viernes, 24 de septiembre de 2021

LA LUCHA POR EL FUTURO HUMANO

 

LA LUCHA POR EL FUTURO HUMANO

"Las nuevas normas sociales, determinadas por la tecnología que nos invade, nos impiden que prestemos atención a la persona que está nuestro lado. Es sólo el principio de lo que nos espera".

'La lucha por el futuro humano' de Jeremy Naydler

MONTERO GLEZ

Los ingleses son muy dados a generar lenguaje, a crear palabrejas que pasan a ser de uso común en todos los países de occidente.

Un de las palabras acuñadas por los ingleses ha sido "phubbing", una combinación de "phone" -teléfono- y "snubbing" -menosprecio- , y que en castellano se traduce como ningufoneo. De esta manera, se viene a bautizar lo que sucede cuando hacemos más caso al teléfono móvil que a la persona que está con nosotros.

 

Resulta curioso comprobar cómo el desarrollo de las comunicaciones a larga distancia ha conseguido hacernos partícipes de la incomunicación a corta distancia. Por eso es muy típico encontrar a la gente reunida dándole al dedo sobre la pantallita, ignorando a la persona que tienen a su lado. Según Jeremy Naydler, esto sucede porque desconectarse es una descortesía.

 

Las nuevas normas sociales, determinadas por la tecnología que nos invade, nos impiden que prestemos atención a la persona que está nuestro lado, y esa atención la dedicamos a la persona que está lejos y que aparece en la pantalla del cacharrito. Necesitamos la prótesis tecnológica como si fuera algo vital, algo sin lo cual no podemos sentirnos en el mundo.

 

Así lo expone Naydler en un trabajo crítico que acaba de ser publicado en castellano por Atalanta con el título 'La lucha por el futuro humano'; un libro donde el filósofo británico nos advierte de la pérdida de nuestra consciencia en beneficio de la máquina.

 

El exceso de maquinismo no sólo nos lleva a la incomunicación, sino también a la destrucción del planeta debido a los residuos electrónicos que aceleran el proceso devastador. Como no pongamos remedio desde ya mismo, el mundo se va a convertir en un lugar hostil para nuestra esencia, cada vez más deteriorada. No es broma.

 

Lo que estamos viviendo es sólo el principio de lo que nos espera, cuando salgamos a la calle ataviados con gafas cibernéticas y los cuerpos se muevan por los resortes de un circuito articulado en nuestra médula. Estamos más cerca de la distopía que de la utopía que una vez soñaron los humanistas de épocas pasadas, cuando el mundo aún no estaba contaminado por metales pesados y la capa de ozono protegía de los rayos perniciosos de nuestra estrella dominante. Estamos forzando al límite la capacidad de nuestro planeta.

 

Luego aparecen las pandemias, como la que estamos viviendo, y nos echamos las manos a la cabeza. Son avisos, señales que no advertimos, pues andamos muy ocupados con el dedo en el cacharrito, mientras lo más importante pasa por nuestro lado. Pero ni puto caso a lo que en realidad merece nuestra atención.

 

Por todo esto es fundamental la lectura del libro de Naydler; un libro que nos pega una bofetada para que tomemos la ética como un fin en sí mismo, y nunca como un medio. Y con la ética tomada como fin, caminemos por esta posibilidad tan hermosa que es nuestro planeta, cuyo futuro resultará tan negro como el nuestro si no remediamos nuestro presente.

 

La lectura del libro de Jeremy Naydler nos obliga a prestar atención a lo más próximo, a cerrar los ojos y escuchar nuestro propio silencio para encontrar el latido de la verdadera esencia, un encuentro que no sé si tiene su correspondiente palabra en inglés.

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