“EN LA QUINTA EDICIÓN DE "NOS DEJARON EL MUERTO", DE
VÍCTOR RAMÍREZ
POR ANTOLÍN DÁVILAS
Las cosas de Víctor Ramírez son así: te comunica el día
anterior de la presentación que va a presentar la última edición de su obra Nos
dejaron el muerto -publicada por Anroart.
Le pregunto que si es la tercera edición; y
me contesta que no: es la quinta. Y que se presenta mañana en El Corte Inglés; y que si quiero
acompañarlo en la mesa de presentación.
¡Pero..., hombre! -le replico-, ¿cómo no me
has avisado antes? Y me dice, tan fresco también, que él mismo se acaba de
enterar por el periódico que se presenta mañana -pues había olvidado la fecha
de presentación-, y "me deja el
muerto".
*
"Nos
dejaron el muerto un sábado a mediodía.
Recuerdo que
había mucho solajero, que era un sábado de gente para la playa y el barrio casi
vacío, ya en vacaciones los chiquillos de la escuela del rey. Cuando nos lo
dejaron, mi madre estaba empezando a preparar el sancocho con cherne de todos
los sábados.
Se encontraba
solita en casa, en la habitación chica y a oscuras. Acababa de ajulear para
afuera las moscas del bochorno, esas moscas grandotas y zumbonas. Mi madre, si
las miraba fijo, parecía rezar, siempre con un millo o un garbanzo en la
boca" .
Este es el comienzo de Nos dejaron el
muerto, esta obra tan importante para la Literatura Canaria, que encima ha
sido llevada al cine bajo el título La Caja y que tantos éxitos de
público y en certámenes de cine está cosechando a todos los niveles en estos
mismos días.
*
Pero antes de entrar en cualquier otra consideración
acerca de la obra que nos ocupa, quiero insistir en su autor, en la imagen y
apreciación que deja, como una estela, este colega y amigo que ya, sin lugar a
dudas, es un modelo a seguir para tantos y tantos escritores de Canarias y
fuera de aquí.
Rebuscando ayer tarde en mi librería, con las
prisas inducidas por este evento, tras alguna referencia en el tiempo de
Víctor, me encuentro con un librito titulado Cuentos cobardes, editado
por Taller de ediciones JB, y que fue un referente para mí desde aquel
entonces: estoy hablando de 1977 y once años antes de yo publicar mi primera
novela. Me gustaría saber cuántas veces leí este librito donde en portada se ve
al clásico lugareño, con chaqueta y pantalón negro y camisa blanca, apoyado en
la esquina de una casa junto a un camino empedrado, mirando a la cámara que lo
fotografiaba y con la manos en los bolsillos, arrogante en la pobreza,
prototipo de una tierra y de un pueblo: detrás la casa de tejas, los árboles,
una ladera, la montaña.
*
Es curioso constatar cómo el tiempo va instalando -yo
diría incluso que enmarcando- las posiciones de los creadores, de los
escritores como Víctor en este caso. Tal vez, en ese año de 1977, gracias a la
palabra de Víctor Ramírez, reverberaba en mí la pasión por escribir.
En este mismo sentido anteayer noche, un escritor joven, Alexis Ravelo, me escribía en una
entrañable carta algo por el estilo, diciéndome lo que había significado para
él y para su afición por la literatura a sus 16 ó 17 años unos relatos que yo
escribía en prensa por aquel entonces.
Tres generaciones, tres palabras distintas,
tres objetivos idénticos: alcanzar con las grafías y el pensamiento el culmen
de la sensibilidad en el acto más bondadoso que pueda existir, y que no es otro
que sentarse en soledad para regalar la sugerencia de unas imágenes que, cada
lector, hará propias y tan intransferibles como él quiera. Al fin y al cabo, el
verdadero objetivo de la escritura primero y de la lectura después.
Víctor Ramírez es un hombre dicharachero,
pero dicharachero en el sentido de la primera acepción del diccionario que dice
"Que prodiga dichos agudos y oportunos". Víctor Ramírez es un
conversador. Víctor Ramírez es un vividor, pero ahora en el sentido de la
tercera acepción del diccionario: "Dicho de una persona: Laboriosa,
económica y que busca modos de vivir"
*
Pero lo importante en este caso de Víctor es que su modo
de vivir ha sido y es la literatura, porque la vive con pasión, la cuenta de
una manera pasional. Y por eso sus personajes literarios desprenden esa
emoción, ese sentimiento embargado por la influencia de la tierra que viven,
que pisan y que sufren.
"Se
había vestido de domingo mi abuelo Ignacio Perpetuo, de salir hacia la gallera,
con el sombrero negro y un fajín recién comprado abajo en lo de Mahmuh, un
fajín de color cacao brillante. Los zapatos siempre le habían hecho daño,
solamente los usó en los entierros y daba pena verlo arrastrar los pies como
esquivando pisar vidrio ".
O también:
"Rogelio
Rapadura y yo descalcitos y Lile Palangana con una alpargata vieja en el pie
derecho y una bota de fútbol en el izquierdo, una bota enorme que había
encontrado junto a la catedral, en una caja de basura de ricos ".
*
Es un placer escuchar a Víctor, tanto como leer su obra,
contando las peripecias de sus personajes pasados y futuros; cómo ríe con
ironía y cómo inventa al mismo tiempo, como si tuviera la pluma en la mano o
estuviera ante el ordenador; qué manera de echarse sobre la silla o el sillón y
con la cabeza bien levantada, mirándote lo que puede por decoro, se transporta
él solito a su mundo imaginario como si lo estuviera creando, disfrutando y
viviendo. Cuánta bondad se desprende de él cuando te anima a escribir, a
publicar, a dejar la huella de las grafías para que corran por sí solas, y lo
dice de corazón.
"Jamás hubo
constancia de que, cuando vivía con nosotros, ella -mi prima Benigna
Lucía-hiciera cosas sexuales, de que las hiciera sola o con alguien. Se
comportó muy casta. Incluso delante nuestro se recataba donosa. No la vi jamás
sentada en mala postura, juntaba las piernas sin estridencia, se alargaba la
falda con naturalidad silvestre. A veces me creyó dormido y alcancé a verle
algo, poquito ".
Qué ironía más intencionada la de Víctor Ramírez. Cómo
sabe sacarle partido a las voces mediante los diálogos fugaces, a las
expresiones de su gente, dotándolas de un carisma tan atrayente como especial,
reflejando como en agua cristalina el temperamento, el carácter y los rasgos,
en definitiva, la idiosincrasia de sus personajes en un universo que por
conocido deja de sedo, transformándose en literario gracias a sus dotes para
enriquecerlo y convertido en algo particular y con voz propia.
"Eloisita
Peralta, ansiosa de cariño y un poco de consideración la pobrecilla, traía
comida enlatada cuando visitaba a mi madre. Decía resignada que a ella le
sobraba la comidita gracias a Dios, pero ni gusto tenía lo que comiere: tantos
eran los pesares y sinsabores que le ocasionaba don Lucio Falcón, Isabelita.
Todo sea por Dios y por las niñas ".
*
La conciencia social, el sentimiento, el pálpito vital de
su gente, la ignorancia y las penas, las alegrías descarnadas y las zozobras de
un realismo distorsionado y por ello más rico, todo en una obra que no sólo es Nos
dejaron el muerto que presentamos aquí en su quinta edición, sino De
aquella zafra, Sietesitios queda lejos, El arrorró del cabrero, La piedra del
camino, Cada cual arrastra su sobra, Además lo primero, La taza vacía y
tantas otras que constituyen un corpus literario rico y que hacen grande a su
autor.
Todo, un todo que es un hombre, un creador
literario que vive para su obra y la va dejando como el que no quiere la cosa;
un hombre que disfruta regalando grafías para los demás; un hombre que siente
lo que hace y que es amigo de sus palabras, porque son gran parte de su
existencia. Un hombre, finalmente, que tiene un corazón con dos ventrículos,
como todos, pero que los de él no son el izquierdo y el derecho, sino el libro
y la canción, además, la palabra y la música. Y todo lo hace bien, con refinada
peculiaridad, con esa voz propia de la que tanto carecen hoy la mayor parte de
los narradores.
Gracias, ha sido un honor para mí estar contigo aquí esta
noche, porque no dejas de ser el exponente quizás más representativo de la
literatura canaria y el mayor personaje entre tus personajes literarios, por lo
entrañable.
Felicidades, querido Víctor Ramírez, por esta quinta
edición de Nos dejaron el muerto, y que cumplas muchas más.
Gracias.
La quinta
edición –de Anroart Mercurio- es de 2007
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