VÍCTOR RAMÍREZ NOS ECHA UN PUENTE
POR CRISTINA R. COURT
24-mayo-1991
¿Cómo apresar una
visión-otra del mundo regida por el milenarismo de los sueños y los mitos?
¿Cómo apresar ese
estado casi premoderno, que se esgrime contra la aldea universal y sus
derivaciones?
¿Cómo apresar esas
relaciones tan inesperadas y tan regidas por una lógica irreductible a
conceptos, sin caer en la tentación del "yo-narrador, aquí me paro a
cantar con cariño verdadero...»?
Eso es precisamente lo que hace Víctor
Ramírez en su última novela "Nos dejaron el muerto", porque quiere y,
además, puede. Un recurso aparentemente tan sencillo como contarnos aventis,
unas tras otras, manteniendo la sintaxis popular y su correspondiente complejo
universo semántico.
Esa es precisamente la singularidad de
Víctor Ramírez y la fascinación que ejerce sobre cualquier lector, iniciado o
no iniciado. Su escritura abarca rápidamente mucho terreno porque, igual que en
el corrido mejicano, la vida también es un melodrama ancho y ajeno, que puebla
cualquier esquina del mundo. ¿Acaso no es el corrido mejicano una estremecedora
metáfora que significa a una realidad, y reserva un lugar a lo que no está
codificado, a lo malditamente encantado?
Otros han realizado el mismo proyecto
desde otras múltiples identificaciones: ahí está Buñuel en su aldea local y sus
melodramas mejicanos, y poco le importó a éste la lectura y demás exigencias
que le hicieran desde los signos universales.
¿Por qué no plantearse una relación
festiva con la escritura, una relación de seducción y abandono, que implique,
erija y transfigure al supuesto narrador oral en un explorador radical, que
subvierte las clasificaciones consagradas del lenguaje?
Nos dejaron el
muerto es el anverso de un ejercicio intencionado: el desaprendizaje. Víctor
Ramírez desaprende los códigos sobresaturados del lenguaje. Ni siquiera se
esfuerza por apelar a la moralidad de la forma, que diría Barthes.
Desposeído de intermediaciones
culturales paralizantes, recobra la frescura de las significaciones más
primitivas y su concreción en la marginalidad.
Su escritura es
como esa misma periferia: superficie intrincada de nudos, que es tanto o más
reveladora que la intencionalidad de profundidad sociológica.
Ya se sabe, la relación especular del
lenguaje con el mundo es patología inconciliable, y a estas alturas, digamos,
hendidura postrágica. Y si hay que echar puentes al mundo, o no, mediante
nociones metafóricas de compromiso y apelar a la moralidad de los fines, que
diría Sartre,
Víctor Ramírez nos deja ese muerto: un puente, es decir, una conciencia.
Un muerto tan
corrosivo, que le está reclamando esa simplicidad, resolución y transparencia
escandalosa del corrido mejicano: «Aquí me paro a cantar con cariño
verdadero...», y Víctor Ramírez, muerto de risa, dando un paso más al
vacío-de-padre, aprehendiéndose huérfano.
Más allá del poder
y la gloria, es reducción al absurdo de dos proposiciones de una misma
tentación literaria.
Víctor Ramírez es quizá uno de nuestros
pocos escritores felices: jamás escribe en defensa propia. El escribe como
quiere y cuando quiere. Y puede.
28 agosto 1984
"LA VEZ ENTRE
DESPUÉS Y AHORA": DE UN ESCRITOR CONMOVIDO
por Cristina R.
Court
("La vez entre
después y ahora" es uno de los relatos menos conocido del escritor insular
Víctor Ramírez. El departamento de Ediciones del Cabildo de Lanzarote ha
rescatado este texto, publicado en 1978 por la revista Planas de Poesía, y lo
lanza ahora dentro de su colección editorial Lancelot 28-7. El volumen contiene
otro cuento, ya clásico dentro de la producción de este autor: "Además lo
primero". En este artículo, que ha servido de prólogo a la edición,
Cristina R. Court, escritora y periodista, convierte la actitud vital y
literaria de Víctor Ramírez en materia de una lírica indagación sobre el
sentido de la escritura de quien es, a estas alturas, uno de los escritores más
apreciado de las letras insulares.)
*
"He osado
atreverme a amar" decía Víctor Ramírez sobre su propia visión de la
escritura. Que es como apelar a un imperativo ético, como metáfora de esa otra
metáfora que afirma: quien tiene la llama debe arder. Es decir, y como él mismo
ha afirmado tantas veces: que la escritura sea esencialmente un acto de
solidaridad rebelde desde la soledad del hecho creativo.
Por tanto entenderán ustedes que les
hablo de un ser conmovido del mundo. Profundamente. Que ha osado atreverse a
amar. Que habita el territorio propicio de la escritura.
Manuel Padorno, un poeta nuestro que
vive a la sombra del mar, califica este territorio propicio como el territorio
del amor. Porque está hablando de una elección: uno elige el territorio donde
el lenguaje y la realidad mental se van ajustando a la palabra: donde se define
otro hombre, donde cala desveladamente, donde el lenguaje invoca, concreta,
precisa.
Descifrar la
expresión de la vida cercana: he ahí una tentativa de identidad del hecho
creativo, en el que Víctor Ramírez se ejercita conmovido.
Claro está que la Literatura
es más amplia que las fronteras. Y Víctor Ramírez, narrador y fabulador, se ha
ahincado sobre esa pregunta que dice: ¿inventar la realidad o rescatarla? Ambas
cosas, se responde: y así definirá un espacio de la expresión literaria.
Aquí hay dos relatos que son la
expresión de, por un lado, la invención de un mundo: La vez entre después y
ahora; y, por otro lado, el rescate de este mundo: Además lo primero. Y dentro
de estos dos mundos nos encontramos habitando a criaturas en, contra, sobre, de
un paisaje dramático, austero, terco, solemne, hermoso, trágico, inútil,
caudaloso. Son seres solos, aislados en la isla y que se proponen como
prototipos universales.
Del primero de los
relatos, La vez entre después y ahora, sabemos que sólo ha sido editado
anteriormente en el ya clásico "Cuentos Cobardes" (Madrid, 1977, por
Taller Ediciones JB) y que fue escrito, según palabras del propio autor, en el
75 y para "engordar en algo" dicho libro. Poco imaginaba Víctor
Ramírez que había conseguido escribir uno de los relatos más sugestivos (tanto
en la historia como en el lenguaje) de los por él creados hasta el momento y,
por supuesto, de nuestra Literatura. Usted, lector, podrá dar fe de ello.
Del segundo de los relatos,
"Además lo primero", que es cronológicamente anterior, podemos decir
que fue editado por Planas de Poesía en 1978 y que desde hace varios años se
encuentra agotado. Consideramos de interés la Aclaración y Dedicatoria que el
autor insertó en la página 5 de dicha edición.
Como aclaración
para el lector actual de estos dos relatos tan dispares y tan importantes de
nuestra narratíva, hemos constatado que ha habido bastantes correciones, sobre
todo en la puntuación (justificadas por el autor con que se hará más ligera, y
atrayente, la lectura), correcciones que no atentan mínimamente contra el
contenido de las respectivas ediciones anteriores, al contrario: creo que lo
subliman.
Cuando Víctor Ramírez enseña su
escritura al mundo, el mundo está en su escritura: abarcado por el signo y la
expresión. Revelando y rebelando una condición imaginaria, descarnada,
inteligente, feliz. Trascendido desde el espacio espiritual insular: Víctor
haciéndose detrás de su escritura las mismas preguntas seculares desde la
asunción de la orfandad. Es decir: como el hombre rebelde de ALbert Camus,
aquel hombre que es capaz de decir no.
Víctor Ramírez dice
no a través de esta escritura suya, que es el anverso de un ejercicio
intencionado: el desaprendizaje. Desaprende los códigos sobresaturados del
lenguaje. Se desposee de intermediaciones discursivas paralizantes, recobrando
la frescura de las significaciones más primitivas: la de los desposeídos.
Su escritura es
como esa misma periferia: superficie intrincada de nudos, que es tanto o más
reveladora que la intencionalidad de profundidades sociológicas. Un recurso
espléndido, aparentemente tan sencillo como contarnos historias desde la
tradición oral, manteniendo a la vez que recreando la sintaxis popular y su
correspondiente complejo universo semántico. Ahí te quiero ver.
Esa es precisamente la singularidad de
Víctor Ramírez y la fascinación que ejerce sobre sus lectores. Apresando ese
estado casi premoderno que se esgrime contra la aldea universal y es así mismo
la aldea universal: la vida agazapada en las periferias urbanas, como un
melodrama ancho y ajeno, como una estremecedora metáfora de la misma,
implacable, exuberante, maldita, encantada realidad.
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