POR: EDUARDO SANGUINETTI,
FILÓSOFO
Frente a la
imposición del olvido y a la reconciliación amnésica del relato del poder,
muchas de las mejores novelas de las últimas décadas en Argentina ejercieron
una obstinada interrogación sobre la historia nacional y polemizaron, en muchos
casos, en el momento en que no era posible decir.
La narración
histórica pasada y presente, escrita por rentados escribas, en la arena sinuosa
de la gran tradición del drama isabelino, la historia, entra en escena como una
genealogía del poder. Historia en la que tiene lugar, cual doble tradición, el
interrogante de si los hombres son, se hacen o deshacen, al andar en un mundo
materialista, economicista, con efecto placebo inmediato.
A partir de allí,
cobra sentido la necesidad epistemológica y hermenéutica de definir y
establecer una nueva lectura de la historia: estamos ante una realidad
compleja, y dentro de registros y códigos de saberes que fueron dejados de
lado. Por otro lado, los textos de la Historia, articulan, desarrollan y
amplifican los núcleos básicos de la ficción política nacional: la historia es,
por lo tanto, un laboratorio epistemológico, que permite pensar las lagunas
ficticias, las causas ausentes y las escenas no dichas por la historiografía
oficial.
La historia es algo
menos que la interpretación que hasta hoy declara la unicidad del conocimiento
humano, al devenir de las más disímiles comunidades, tan proclives en este
presente, a lo epidérmico, frívolo y al aparente goce de lo inmediato, en
beneficio de disolver la poética de la historia, elaborando formas narrativas,
cercanas a la alegoría y el fragmento.
La clausura de
sentido está legitimada por decreto hoy, en el relato de la Historia, devenida,
a lo que en un tiempo se denominó “inmortalizar lo trascendente”.
Hombres-símbolo, legitimados en actos de vida y que han brindado a sus
comunidades una alegría y un horizonte a alcanzar, merecerían sus nombres e
imágenes replicadas en monumentos y calles, símbolos de agradecimiento y
fraternidad de las comunidades que los han visto nacer y hacer, sin pedir nada
a cambio…una inversión de ¿causalidad y de casualidad?, una trampa, un trueque
de trascendencia por una obra, una vida… La trampa se flexibiliza, se disfraza,
se desnuda, y nada por debajo del éxtasis, de un mundo donde el ocultamiento de
la verdad es el destino al que pareciera nos han condenado las fuerzas de la
destrucción y de quienes desdramatizan, dramatizando acerca de apocalipsis
cotidianos, que solo son llamados en sus deseos de permanecer, a cualquier
costo, incluso cobrando la vida de nuestras comunidades, al borde del camino de
la vida.
El mundo, hoy, es
una cultura de lo epidérmico, de lo degradado que se perpetúa y hago mención
puntualmente en la relación polí- tico-cultural que divide y desorienta a los
pueblos mediante la especulación y la perversión del simulacro de ciudadanos,
en aparente ejercicio de sus derechos y garantías.
Las nociones de
tiempo, de espacio, de intereses, en fin de existencia, se hicieron diferentes.
El paradigma de la cultura ha obviado que la historia de este planeta ha sido
sufragada en base a esclavitud a las tendencias imperiales, al tráfico de
tradiciones ajenas e impuestas bajo presión, responsables absolutas de la
pérdida de todo referente de una historia donde instalar a las nuevas
generaciones, una historia que tuvo espacio de trascendencia en la ‘Imagen del
Mundo’. Pertenecen al pasado abolido, la tolerancia, la diferencia, el diálogo
entre iguales.
La Aldea Global no
es otra cosa que egoísmo, avidez, intemperancia, dilación, psicopatías, grandes
expectativas de fama y éxito devenidas en prostitución y delito perpetrado por
‘los peores’. La riqueza cultural se defenestró por varias vías: una, la del
saber universitario y trascendente, presentido, seducido y deglutido, por las
corporaciones macro económicas; y por otro lado la conducta del dominado,
inconforme con sus haberes. Por eso desde ese punto de nostalgias se le
impondrá lo foráneo sin resistencias de pueblos sometidos y esclavizados,
expulsados del “régimen” de la Historia.
El homo sapiens en
franco retroceso a ‘homo primates’, ha devenido en empresa, en rédito y materia
concreta de intercambio financiero, segregando su propio ser, que sería actuar
como motor de la historia en favor de la vida. Pero hay otro lazo disociativo
en la narración literaria de la Historia: la mecánica económica que impone el
desequilibrio, las desigualdades, las diferencias. En ese conjunto los hombres,
como los animales, dan libre curso a su naturaleza sin advertir sus metas.
‘Llegan a fines que
no son capaces de prever’. La resistencia no tiene espacio alguno, salvo la que
reivindica todo el planeta, para la economía de mercado, hoy triunfante, y que
por cierto posee una lógica propia a la cual no se enfrenta ninguna otra. Todos
parecen participar de estas ceremonias fúnebres, considerar que el estado
actual de las cosas es el único viable y posible, que el punto al que ha
llegado la Historia es el que aparentemente la humanidad adormecida esperaba,
deseaba y anhelaba.
La alternativa, la
alteridad, sería el ensayo admirable del homo plus (el hombre por venir,
asimilado a los más diversos entornos, en las más disímiles circunstancias), de
crear confusión en las filas de la confusión, con un orden sutil, poniendo en
ridículo al ridículo, cual ensayo de entendimiento. Llevo a cabo, así, desde el
exilio de mi discurso de la verdad, la creación de un espacio textual, que, a
partir de la lectura de los textos invertidos de la prensa hegemónica y
homogénea, asumo los silencios de la Historia Oficial Argentina, intentando
generar una resistencia al olvido obligatorio, al que está sometido el pueblo
de la República Argentina.
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