A contracorriente
REBELIÓN DE LAS CLASES MEDIAS
Enrique
Arias Vega
Hace tiempo que la rebelión social no
es urgida por las masas depauperadas, si es que alguna vez lo fue. Es verdad,
no obstante, que estaban los sans-culottes
en la toma de La Bastilla o que a Evita
le gustaba hablar de sus pobres descamisados.
En tal caso, ésas son historias del pasado.
La primera revuelta que presencié
personalmente, la de Mayo del 68 en
París, la protagonizaban unos estudiantes que tenían un nivel de vida muchísimo
más alto que nosotros, pobrecitos españoles. Aquellos eslóganes de ¡pidamos lo imposible! o ¡queremos todo y lo queremos ahora! reflejan
el máximo nivel de exigencia de unos jóvenes a los que no les faltaba casi
nada.
Desde entonces, hasta las últimas
manifestaciones de Ecuador, casi todas las asonadas han sido así, porque uno no
sabe aquello de lo que carece hasta que empieza a tenerlo. Y si me he referido
a las revueltas de Quito es porque cuando conocí la ciudad hace cincuenta años,
continuaba siendo un tranquilo enclave colonial del siglo XVI, sin conciencia
de su absoluta pobreza. Ahora, en cambio, quiere parecerse a un resort
vacacional norteamericano, con una creciente clase media que aspira a vivir, y
con razón, muchísimo mejor.
Eso es válido, en una u otra medida —ya
sé que intervienen muchísimos más factores— para la llamada primavera árabe, para las convulsiones
de América Latina o para los movimientos secesionistas europeos: no se rebelan
los pobres sobreexplotados, no, sino aquéllos que tienen conciencia, medios y
posibilidades para no serlo o para participar ellos también en el reparto de la
riqueza que se genera.
De alguna manera es lo mismo que
aconteció en muchos movimientos de emancipación colonial de varios continentes:
que quienes habían encabezado las revueltas fueron luego tan sátrapas y tan
explotadores al menos como las viejas potencias coloniales. Y algunos países,
por desgracia, aún siguen padeciendo ese lamentable estado de cosas.
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