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sábado, 28 de marzo de 2020

EL ABANDONO DE LAS RESIDENCIAS, EL FOCO DEL CORONAVIRUS


EL ABANDONO DE LAS RESIDENCIAS, EL FOCO DEL CORONAVIRUS
NEREA FULGADO
Estos días, las residencias de personas mayores están en el ojo del huracán. Mayores en habitaciones, solos, enfermos y abandonados esperando la muerte por el coronavirus. Y el personal de la residencia que no pueden hacer gran cosa porque son pocas (en femenino, sí), están desbordadas y no tienen medios para que no se contagie a ellas. Y mientras, unas direcciones indolentes que no estaban preparadas para algo así, cierto, pero a las que tampoco les importaba los mayores antes cuando simplemente hacían de la residencia un lugar donde acumular personas esperando a que muriesen lo antes posible. Y no es una exageración.



Hace tres años empecé a acompañar al que fue diputado de la Asamblea de Madrid, Raúl Camargo, a inspeccionar las residencias como parte de su trabajo parlamentario y que llevó, a la postre, a presentar una Ley en la Comunidad de Madrid que fue rechazada por el PP y Ciudadanos. Vistamos residencias por toda la Comunidad de Madrid, sobre todo, las que sabíamos que tenían algún tipo de problema. Hablábamos con el director o directora, con los y las usuarias que así lo quisiesen, con el comité de empresa y los y las trabajadoras y con las familias que sabían que estábamos allí.


Previamente a llegar a las residencias, lo primero que me llamó la atención es que la mayoría de las residencias no eran públicas. De hecho, las residencias públicas son una minoría en comparación con las gestionadas por empresas privadas y la Consejería hacía todo lo posible para que dejasen de ser públicas. Lo segundo que me llamó la atención era saber a lo qué se dedicaban esas empresas privadas que gestionaban las residencias. Había una que su mayor negocio era el vino, muchas era de capital riesgo, había otra que estaba pringada en temas de corrupción y otra que estaba gestionada por una ONG que alimentaba a los mayores con lo mínimo posible. También hay que mencionar que había otras que hacían bien su trabajo y de las que no teníamos quejas.

La primera residencia a la que fui está en Vallecas, hoy es una de las residencias marcadas por el coronavirus. Me acuerdo que era una residencia que la mayoría de los residentes no eran grandes dependientes y que se quejaban por la comida. Cuando preguntamos por ello el director nos puso la excusa de que es que habían cambiado de cocinero, luego que es que los abuelos solo querían huevos fritos y que por eso no querían la comida y luego que es que los residentes tenían las papilas gustativas desgastadas y que por eso no podían saber bien el sabor que tenía la comida. Tengo ese recuerdo a fuego en mi memoria porque definiría mucho lo que pasaba cuando nosotras llegábamos a una residencia: la total minusvalaroción de las condiciones de vida de los y las mayores.

Y los olores. En general, cuando llegábamos se notaba que habían estado limpiando durante días, sin embargo hay algo curioso con nuestro olfato: cuando hueles algo durante bastante tiempo dejas de olerlo, es igual que con la hierba cortada, la hueles durante un rato, es agradable, pero mientras más vas caminando por el parque menos la hueles y más te tienes que concentrar para olerla. En las residencias, en una en especial que estaba en Orcasitas, ellos ya ni olían el mal olor, estaban acostumbrados y, lo peor, es que habían limpiado por lo que cuando nosotros no estuviésemos ¿a qué olía esa residencia?

Hemos visto residencias caerse a cachos, techos con goteras inmensas, edificios de los años 70 que no habían sido reformados ni readaptados a la actual población de residentes (que son más dependientes y con más necesidades), hemos visto a directores encarándose con los familiares delante de nosotros para ocultar sus miserias, plagas, residencias sin agua con botellas en los pasillos que quitaban cuando llegábamos… y lo peor es la actitud de la Comunidad de Madrid, de las personas que nos acompañaban por parte de la Consejería.


A esas personas no les importaba lo más mínimo el bienestar de las personas sino que acabásemos pronto y que, por favor, dejásemos de dar la murga que es tiempo que les quitábamos para hacer sus otras funciones. Esas personas que, para demostrar que la comida estaba buena nos decían que después de que nos fuéramos se iban a quedar a comer allí o nos daban mandarinas para que viésemos que eran de buena calidad. Me acuerdo, en una residencia, que hubo un incidente con una señora que era gran dependiente. Su familia denunciaba que la habían atendido mal en enfermería y, como consecuencia, tenía una gran herida en la pierna. Cuando llegamos a la residencia para ver qué ocurría no se les ocurrió nada mejor, a las tres personas que nos acompañaban por parte de la residencia y de la Comunidad, que empezar a achuchar la señora tocándole la cara diciendo "¿a qué ya te encuentras mejor? ¿verdad? ¿a qué no fue nada?"

Y luego está lo del personal de la residencias y las ratios. Las ratios es el número de trabajadoras tiene que a haber en la residencia para ocuparse de su funcionamiento. En Madrid, ese cálculo se hizo hace más de 20 años cuando las personas que abundaban en las residencias era mayoritariamente autónomas y no dependientes o gran dependientes como es en la actualidad y que hace necesario que haya más trabajadoras. Además, son cálculos desfasados y que se aprovechan de que como ser humano, las trabajadoras no van a dejar desatendidas a ninguna persona en la medida de sus posibilidades. A la postre, esto hace que en las residencias falte, sistemáticamente, personal para atender a los mayores y lo pero es que no lo quieren cambiar.

La historía más horrible sobre la falta de personal ocurrió en 2017 en Arganda. En la noche del 9 de mayo, había 10 auxiliares y un enfermero para 343 usuarios. Una señora se semiamputó la pierna con las barras de su cama y murió dos días después. Mientras que la Consejería lo achaca a un accidente, el enfermero que atendió a la usuaria explicó que había denunciado ya la falta de personal y que él estaba solo frente a cualquier emergencia sanitaria durante la noche para 343 residentes. Esa usuaria se llamaba Cecilia y la forma de solucionar el problema para la Consejería no fue exigir más personal a las empresas concesionarias para que nunca más pasase. No, su solución fue comprar nuevas camas para que nadie se enganchase la pierna a costa del erario público pudiendo pasar cualquier otro accidente y será por las mismas circunstancias: falta de personal. Y es que, si algo ha quedado claro, es que las residencias son un negocio y ese negocio tiene que salir rentable a las empresas concesionarias.

Y, ahora, volvemos al presente. ¿Cómo se ha llegado a que las residencias sean focos de coronavirus y que incluso, haya residentes tengan que convivir con fallecidos? Pues, fácil respuesta, porque la situación no es muy diferente a cómo estaban las residencias sin coronavirus: abandonadas, infrapresupuestadas, sin personal, tratadas como un negocio a costa de la vida de los y las mayores.

La Consejería de Políticas Sociales y de la Familia de la Comunidad de Madrid, ahora en manos de Ciudadanos, puede cerrar mucho los ojos y decir que esto pasaba cuando gobernaba el PP en solitario y que ellos van a hacer muchos cambios y bla bla bla pero la realidad es que no piensan revertir un sistema perverso que solo busca capitalizar y rentabilizar los últimos días de las personas mayores. Y puede que la Fiscalía investigué qué ha ocurrido en las residencias con el coronavirus pero, en realidad, tendrían que investigar cómo el sistema ha abandonado a los más débiles para que algunos se hagan ricos.

Los y las mayores merecen lo mejor, merecen residencias públicas, merecen terminar sus días dignamente.

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