NO HABLES DE VOX
DAVID TORRES
Resulta curioso
comprobar cómo Vox ha ido creciendo igual que esos tumores malignos que
empiezan con un picor y concluyen con una autopsia. Así, mientras se iban
dejando para mañana y para pasado mañana las visitas al médico y los remedios
preventivos, ya ni siquiera hay tiempo para una cura de urgencia. Empezaron al
estilo del afilador o del tapicero, con varios señores voceando repugnantes
consignas xenófobas, homófobas y machistas, ellos solos con un megáfono en
mitad de la plaza del pueblo. Nadie les hacía mucho caso porque al fin y al
cabo eran sus opiniones, y hasta daban pena los pobres, comprando siempre la
bandera más gorda y haciéndoles la competencia a los monos de Gibraltar.
El problema, claro,
es que sus opiniones no van de subir los impuestos o bajarlos, de privatizar la
sanidad o dejarla como está, sino de criminalizar colectivos por motivos de
sexo, religión, lugar de nacimiento o color de piel; de banalizar la violencia
de género; de rescindir derechos fundamentales y de restituir conductas medievales
y retrógradas. Como si eso de que todos los seres humanos nacen libres e
iguales fuese algo discutible, como si fuese igual de válido decir que un
homosexual tiene derecho a vivir libremente, que decir que más le vale meterse
dentro de un armario, o de un sagrario, en caso de que lleve sotana.
Mientras voceaban
estas y otras repulsivas opiniones por el megáfono primero, por radios,
televisiones y periódicos después, se nos aconsejó que lo mejor era no hacerles
caso. Mirar para otro lado, cultivar la sordera. Ladra, ladra, chucho, que no
te escucho. De manera que, en vez de pararle los pies y ponerlo en su sitio, el
animalito fue creciendo hasta ocupar veintitantos escaños en el Congreso. En
lugar de establecer una línea de defensa y discutir una por una sus patrañas,
nos tapábamos los oídos. Se nos dijo que la estrategia más eficaz era la del
avestruz, hincar la cabeza en tierra y dejar que ellos mismos se cansaran de
decir tonterías. Grave error, porque son incansables, porque a cada patraña sucede
una mayor, y a cada tontería, una bandera española más enorme con el que tapar
vergüenzas, escándalos y agujeros intelectuales. Para qué iban a necesitar
argumentos, si tenían un megáfono.
Abascal se permitió
el lujo de no acudir al primer debate, donde ejerció de convidado de piedra, y
repitió la jugada la noche del lunes con barba, pantalones y traje, disfrazado
de hombre invisible. Los demás candidatos seguían con la misma táctica,
fustigándolo con el látigo de la indiferencia y haciendo como que no existía.
Para qué discutirle, por ejemplo, que las manadas de violadores están
compuestas en un 70% de extranjeros, si el porcentaje se lo acababa de inventar
y no hay mayor experto mundial en manadas que él. En contraposición a los monos
de Gibraltar, que se pasan el día rascándose el sobaco, hemos imitado
sutilmente la sabiduría de los monos zen: no oigas a Vox, no veas a Vox, no
hables de Vox. Y a fuerza de sabiduría, de taparnos la boca, los oídos y los
ojos, de repente hemos descubierto a King Kong en medio de la habitación,
dándose golpes de pecho y a punto de regresar a la selva.
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