cuento. Recuerdo de ir a comer a su
casa y contarle cuentos y cuentos. Al
cumplir los treinta me dijo un día, me acuerdo cuando me contabas de pequeña el
cuento de Caperucita Roja y me incluías a mí en el relato. No lo he olvidado
nunca y me gustó. Yo no me acordaba que lo hubiera hecho pero me dio
sentimiento que me lo dijera.
Ahora Elenita tiene dos hijos y seguro que
cuando les cuente un cuento, para intentarlos dormir, incluirá, como yo hice, a
sus nombres en el relato, haciéndolos así coprotagonistas de la historia.
Quicopurriños,
septiembre 2020
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