lunes, 26 de octubre de 2020

CUENTOS, CUENTOS, CUENTOS

 

 CUENTOS, CUENTOS, CUENTOS

QUICOPURRIÑOS

Éramos niños y en parte lo seguimos siendo hoy en día.

 Yo no llegaría a los diez y mi hermano Suso, Susito, pues cuatro años menos.

         No sé porqué, pero en esa época nos daban de cenar temprano. A las siete o siete y media y luego, Mamá nos mandaba a dormir, todavía colándose la luz entre  las ventanas. No me pregunten porqué, pero así era. Día a día. Cada día.

La cocina en casa estaba y está al lado del cuarto ese en el que dormíamos mi hermano y yo. El moreno y yo. En eso mi Madre era un poco hitleriana, un poco mandona. Mira tú a qué horas nos mandaba a la cama.

         Nos metíamos en las camitas, en las dos que estaban en el mismo cuarto, con sus colchitas iguales, de cretona y mirábamos al techo, con los ojos como chopas. Quién se duerme a esta hora, pensábamos. Debía ser que a mi madre le daba remordimiento, por aquello de la hora, y entonces mandaba a mi padre a la habitación compartida a contarnos un cuento, para que nos durmiéramos. Un cuento placentero pensaba que nos hiciera caer en los brazos de Morfeo. Craso error.

         Mi Padre llegaba, se sentaba a los pies de la cama y empezaba a contar su versión particular de Blanca Nieves y los Siete Enanitos o de Caperucita Roja. Nos contaba esos cuentos infantiles en andaluz, en gallego, catalán o alemán. Jozú Caperucita vas a ver a la abuelita, o escolta noi Caperucita, o Sugen Strugen Bajen, o muito obrigado lobito a dónde vais.  E introducía en el cuenta a mi hermano y a mí. De modo que además de Caperucita, el Lobo y la abuelita, también por el bosque caminaron Quico y Suso. Luego también estábamos en el cuento.

         El resultado era, que lejos de dormirnos, nos excitaba con su relato. Al rato llegaba mi madre diciéndole a mi padre, pero así no, así no, que los niños se tienen que dormir. Y claro, entre la Caperucita gallega, la  catalana o la alemana, pues  los párpados no se nos  cerraban.

         Años después ya yo un mozalbete, con alguien, una niña hija de unos amigos, que entonces tendría unos seis o siete años como mucho vine a hacer más o menos lo que hacía mi padre. En casa de Paco y Nieves, amigos del alma, con su primera hija Elena. Elenita. Entonces, a esa edad , le conté un cuento. Recuerdo de ir a comer a su casa y contarle cuentos y cuentos.  Al cumplir los treinta me dijo un día, me acuerdo cuando me contabas de pequeña el cuento de Caperucita Roja y me incluías a mí en el relato. No lo he olvidado nunca y me gustó. Yo no me acordaba que lo hubiera hecho pero me dio sentimiento que me lo dijera.

 Ahora Elenita tiene dos hijos y seguro que cuando les cuente un cuento, para intentarlos dormir, incluirá, como yo hice, a sus nombres en el relato, haciéndolos así coprotagonistas de la historia.

 

         Quicopurriños, septiembre 2020

 

 


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