"ME GUSTA SER UNA ZORRA" (FEMINISTA)
Clara
Serra - Responsable estatal del área de
igualdad, feminismos y sexualidades de Podemos
Hoy Barbijaputa
escribe un artículo sobre el polémico spot Patria, de Amarna Miller, y sobre
algunas declaraciones de la actriz porno feminista en una entrevista como
estas, que Barbijaputa cita y comenta: "Si a mí me pone la figura
masculina en un rol de poder, ¿he de modificar mi deseo porque esta fantasía no
concuerda con mis ideales feministas? (...) Yo pienso que intentar modificar tu
deseo sólo lleva a frustraciones y a un castramiento de tu identidad. Como yo
no quiero modificarlo y creo que no es labor del feminismo modificar los deseos
de nadie, lo que intento es asumir mis fantasías de una forma responsable y
ética, saber de dónde vienen y disfrutarlo". Barbijaputa concluye que
"esto puede tacharse de lo que queramos, pero definitivamente no de
feminista".
Hay un problema que
aparece cada vez que debatimos sobre un tema complejo, y está claro que el
porno lo es. Como no podemos hablar hasta el infinito, siempre nos toca dejar
algo sin decir y probablemente dejemos sin hacer todos los matices que un tema
así merece. Consciente de eso voy a decir las cosas que creo habría que decir
en primer lugar, sabiendo que dejo otras muchas sin comentar.
En primer lugar,
creo que es contraproducente y negativo que, en el seno de un legítimo debate
de ideas en el que es normal que se planteen diferencias, nos acusemos entre
nosotras mismas de no ser feministas o de ser menos feministas. Que haya
diferencias y debate es la condición de que pensemos en común.
Voy a tratar de
explicar esto para que no parezca una frase hecha. El otro día decía Ana de
Miguel que el feminismo parece ser el único terreno en el que A y no-A son
verdaderas al mismo tiempo, es decir, en el que la defensa de los feminismos,
en la medida en que lo son en plural, acaba haciendo ilegítimo quitarnos la
razón unas a otras. Estoy plenamente de acuerdo con ella: unas y otras tenemos
que tratar de convencernos y exponernos a ser convencidas de que algo es
compatible o incompatible con los principios que defendemos.
Quiero dejar claro
que creo que el principio de no contradicción rige en todas partes y también en
el feminismo y que, por eso, es legítimo pedir coherencia a una misma y a las
demás. Muchas veces nos parece que una compañera está diciendo algo incoherente
o incompatible con el feminismo, pero en esos momentos tienes dos opciones:
seguir razonando (con la convicción de fondo de que cabe la posibilidad de que
una misma esté equivocada) o arrojarle la acusación, siempre a la mano, de que
no es feminista. Una opción posibilita más seguir con el debate y la otra lo
entorpece. La herramienta de decir a nuestras compañeras de debate (sin las que
creo que pensaríamos peor las cosas) que no son feministas es, ojo, un arma que
podríamos usar todas en cuanto apareciera una discrepancia. Creo que se mide
nuestra capacidad y disposición de pensar en común en la medida en la que nos
guardamos ese recurso. Estoy convencida de que si todas hacemos uso de él
perdemos todas.
En segundo lugar
diría que la industria del porno es criticable y atacable por estar
monopolizando la producción de pornografía y, con ello, estar homogeneizando
contenidos y dejando fuera muchas otras formas de sexualidad que como
feministas queremos que se representen. Es una tarea feminista defender la
pluralidad en la sexualidad y sus representaciones, y en esa tarea la industria
del porno de hombres blancos heterosexuales montados en el dólar es algo a
combatir. Pensemos qué condiciones materiales harían posible la aparición y
divulgación de otros tipos de porno no hecho por hombres y para hombres, que
pudieran ampliar el campo de la sexualidad más allá de sus normas imperantes.
En tercer lugar,
afirmo que reconocer el origen patriarcal de los deseos de una misma y, a la
vez, la voluntad de profundizar en ellos como vía de empoderamiento no es
"no feminista". No es no feminista decir "me gusta ser una zorra"
como dicen las Vulpes. No es no feminista reconocer las fantasías de violación
como hace Virginie Despentés en Teoría King Kong. Y no es no feminista tratar
de explorar las posibilidades de emancipación que existen cuando se exageran y
se tensionan las identidades que te han venido dadas, como hace Itziar Ziga en
Devenir perra. He intentado problematizar con algo más de detenimiento este
asunto utilizando el ejemplo de 50 sombras de Grey en Hegemonía y deseo.
Tal y como entiende
Judith Butler la configuración de la subjetividad, por ejemplo, es más que
discutible que la vía para combatir al poder sea la deconstrucción decidida de
nuestros deseos, más que nada porque es más que dudoso que tal cosa sea acaso
posible. Es ingenuo pensar que combatimos al patriarcado quitándonos de encima
sus construcciones, desnudándonos de él. Butler no cree que tal cosa sea
posible y propone lo contrario, vestirnos de él, es más, disfrazarnos de él.
Una mujer trans, por ejemplo, puede ser antisistema no porque destruya la feminidad
sino porque puede exagerarla, no porque impugne la feminidad sino que la
tensiona, la evidencia y la muestra como disfraz. Creo que Itziar Ziga ha hecho
una interesante investigación sobre cómo también una mujer heterosexual
configurada por un mundo patriarcal que nos dibuja como zorras puede,
profundizando en ello y apropiándose de esa categoría (es decir, disfrutando de
ser una zorra y llevándolo hasta la exageración), resquebrajar el poder y
mostrar sus fallas.
Una cuarta cuestión
es la de hasta qué punto pensamos que la ficción produce la realidad. En mi
opinión sobreestimamos a veces la capacidad de la pornografía para producir el
mundo. Obviamente la pornografía reproduce roles e imaginarios, pero en mi
opinión el deseo sexual no se configura viendo películas. Más bien tanto el
porno como nuestros deseos son ambos productos del patriarcado, y por eso el
porno satisface esos deseos y se produce una coincidencia. Esto me lleva a
pensar que la tarea feminista ha de ser poner al mundo, a la realidad, a las
relaciones económicas y sociales entre hombres y mujeres y al patriarcado en el
centro de nuestra diana.
Pero me pregunto si
es útil políticamente poner en esa diana también los deseos y las fantasías que
el mundo ha producido, me pregunto si es emancipador que en nombre del
feminismo nos quedemos sin nuestros deseos, los impugnemos o nos dediquemos
–creo que en vano– a cambiarlos o deconstruirlos. Quizás es más feminista
hacerle la guerra sin descanso al patriarcado en el mundo real y tratar de
jugársela en el terreno de la fantasía. Sabernos constituidas por el enemigo no
es la aceptación de la derrota, ni es pensar acríticamente el problema del
deseo; a veces es la condición para conocernos a nosotras mismas y hacernos
dueñas de nuestro placer. Y creo que hay algo que el patriarcado nunca ha
tolerado y es que las mujeres accedan a su placer sexual y a la afirmación de
sus deseos como sujetos activos. Quizás impugnar los deseos que nos producen
placer sea la peor de las maneras de hacerle la cama al enemigo.
En último lugar,
diría, sabiendo que queda mucho por decir, que la falta de una buena educación
sexual no debería ser en ningún momento el argumento para exigir a las mujeres
que solo consuman o participen en productos eróticos o pornográficos que sean
educativos. Si hace falta educación sexual, exijámosla, como hacemos las
feministas cada vez que reclamamos a las políticas públicas que den a los y las
adolescentes herramientas para decidir y estar informados. La pornografía debe
ser para mayores de edad, y es el deber de todos garantizar que las personas
llegan a la mayoría de edad con herramientas suficientes para ser críticos. Si
esa tarea social falla, no es culpa de las mujeres adultas, que tienen todo el
derecho del mundo a leer al marqués de Sade sin pretender que eso sea lo más
educativo. Sinceramente, como feministas, deberíamos negarnos a que caiga sobre
nosotras la responsabilidad de ese fallo colectivo.
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