DUNIA SANCHEZ
Y esto es una
pausa, una pausa que nos lleva a lo saldado de los labios cuando han besado el
océano. Una pausa que nos toma como corrientes de pardelas surcando nuestras
emociones. Ella las ve volar, en ese
aire limpio, esa atmósfera solo en la decadencia de unos nubarrones que se
aproximan. Y ahí está, en su cueva, la cueva de la mujer ida, de la mujer
prisionera bajo cadenas de hierro. Una cueva insospechada, ausente de cualquier
colonización de ojos. Sí, de ojos que miran, de ojos que observan, de ojos que
examinan, de ojos que la desnuda.
Una cueva que a la luz de velas rebosa de
libros y libros. Libros depositados cautelosamente por lo desconocido, solo en
su cabeza ronda sus pisadas, una tos de hiel. Y ella fiel a su rutina los ha
leído, los ha vivido y ha conversado con ellos incluso los huele como aroma
nutritivo que la extiende a vivir soñando despierta. Sus temas son variopinto,
sus temas los agarra y los hace suyos recreando en su movimiento, en sus
palabras sobre paredes imperfectas, húmedas. Sí, como he dicho, esto es una
pausa ¿Quién es esta mujer que se entromete en esta narración? Es una mujer
solitaria o tal vez es una mujer sibilina, quizás sea una mujer maltratada por
los errores de una sociedad. Solo, una mujer, una mujer que danza, que lee y se
recrea con sus lecturas y el medio natural. Sabe que no está sola, pero algún
castigo cabalga vomitando espadas sobre su espalda. Una espalda que cuando esta
erecta y desnuda es bella. Sí, porque es una mujer bella, una mujer bebida por
el don de yeguas apresuradas en el sentido de las plumas que caen livianamente,
tersamente sobre nuestras manos. Una mujer que habla con espíritus, con los
ejes girando de los muertos. Sí, ve el más allá. Lo mira como un pozo profundo
donde los ecos de nuestra esencia permanecen intactos en el tiempo, en el
espacio que nos rodea. Es más, se pregunta si ella está viva o es una difunta.
Se toca, se acaricia, roza con sus yemas las paredes amorfas de la gruta y
siente el tacto. Se confunde y a veces no logra entender quien es, que hace
aquí. Entra y sale, sale y entra y siempre da al mismo origen de sus
interrogantes. Se abre, se cierra….se cierra, se abre. Palpa sus senos, su
vello púbico y entiende que es mujer. Una mujer que entra y sale, sale y entra
respirando la fragancia de un otoño ¡Oh, el otoño¡ guardas los tesoros tras una
puerta de hiedra densa…muy densa y es como si la nada clavara nichos en su
corazón. Sí, siente dolor. Un dolor que da impresión que quiere acabar.
Presiente, vidente de su mañana, de sus sueños y ello le hace temblar. Un
temblor en lo que debe hacer, un temblor secado por sus lágrimas. Oh, mujer te
han dejado otro libro. Lo coges y lo saboreas, su olor primero y luego el rocío
de su aventuras...CONTINUARÁ
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