EL ABANDONO DE LAS RESIDENCIAS, EL FOCO DEL CORONAVIRUS
NEREA FULGADO
Estos días, las
residencias de personas mayores están en el ojo del huracán. Mayores en
habitaciones, solos, enfermos y abandonados esperando la muerte por el
coronavirus. Y el personal de la residencia que no pueden hacer gran cosa
porque son pocas (en femenino, sí), están desbordadas y no tienen medios para
que no se contagie a ellas. Y mientras, unas direcciones indolentes que no
estaban preparadas para algo así, cierto, pero a las que tampoco les importaba
los mayores antes cuando simplemente hacían de la residencia un lugar donde
acumular personas esperando a que muriesen lo antes posible. Y no es una
exageración.
Hace tres años
empecé a acompañar al que fue diputado de la Asamblea de Madrid, Raúl Camargo,
a inspeccionar las residencias como parte de su trabajo parlamentario y que
llevó, a la postre, a presentar una Ley en la Comunidad de Madrid que fue
rechazada por el PP y Ciudadanos. Vistamos residencias por toda la Comunidad de
Madrid, sobre todo, las que sabíamos que tenían algún tipo de problema.
Hablábamos con el director o directora, con los y las usuarias que así lo
quisiesen, con el comité de empresa y los y las trabajadoras y con las familias
que sabían que estábamos allí.
Previamente a
llegar a las residencias, lo primero que me llamó la atención es que la mayoría
de las residencias no eran públicas. De hecho, las residencias públicas son una
minoría en comparación con las gestionadas por empresas privadas y la
Consejería hacía todo lo posible para que dejasen de ser públicas. Lo segundo
que me llamó la atención era saber a lo qué se dedicaban esas empresas privadas
que gestionaban las residencias. Había una que su mayor negocio era el vino,
muchas era de capital riesgo, había otra que estaba pringada en temas de
corrupción y otra que estaba gestionada por una ONG que alimentaba a los
mayores con lo mínimo posible. También hay que mencionar que había otras que
hacían bien su trabajo y de las que no teníamos quejas.
La primera
residencia a la que fui está en Vallecas, hoy es una de las residencias
marcadas por el coronavirus. Me acuerdo que era una residencia que la mayoría
de los residentes no eran grandes dependientes y que se quejaban por la comida.
Cuando preguntamos por ello el director nos puso la excusa de que es que habían
cambiado de cocinero, luego que es que los abuelos solo querían huevos fritos y
que por eso no querían la comida y luego que es que los residentes tenían las
papilas gustativas desgastadas y que por eso no podían saber bien el sabor que
tenía la comida. Tengo ese recuerdo a fuego en mi memoria porque definiría
mucho lo que pasaba cuando nosotras llegábamos a una residencia: la total
minusvalaroción de las condiciones de vida de los y las mayores.
Y los olores. En
general, cuando llegábamos se notaba que habían estado limpiando durante días,
sin embargo hay algo curioso con nuestro olfato: cuando hueles algo durante
bastante tiempo dejas de olerlo, es igual que con la hierba cortada, la hueles
durante un rato, es agradable, pero mientras más vas caminando por el parque
menos la hueles y más te tienes que concentrar para olerla. En las residencias,
en una en especial que estaba en Orcasitas, ellos ya ni olían el mal olor,
estaban acostumbrados y, lo peor, es que habían limpiado por lo que cuando
nosotros no estuviésemos ¿a qué olía esa residencia?
Hemos visto
residencias caerse a cachos, techos con goteras inmensas, edificios de los años
70 que no habían sido reformados ni readaptados a la actual población de
residentes (que son más dependientes y con más necesidades), hemos visto a
directores encarándose con los familiares delante de nosotros para ocultar sus
miserias, plagas, residencias sin agua con botellas en los pasillos que
quitaban cuando llegábamos… y lo peor es la actitud de la Comunidad de Madrid,
de las personas que nos acompañaban por parte de la Consejería.
A esas personas no
les importaba lo más mínimo el bienestar de las personas sino que acabásemos
pronto y que, por favor, dejásemos de dar la murga que es tiempo que les
quitábamos para hacer sus otras funciones. Esas personas que, para demostrar
que la comida estaba buena nos decían que después de que nos fuéramos se iban a
quedar a comer allí o nos daban mandarinas para que viésemos que eran de buena
calidad. Me acuerdo, en una residencia, que hubo un incidente con una señora
que era gran dependiente. Su familia denunciaba que la habían atendido mal en
enfermería y, como consecuencia, tenía una gran herida en la pierna. Cuando
llegamos a la residencia para ver qué ocurría no se les ocurrió nada mejor, a
las tres personas que nos acompañaban por parte de la residencia y de la
Comunidad, que empezar a achuchar la señora tocándole la cara diciendo "¿a
qué ya te encuentras mejor? ¿verdad? ¿a qué no fue nada?"
Y luego está lo del
personal de la residencias y las ratios. Las ratios es el número de
trabajadoras tiene que a haber en la residencia para ocuparse de su
funcionamiento. En Madrid, ese cálculo se hizo hace más de 20 años cuando las
personas que abundaban en las residencias era mayoritariamente autónomas y no
dependientes o gran dependientes como es en la actualidad y que hace necesario
que haya más trabajadoras. Además, son cálculos desfasados y que se aprovechan
de que como ser humano, las trabajadoras no van a dejar desatendidas a ninguna
persona en la medida de sus posibilidades. A la postre, esto hace que en las
residencias falte, sistemáticamente, personal para atender a los mayores y lo
pero es que no lo quieren cambiar.
La historía más
horrible sobre la falta de personal ocurrió en 2017 en Arganda. En la noche del
9 de mayo, había 10 auxiliares y un enfermero para 343 usuarios. Una señora se
semiamputó la pierna con las barras de su cama y murió dos días después.
Mientras que la Consejería lo achaca a un accidente, el enfermero que atendió a
la usuaria explicó que había denunciado ya la falta de personal y que él estaba
solo frente a cualquier emergencia sanitaria durante la noche para 343
residentes. Esa usuaria se llamaba Cecilia y la forma de solucionar el problema
para la Consejería no fue exigir más personal a las empresas concesionarias
para que nunca más pasase. No, su solución fue comprar nuevas camas para que
nadie se enganchase la pierna a costa del erario público pudiendo pasar
cualquier otro accidente y será por las mismas circunstancias: falta de
personal. Y es que, si algo ha quedado claro, es que las residencias son un
negocio y ese negocio tiene que salir rentable a las empresas concesionarias.
Y, ahora, volvemos
al presente. ¿Cómo se ha llegado a que las residencias sean focos de
coronavirus y que incluso, haya residentes tengan que convivir con fallecidos?
Pues, fácil respuesta, porque la situación no es muy diferente a cómo estaban
las residencias sin coronavirus: abandonadas, infrapresupuestadas, sin
personal, tratadas como un negocio a costa de la vida de los y las mayores.
La Consejería de
Políticas Sociales y de la Familia de la Comunidad de Madrid, ahora en manos de
Ciudadanos, puede cerrar mucho los ojos y decir que esto pasaba cuando
gobernaba el PP en solitario y que ellos van a hacer muchos cambios y bla bla
bla pero la realidad es que no piensan revertir un sistema perverso que solo
busca capitalizar y rentabilizar los últimos días de las personas mayores. Y
puede que la Fiscalía investigué qué ha ocurrido en las residencias con el
coronavirus pero, en realidad, tendrían que investigar cómo el sistema ha
abandonado a los más débiles para que algunos se hagan ricos.
Los y las mayores
merecen lo mejor, merecen residencias públicas, merecen terminar sus días
dignamente.
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