lunes, 30 de diciembre de 2019

PRESENTANDO “DE AQUELLA ZAFRA”, DE VÍCTOR RAMÍREZ


PRESENTANDO “DE AQUELLA ZAFRA”,
DE VÍCTOR RAMÍREZ
POR OSVALDO RODRÍGUEZ
Hace ya unos cuantos años, cuando presenté en el Club Prensa Canaria la reedición de su novela NOS DEJARON EL MUERTO, decía que Víctor Ramírez es un autor de pocas obras, pero cualificadas. El autor parecía no tener premura por salir a la calle sin antes haber pasado por el cedazo de la reflexión y del perfeccionamiento formal cada una de las líneas narrativas de sus novelas o cuentos.

   Género, este último, en el que el escritor se desenvuelve con más que notable soltura. Algunos de ellos, que se sepa, han sido traducidos y publicados en Italia y Turquía. Tal es el sentido que le doy a la afirmación de Isaac de Vega, publicada en el periódico La Provincia ("Cultura", VI, 18-1-90), respecto de la naturaleza con que fluye la narrativa de Víctor Ramírez. De Vega decía en esa oportunidad lo siguiente: "Víctor Ramírez es un escritor nato, que ya salió así desde sus comienzos".
  
Refiriéndose probablemente al contraste de su originalidad frente a la mímesis de los escritores canarios del "70" con los del "Boom" latinoamericano, agrega Isaac de Vega: "No le hicieron falta mimetismos para tomar la pluma (...) y escribir desde un principio historias que todas ellas salen naturales".
   Tal "naturalidad" es, a mi juicio, el resultado de un laborioso proceso de escritura. Eso explica que Víctor Ramírez no sea un autor prolífico, porque entre él y la escritura literaria existe una auténtica relación de orden cualitativo. Las pruebas están a la vista: pocas obras publicadas, pero cualificadas. Y esa "naturalidad" a la que se refiere Isaac de Vega yo la trasladaría al terreno de la percepción literaria más que a la creación propiamente tal.   

El mundo creado por su narrativa no tiene artificios, es percibido naturalmente por el lector como si fuera un mundo propio que compartimos. Es, por tanto, una cuestión de efecto, de procedimientos literarios minuciosamente elaborados para que resulte así, aunque el mismo autor no quiera reconocerlo explícitamente. No hay, a mi juicio, improvisaciones en literatura; y, si las hay, no las conozco aún.
   Lo que pasa es que, desde sus inicios, Víctor Ramírez autor huyó de todo experimentalismo vacío, de aquel que intenta sorprender por la novedad.
Tampoco el escritor utiliza la literatura para dar lecciones a nadie, sino para inventar un mundo que surge así, naturalmente, sin artificio alguno.
   De este modo la visión del mundo del hombre canario, intransferiblemente arraigada en su narrativa, se expresa con un lenguaje propio y desde su propia manera de ser, socarrona y fatalista a la vez. Es socarrona por el humor guasón del que hace gala. Es el caso, por ejemplo, del personaje Jeromito Pulido (en NOS DEJARON EL MUERTO), cuyo perfil queda perfectamente delineado con las siguientes palabras que aluden al canario arribista que, por prestigio social, intenta hablar como los de la Península. Con la más estricta economía lingüística el narrador lo define así: "Hablaba peninsular sin serlo".
   Y es fatalista porque el mundo recreado en la ficción novelesca está poblado de personajes que actúan como si estuvieran marcados por un "fathum" o destino ineludible, de manera que lo que prevalece en ellos es la resignación, de sello cristiano o no, pero fatalista e inactiva resignación al fin, donde no cabe sino una rebeldía sorda que muchas veces el autor aligera con una nota de humor negro.

La narrativa de Víctor Ramírez es, en este sentido, un gran ideologema; pero no cae en el discurso omnipotente de un narrador que alecciona. El escritor sabe mantener el justo equilibrio entre el mensaje y la organización estética de la obra.
   Lo que sí se pone en evidencia en su producción literaria son los procedimientos narrativos, que sitúan a este autor en el contexto de una literatura que hace de ella misma su propio objeto; esto es, una metaescritura que se vuelca sobre sí misma, sin perder por ello su condición fabuladora, ligada a un referente implícito.

Véase, por ejemplo, los siguientes recursos narrativos: el narrador aproxima el tiempo de la escritura al de la lectura, busca la complicidad del lector para la construcción del imaginario novelesco. Se inventa, por tanto, un narratorio cómplice en la escritura-lectura.
   La frase inicial de esta novela que nos ocupa (DE AQUELLA ZAFRA) que, como el título, comienza con minúsculas, como si fuera la continuación del devenir discursivo, es un ejemplo: "en principio procuraremos que sea la media mañana de un día extremadamente calimoso", le dice el narrador al lector constructor y desconstructor de la ficción.

En cuanto a la historia, desde un principio comienza a aparecer el perfil del mundo marginal y periférico recreado en la ficción novelesca. Es el mundo del barrio que en esta novela se llama "Los Laureles", porque los barrios, como las personas, tienen nombre.
   Es el barrio montañoso "y más alejado de Siete Sitios", situado, como dice el narrador, en el "centro cumbrero de nuestra isla", con una "única vía asfaltada" (p. 12). Allí hacen su aparición Azucena Arraiz, el "Cangrejo chico" -el chiquillo que cuelga un escapulario de la Virgen del Carmen al cuello del chivo borracho--, las mujeres cuarentonas apoyadas en el mostrador de piedra del negocio del pueblo, el hombrón dueño del cafetín y su mujer, la voz metálica de Juan Liborio, ínclito tío materno y paterno de Azucena Arraiz, aquel sahariano de aspecto...
   No podía faltar Pepe el de Lola, con guitarra y armónica para introducir la música sea con el motivo que sea: fúnebre o festivo.

Todo ese mundo marginal, situado en el límite del espacio rural y urbano, en el terreno de nadie, porque no es ciudad ni campo, se define en relación al Centro urbano desde donde se ejerce el poder. La ironía corrosiva del narrador se muestra entre los pliegues de su discurso cuando compara la escuelita de pueblo con el "orden" imperante en el "Colegio de religiosos ricos".
   Es interesante señalar, por otra parte, el juego intertextual que se trae el autor con escritores particularmente progresistas, como Pérez Galdós. A él lo reescribe evocando el último de los EPISODIOS, el titulado "CÁNOVAS". También hay reminiscencias textuales de Nicolás Estévanez y Secundino Delgado -éste último, líder independentista de Canarias. La inclusión de tales intertextos no resulta postiza en la novela DE AQUELLA ZAFRA porque se integra naturalmente en el contexto de este mundo elemental, sin principios teóricos ni posturas falsamente revolucionarias.

Por razones muy personales "María Indígena" es uno de los personajes más entrañables para mí. Ella, la hermana menor de uno de los personajes-narradores, expulsa al sexto de sus novios con las siguientes palabras, palabras que revelan el carácter de muchos personajes femeninos del novelar de Víctor Ramírez: "óigame usted bien, don Adrián Vidino Martel Medina-García: mejor se nos va a la mierda con sus porquerías de bardago y no aparece más por esta casa (empleó mi hermana María Indígena el tono más meloso de su entonación habitual)".

Podría seguir hablando de esta novela que se me presenta como es su autor, sin pretensiones. Pero en esa falta de pretensión radica su calidad.
   Sólo quiero señalar, por último, uno de los procedimientos narrativos más curiosos utilizados por el autor. Se trata del que los especialistas llaman, con Genette, "metalepsis", esto es, la ruptura de los niveles de la ficcionalidad. En este caso mediante la introducción del autor y de varios de sus amigos en el universo novelesco.

Con esta novela, DE AQUELLA ZAFRA, y con las anteriores y posteriores, podemos estar seguros de que la literatura de Canarias no necesita de la venia del Centro, de las metrópolis culturales, para imponerse por sí misma. Y no digo esto en el sentido de una literatura que se baste a sí misma, reducida el ámbito insularista, sino todo lo contrario: en el sentido de una narrativa que por sus propios medios y calidad necesariamente tiene que trascender nuestros límites insulares

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