jueves, 23 de septiembre de 2021

NAZIS POR LA CALLE Y EL GOBIERNO NO TE PROTEGE

 

NAZIS POR LA CALLE Y EL GOBIERNO 

NO TE PROTEGE

STÉPHANE M. GRUESO

Comienzo estas reflexiones con algo muy poco propio de estos espacios de opinión: reconocer qué no sé cómo hay que manejar una situación como la que vivimos en la manifestación neonazi del pasado sábado.

La cosa tiene su miga, sí. Pero vamos por partes. Hay varias cosas en las que estaremos de acuerdo, espero:

Nadie que sale a la calle a protestar lo hace por gusto o afición. Lo hace porque cree que hay que hacerlo, y muchas veces en defensa de los derechos de otros. Seguro que todas y cada una de esas personas preferirían estar con sus seres queridos o jugando a la consola, da igual. A veces, se sale para dañar a gente. Eso sucede.

 

También estaremos de acuerdo, o por lo menos la Constitución lo está, en que el derecho de reunión y de manifestación son sagrados. De hecho, el Artículo 21 dice que sólo se puede prohibir manifestaciones en las que se porten armas o haya violencia. También dice que no hay que pedir permiso para ejercer este derecho, sólo comunicarlo. Espero también que coincidamos en que en general es muy mala idea prohibir manifestaciones, como tan bien expuso Ana Pardo de Vera en estas mismas páginas.

 

Más cosas en las que estar de acuerdo: estos derechos fundamentales los tenemos todos. Sí, ellos también, por mucho que nos disguste su pensamiento.

 

Coincidirá conmigo el lector igualmente en que no hay derecho a estar en tu casa o tu barrio y que unas personas aparezcan (algunos con palos o un puño americano) gritando cosas como: "¡Fuera maricas de nuestros barrios!"  "¡Fuera sidosos de Madrid!", palabras que parecen que están sacadas de los ejemplos que vendrían anexos al artículo 510 del código penal, sí, el que tipifica el delito de odio. Si gritar eso no es delito de odio, no sé qué lo es.

 

¿Qué hacemos entonces en una situación así? ¿Cómo se tienen que comportar las fuerzas del orden? Os puedo contar lo que se ha hecho en otras ocasiones en multitud de situaciones bastante menos violentas, por cierto.

 

En los diez últimos años, que coinciden con mi presencia en las calles de Madrid como un manifestante más, he visto muchas cosas. Muchas. No he llegado a ver ‘naves de ataque en llamas más allá del hombro de Orión o rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser’, pero sí que he visto a mujeres, niños, personas mayores y discapacitados siendo arrollados y golpeados por la Policía en desahucios, a trabajadores vestidos de muñecos de dibujos animados (de los que se hacen fotos en Sol) corriendo despavoridos, a personas cuya forma de protesta era sentarse en el suelo en una vía pública barridos a hostiazos, pelotazos de goma a tutiplén lanzadas desde una furgoneta en movimiento, o a un grupo de jóvenes skaters que esperaban en un cine en Callao a entrar en un evento y se encontró con una carga policial que les barrió de la faz de la tierra.

 

¿Significa esto que la Policía debería haber pegado a los nazis el pasado sábado? Pues no, claro. ¿Deberían haber hecho algo más contundente que nada? Sin duda.

 

Pero, sobre todo, ¿sabéis lo que nunca he visto o, mejor dicho, nunca he oído? Pues declaraciones como las de la Señora Delegada del Gobierno en Madrid, Doña María de las Mercedes González Fernández, de la que hoy hemos escuchado frases cómo "Ahí había mayores y niños, disolverla implicaba cargar contra ellos, generar una batalla campal o un problema donde no lo había". Justificando la inacción policial ante una teórica protección del viandante, que prácticamente nunca antes se ha tenido en cuenta. No voy a entrar en las cuestionables declaraciones (ya desmontadas por algún medio) de que los organizadores "la engañaron" y se hicieron pasar por una organización vecinal.

 

La Policía; la Delegación del Gobierno, que les manda; y el Gobierno, es decir, los que te tienen que proteger a ti y a mí, se borraron. Se quitaron de en medio.

 

¿Por qué lo hacen? ¿Por qué ante una manifestación fascista se ponen de perfil? Porque la derecha democrática, esa que en el parlamento europeo se distancia de la ultraderecha como si tuvieran la peste, esa que es capaz de votar a Macron para que no gane LePen, esa que es aislada por Merkel, aquí, en el Madrid de la libertad se va de cañas con ella. Ya no ocultan su odio y su xenofobia porque esa derecha de la gaviota, perdón, del charrán, no muestra ningún pudor en mostrar su cercanía con la ultraderecha de Abascal. Hace poco el propio Santiago decía en una entrevista que era cercano a las ideas de Ayuso. Y no pasa nada. Gobiernan con ellos en comunidades sin despeinarse. Ninguno dudamos que si son necesarios los votos de Vox para gobernar los usarán sin ningún pudor e intercambiarán pines parentales o supresión del aborto con tal de agarrar el poder. Todos los políticos que coquetean con la ultraderecha, les dan espacio y voz, los legitiman y son cómplices. Porque esos cavernícolas usan su derecho fundamental a manifestarse para reclamar que les quiten derechos a otros, sin esconderse porque saben que desde las instituciones los apoyan.

 

El odio se expresa cuando no hay miedo a la represalia, porque la ultraderecha es cobarde hasta que le dan espacios donde les aplauden y les dicen que son la voz de la mayoría silenciosa.

 

Empezaba esta pieza diciendo que yo no sé bien cómo manejar esta situación. Pero si eres delegada del Gobierno en un sitio como Madrid, a lo mejor sí que tienes que saberlo, tienes que saber que eres la delegada de todos los ciudadanos, de los homosexuales y de los extranjeros también. Que evaporarte y desaparecer entre excusas lamentables es legitimar el odio.

 

En este lamentable caso, la Sra delegada es responsable. Si no lo es por sus acciones, lo es por sus omisiones, pero sobre todo por sus discursos, la Señora delegada del Gobierno -a mi entender- ha demostrado que no está a la altura y no sirve para ese puesto. Que se vaya a su casa y deje sitio a otra persona capaz de garantizar sus, tus, mis derechos fundamentales.

 

Y en cuanto a ti y a mí, si nuestros gobiernos dimiten de su función de protegernos, si nos dejan solos ante el innegable resurgimiento del fascismo, pues habrá que organizarse y contestarlo. A mí me da miedo, pero estaré ahí.

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