¿Y SI GOBERNARAN PP Y VOX?
Las
fuerzas a la izquierda del PSOE deberían aumentar su colaboración en todo el
Estado, compartir espacios de reflexión estratégica y explorar vías
confederales
PABLO IGLESIAS
No ha ocurrido en las cuatro elecciones generales celebradas desde 2015. Pensé durante mucho tiempo que nunca podría llegar a ocurrir. Hoy pienso que es posible. El PP y Vox podrían sumar más de 175 diputados. Más allá de la mayor o menor credibilidad de las encuestas que lo dicen, el hecho de que la derecha vaya a competir la próxima vez con solo dos candidaturas tras el hundimiento de Ciudadanos hace más factible que esa victoria de la derecha y la ultraderecha se produzca. Hay un tercer factor que, a mi juicio, es el crucial y el que ha modificado las bases ideológicas de buena parte de la sociedad española: la correlación mediática de fuerzas. Fuera de los ecosistemas mediáticos vasco y catalán, el dominio cultural de los medios de derechas, con sede en Madrid, es absoluto y tiene una enorme capacidad para determinar y condicionar lo que piensan millones de ciudadanos.
La condición de
posibilidad de ascenso de la derecha y ultraderecha ha sido el españolismo más
reaccionario y esa misma sería la condición de posibilidad de su permanencia en
el poder
¿Vox entraría en el
Consejo de Ministros? Les aseguro que sí. El partido de ultraderecha puede
permitirse cuidarse del desgaste de participar en gobiernos locales o
autonómicos, pero el gobierno de España es irresistible para una fuerza nacida
del poder, financiada por grandes empresas y grupos extranjeros (entre ellos el
brazo político de una organización terrorista iraní) y con muchos efectivos
dentro de las estructuras del Estado. ¿Qué ocurriría entonces? La derecha y la
ultraderecha conocen bien las reglas de la guerra cultural; probablemente no se
dejarían arrastrar a la política social ni a la economía como marcos de
combate. La condición de posibilidad de su ascenso ha sido el españolismo más
reaccionario y esa misma sería la condición de posibilidad de su permanencia en
el poder. El españolismo reaccionario buscará entonces a su enemigo ideológico
natural: la plurinacionalidad. El asalto a las competencias autonómicas será,
seguramente, la principal exigencia de Vox a la que el PP no podrá resistirse porque
excitará los deseos de las bases culturales de toda la derecha, alimentados por
los grandes medios conservadores que llevan años señalando a la escuela
catalana como adoctrinadora y cómplice del independentismo. Hagan sus cábalas.
Ante una voluntad gubernamental
de tomar, por ejemplo, las competencias educativas, los partidos que defienden
la plurinacionalidad, los gobiernos catalán y vasco, las propias comunidades
educativas así como amplios sectores ciudadanos, no tendrían más remedio que
oponerse y movilizarse. Y ese sería precisamente el terreno elegido por el
gobierno PP-Vox para aumentar la tensión y acabar ilegalizando a Bildu y a los
independentistas catalanes (así lo afirmó con claridad cristalina Abascal en su
moción de censura). A la ultraderecha no solo le sobran 26 millones de
ciudadanos; también le sobran buena parte de sus opciones electorales. Esas
medidas de excepcionalidad, que sorprenderían a algunos y que indignarían a
cualquier demócrata, contarían con importantes apoyos en los sectores
dominantes del poder judicial, en muchos sectores del poder económico y en los
poderes mediáticos de Madrid. Lo que puedan decir en el futuro las instancias
jurisdiccionales europeas no detendría, en ningún caso, la estrategia de
involución democrática que conviene al bloque reaccionario. De hecho, esa misma
dinámica de involución puede darse también en otros países europeos, empezando
por Italia.
Aunque suene fuerte
no es tan difícil de imaginar. La ilegalización de partidos ya es conocida en
nuestro Estado y encontrar nuevos argumentos para llevarla a cabo (la unidad de
España amenazada o el cuestionamiento de la monarquía, por ejemplo) es
perfectamente viable y contaría con decenas de juristas importantes prestos a
justificarlo. La experiencia del choque con los independentistas catalanes es
positiva para la derecha y sería una referencia. Les dio un enemigo al que
recurrir permanentemente en sus discursos, normalizó la presencia de presos
políticos que no habían cometido, ni de lejos, ningún acto violento, politizó y
comprometió políticamente a los sectores más reaccionarios de la judicatura e
incluso colocó a la monarquía en un lugar inédito a partir de aquel 3 de
octubre de 2017. Desde ese día, PP y Vox han reivindicado a Felipe VI como
nunca, en claro contraste con su malogrado progenitor que supo cuidar su
feeling con Felipe González y el PSOE. Si en el sistema político que dejó la
Transición, la monarquía supo atraer al PSOE e incluso al PCE de Carrillo y a
algunos sectores del nacionalismo catalán y vasco, en la perestroika
conservadora de Felipe VI, la monarquía es solo una referencia política para
las derechas españolistas.
Creo que, a estas
alturas, nadie duda de cuál sería el comportamiento de las piezas que la
derecha ha sabido situar en el Tribunal Constitucional y en el poder judicial.
Ilegalizar a Bildu y a los independentistas catalanes sería además una manera
de asegurarse victorias electorales permanentes. Con Bildu, Junts y ERC fuera
del juego electoral, la derecha podría asegurarse ganar al PSOE e incluso
mantener sobre Unidas Podemos la presión habitual vía cloacas mediáticas y
jueces motivados, sin necesidad de buscar excusas para su ilegalización.
Las izquierdas
deben asumir que la alianza de gobierno con el PSOE es necesaria para proteger
la democracia
¿Cómo hemos llegado
hasta aquí? De la transición española que cerraron el 23F y la abrumadora
victoria de Felipe González en el 82, surgió un sistema de partidos
determinante para asegurar la estabilidad de nuestro sistema político,
pacificar los conflictos derivados de la plurinacionalidad y organizar la
modernización económica española en el marco de la división europea del
trabajo. Dos grandes partidos estatales; un PSOE alineado con el SPD que pronto
abandonó su radicalismo verbal, su marxismo estatutario y, sobre todo,
cualquier aspiración de encabezar un proyecto socialista del sur de Europa
junto a los socialistas portugueses; y por otro lado, Alianza Popular, una vez
absorbida la UCD, no tuvo problema en alejarse de sus orígenes franquistas y
alinearse con las tradiciones democristianas de los partidos populares
europeos. Aznar, no lo olvidemos, llegó a reivindicar a Azaña. A los dos
grandes partidos del sistema español se les añadieron los dos grandes partidos
alfa dominantes en los subsistemas políticos catalán y vasco. El PNV, reforzado
por la acción de ETA como única opción vasca reconocida para gestionar su
particular camino de autogobierno; y la CiU de Pujol como fuerza hegemónica en
Catalunya, donde el PSC pronto acabó con las enormes expectativas iniciales del
PSUC. Es evidente que el “café para todos” fue una solución cuya simetría era
poco coherente con la realidad plurinacional para afrontar el ambiguo título
octavo, pero es innegable que funcionó para dar estabilidad, organizar una
descentralización administrativa notable y dar espacio a catalanes y vascos
para negociar competencias propias, como las policías autonómicas.
Lo fundamental de
ese sistema de partidos de 2+2 es que los cuatro compartían los ejes principales
de la política económica que debía emprender España en el marco europeo, los
cuatro asumían el paraguas de la OTAN como la mejor opción posible y los cuatro
aceptaban, si bien con diferente entusiasmo, la forma monárquica. Esos
consensos de régimen permitieron, durante más de tres décadas, que los poderes
paralelos al sistema de partidos (las oligarquías económicas, los poderes
mediáticos, el siempre muy conservador poder judicial y los sectores más
ultramontanos de los viejos aparatos represivos que fueron reciclados con la
excusa de la lucha antiterrorista) no se hicieran tan visibles en la política
como lo son ahora.
¿Qué ha pasado en
los últimos 10 años para que estemos en una situación tan peligrosa si la
derecha vuelve junto con la ultraderecha al Consejo de Ministros? Ha pasado el
independentismo catalán y Podemos. Esos dos actores hicieron saltar por los
aires el sistema de partidos en España; la única estructura de poder que los
ciudadanos pueden cambiar votando. Para comprobar que esto es así basta
asomarse a una sesión de control: un inédito Gobierno de coalición con
ministros de Podemos y del PCE sostenido por fuerzas independentistas vascas y
catalanas que tiene enfrente al PP más Vox como alternativa de gobierno.
Lo que se juega
ahora en España es quién dirigirá la reforma del Estado. Los poderes no
sometidos a controles democráticos –y esto incluye a las élites de un poder
judicial que llevan ya más de 1.000 días facilitando al PP el bloqueo de la
renovación del CGPJ– son conscientes de ese conflicto y han tomado posiciones.
Y ahí también está una monarquía que ha dado por perdida a la España
progresista y plurinacional y no ha parado de hacer gestos a la España oscura
(la ostentación con la que se ha presentado el traslado de la heredera al trono
a un carísimo colegio privado británico es el último ejemplo). Ese bloque de
poderes representa la reacción al impulso democrático que siguió a la gran
crisis de 2008.
La izquierda debe
explorar vías confederales para la re-organización de un Estado compartido, más
acordes con la plurinacionalidad y la voluntad de los pueblos del Estado
¿Qué hacer? A mi
juicio, las izquierdas diferentes al PSOE en todo el Estado deben aumentar su
colaboración y compartir espacios de reflexión estratégica. Creo que deben
asumir que la alianza de gobierno con el PSOE es, en esta coyuntura, necesaria
para proteger la democracia e implementar la justicia social mediante políticas
públicas. La pandemia ha reforzado un sentimiento transversal de orgullo por lo
público y el, hasta cierto punto, giro keynesiano al que se ha visto obligada
la Unión Europea, es una oportunidad con pocos precedentes. Al mismo tiempo,
frente al proyecto reaccionario que, de llegar al gobierno, combinará el más
feroz neoliberalismo con el asalto a las competencias autonómicas y la
persecución de los independentistas, la izquierda debe explorar vías
confederales para la re-organización de un Estado compartido, más acordes con
la plurinacionalidad y la voluntad de los distintos pueblos del Estado. Aunque
algunas de estas fuerzas políticas puedan competir electoralmente, pienso que
deberían acordar una hoja de ruta común en la negociación con los socialistas.
El hundimiento de Ciudadanos mató la ensoñación de una tercera vía a la
española y la inviabilidad de la gran coalición, que asegura la fuerza de Vox,
no ha dejado al PSOE más opción que negociar y acordar la dirección del Estado
con Unidas Podemos y con el conjunto del bloque que ha garantizado la
viabilidad de la legislatura. La posición táctica de ese bloque es un asunto de
primer orden desde una dura certeza que se ha hecho evidente estos años: es
altamente improbable que el PSOE hubiera facilitado un gobierno encabezado por
UP si hubiese sido superado, como apuntaban todas las encuestas, en 2016 y, en
caso de haberlo hecho, es obvio que se habría articulado una reacción
concertada de los grandes poderes para hacer caer a ese hipotético gobierno en
días. La historia ha demostrado que para gobernar no basta ganar en votos, sino
ganar también en unas cuantas correlaciones de poder más.
Además, creo que la
izquierda debe asumir que el terreno de la cultura y la ideología es tan
decisivo como el institucional y el de la movilización social. Para comprobar
lo bien que la derecha ha entendido esto basta encender la televisión o leer
los editoriales de la mayor parte de periódicos editados en Madrid. La lección
de mayo en Madrid, con la victoria del PP más ultra jamás visto, debe poner en
alerta a todos los demócratas y a toda la izquierda por su capacidad de
irradiación. Lo que llevamos perdiendo tantos años en Madrid no son solo
elecciones, sino una batalla cultural e ideológica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario