LA CACEROLADA QUE NUNCA ESTUVO ALLÍ
ANÍBAL MALVAR
No ha recibido
mayor interés, por parte de nuestros viejos periódicos papeleros, la cacerolada que este miércoles parte del
pueblo español dedicó, desde los balcones, al discurso de Felipe VI. En sus páginas
web sí emitieron vídeos e información. No siempre, pero a veces la inmediatez
se alía con la deontología y anula las autocensuras. No es cuestión de
honradez, sino de competencia empresarial. O sea, de pasta. De esos clics que
son el tensiómetro del precio de tu publicidad.
Otra cosa es el
papel que amanece a la mañana siguiente en los kioskos. El papel se sigue
sintiendo depositario del rancio abolengo, de la etiqueta, de la compostura. En
resumen, de la hipocresía. Y en los planetas de la hipocresía no caben las
miserias, suciedades, alborotos y vocinglerías del pueblo. No caben las
caceroladas.
Ninguno de los
cuatro grandes papeleros de la prensa madrileña ha citado en ninguno de sus
editoriales la palabra cacerolada. Y eso que, la del miércoles, quizá se pueda
considerar la más importante manifestación popular contra la monarquía
borbónica que hemos vivido los españoles tras aquel lejano 22 de noviembre de
1975 en el que Juan Carlos I juró en el Palacio de las Cortes lealtad al
Movimiento Nacional desde "la emoción en el recuerdo de Franco. Una figura
excepcional entra en la Historia. El nombre de Franco será ya un jalón del
acontecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse para
entender la clave de nuestra vida política contemporánea". Como invitados
de honor al evento, el rey Hussein de Jordania y el sanguinario dictador
chileno Augusto Pinochet, para que nos hagamos una idea de la democrática crème
que amenizó la ceremonia. Todo era comprensible y hasta disculpable bajo el temor
al ruido de sables que amenazó la democracia española hasta bien entrados los
años 80.
Los medios están
empeñados, ahora que Juan Carlos está definitivamente defenestrado como ejemplo
de nada, en salvar la monarquía por el atajo de legitimar la institución al
margen de la evidente ilegitimidad de quién la representó o la representa. Pero
eso es imposible. Porque esa institución está regida por un principio
totalmente caudillista. Dentro de la Casa Real, el rey no rinde cuentas ante
nadie. Es el poder absoluto. El rey es la institución. Si el rey está podrido,
la institución también. Eso es lo que dijo parte del pueblo español con su
cacerolada.
En todos estos
años, ya se ha dicho, nunca el pueblo español había osado vomitar sobre las
calles su indigesta deglución de la jefatura del Estado. Y ninguno de los
viejos periódicos ha querido tan siquiera analizar ese sentir cacerolero e
indignado del pueblo. La cacerolada apenas ha existido para ellos, como si se
tratara de una rabieta perrofláutica instigada por los cuatro revoltosos de
siempre. Las rancias cabeceras continúan con su infantil retahíla de adjetivos
laudatorios y loas, como si un adjetivo fuera capaz de apuntalar o derribar un
régimen. Tratar a los españoles como estudiantes de primaria no es buen negocio
para la prensa, pues no se sabe de estudiantes de primaria que lean periódicos.
Hace ya siete años
que Daniel Barredo escribió el ensayo El tabú Real (Berenice, 2013), donde
entre otros asuntos se analiza cómo la irrupción de Público en papel y
numerosas cabeceras digitales rompieron la campana de cristal en la que la
prensa de la transición había encapsulado a la monarquía. Por no hablar de
aquella obra magna del periodismo español que fue El negocio de la libertad
(Foca, 1999), de Jesús Cacho, el primer autor que se atrevió a desvelar sin
pudores los afanes comisionistas de nuestro Juancar ya en el tardofranquismo.
Un libro que intentó ser silenciado incluso por la editorial que lo había
pagado y contratado originariamente. El cordón sanitario no impidió que el
excelente tocho rebasara los 100.000 ejemplares vendidos.
Ahora aquella
diarrea de adjetivos laudatorios ha pasado del orinal de Juan Carlos al de su
hijo, Felipe VI el indispensable. El garante de nuestro sistema de libertades.
Si nuestra democracia es tan débil que ha de sustentarse sobre un señor por su
apellido, como dicen nuestros viejos periódicos, aviados vamos, queridos
trolls. Casi mejor traernos otra vez a Franco al Valle de los Caídos, a ver si
así, de la alegría, resucita de entre sus muertos
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