lunes, 10 de junio de 2013

HABITANTES DE LOTAVIA, por Damián H. Estévez

HABITANTES DE LOTAVIA

Damián H. Estévez

 Buenas noches a todos los que me acompañan, en esta mesa, en el público, en mi corazón. Gracias por compartir conmigo estas palabras que solo pretenden quedar en el aire.
Quiero comenzar excusándome porque en Lotavia todavía no ha ocurrido nada en el marco de un Casino como éste que nos acoge, a pesar de su larga historia y de la de su ciudad capital, San José, fundada el 19 de marzo de 1407. Algunos estudiosos sostienen que la isla fue conquis-tada por el conde de Arcipes, natural de Sevilla; don Cristóbal Montés de Tería, desdoblándolo, otorgaría su primer apellido a lo que desde su fundación hasta hoy constituye la arteria principal de la ciudad, la Alameda del Conde de Montés (por donde transitan muchos de los personajes de mis relatos), y el segundo a la Ensenada del Conde de Tería, el estrecho golfo que separa las dos partes de la isla convirtiéndola en un remedo de las otras dos islas mayores de nuestro archipiélago. Otros historiadores han defendido que se trataba de dos militares diferentes, el uno de noble abolengo y el otro un arribista, que además de disputarse las glorias de la invasión, se repartieron la toponimia. Lo aceptado en la actualidad, como ustedes no ignoran, se sostiene en la acreditación como auténticas de las crónicas manuscritas de Fray Antón de Alacena, encontradas por el historiador tinerfeño Rodrigo Francisco Trujillo Camino a principios del pasado siglo XX; estas crónicas, citadas ya por Viera y Clavijo en su Noticias de la Historia General de las Islas Canarias, habían sido puestas en entredicho por varios investigadores; lo aceptado, repito, es la primera de las teorías que acabo de enunciar: un solo conquistador que decidió fragmentar su apellido haciendo honor a las dos semi-islas que componen la isla de Lotavia, (abro un inciso para hacerles observar la relevancia del número dos en toda esta historia, lo que no deja de ser paradójico si pensamos que Lotavia es la isla capital de la tercera provincia de las Canarias. Además, ya son dos los conjuntos de relatos que he publicado sobre lo que acontece en ella). Pero volvamos al principio: el Casino de Lotavia, que lo habrá, no tiene historia, pero la tendrá, porque hablamos de una Tierra que se va creando poco a poco, relato a relato, y su inclusión en alguno de ellos es mi único modo posible de agradecer la inmediata y desprendida respuesta que los responsables de este Casino de la Laguna me dieron cuando solicité sus instalaciones.
¿Quién de ustedes se ha visto en la tesitura de mediar con algún casino como éste donde nos encontramos para satisfacer la vanidad de algún amigo escritor como el que les habla? Yo sé al menos de uno de los presentes. Natalia Álvarez: agradezco tu disposición, tu diligencia, la afabi-lidad con que has actuado. Quizá, no lo puedo prometer, algún personaje transite por Lotavia semejante a ti en tu generosidad.
Casi no hay editoriales en Lotavia. Como diría mi editor, Ángel Morales, también escasean las editoriales con fundamento en el resto de Canarias, excepto la suya. Si alguna vez me veo en la necesidad de que en Lotavia se editen libros (lo más seguro es que no, tanto porque aún no sé para qué sirven esos artilugios como por lo incierto de su futuro en cualquier lugar del mundo), lo harán en una editorial con fundamento, y para ello miraré en la figura de Ángel, que tanto nos mima y nos protege y nos anima, y en su forma de trabajar, tan entusiasta e incansable. Además, estoy seguro de otra cosa, Ángel lucha por la independencia de Lotavia con el mismo ahínco con que lo hace por la del resto del archipiélago.
 Que yo recuerde, o lo que es lo mismo, que yo haya narrado, en Lotavia aún no ha habido la presentación de ningún libro. De modo que Javier Hernández, de ser lotaviano, se habría librado de leer unos cuentos que nada tienen que ver con sus propias ficciones, de sentarse junto a algún viejo autor promesa que abuse de su generosidad, y hablar, bien, de ellos. Pero, pensándolo me-jor, Javier Hernández Velázquez, al pronunciar las palabras que hemos escuchado, acaba de con-vertirse en un escritor de Lotavia y sus palabras ya surcan el aire. De modo que quizá tenga que encargar a Carles Pedregal el esclarecimiento de la desaparición de alguna escultura de la Alame-da del Conde de Montés o de la Plaza del Estatuto, o (pero esto no quiero ni imaginarlo), del ro-bo del lienzo de san Miguel Arcángel, pintado por Pietr Pourbus en su taller de Brujas y venerado en el templo de la Virgen del Cazo.
En Lotavia no se prodiga la actividad cultural. Alguna feria de flores y libros, algún profesor que instruye a sus alumnos en la más agreste antropología isleña, algún macarra que lee a Ovidio versionado entre los entrenamientos del gimnasio... La lectura que realiza a escondidas un profe-sor en un barucho cutre de San José; aunque lo distrae de continuo el drama que se está fraguan-do a su alrededor; lectura que, como todos ustedes saben, se interrumpe cuando el lector lanza su libro como arma para impedir el abuso sexual de un padre hacia su hija. Lee Lolita de Nabokov. La mención de este autor ruso, uno de los más brillantes y lúcidos de nuestra literatura, me trae las palabras de un compatriota suyo, Mijail Chejtoievstoi (1835-1916), una de cuyas novelas, La dama y la muerte de los demonios, fue analizada ante sus alumnos por Nabokov e incluida luego en el “Curso de Literatura Rusa”. Chejtoievstoi, en un opúsculo que se tiene por su Ars Poética, es-cribió: “La literatura funciona como una llave que abre las puertas que separa la realidad de la ficción. Entre esas puertas corre un pasillo que comunica ambas dimensiones. Es un pasaje exi-guo y muy transitado en uno y otro sentido, de modo que con frecuencia quienes van y quienes vienen chocan y caen, sucediendo que una vez puestos en pie se sienten del todo desorientados y olvidan el rumbo que llevaban y emprenden una existencia que no saben si es sustancia o si es invención, independientemente de la puerta por que salgan”.
Permítanme que suscriba esta imagen del autor ruso. Ese pasadizo que describe lo he transita-do yo, y creo no equivocarme si afirmo que también todos ustedes. Lo he transitado y lo transito, lo transitamos, ahora, mientras les hablo y me escuchan. Es un territorio cuya naturaleza nos impregna para siempre. Deseamos abrir la puerta y adentrarnos en el pasillo literario, chocar, caer, levantarnos, perder el sentido. Vivir en esa semi-inconsciencia que nos brindan las palabras. No como lectores, o como escritores sino como personas, o como personajes, que nunca podre-mos estar seguros de qué lado del pasadizo de Chejtoievstoi nos encontramos. Si del de estos mu-ros que nos amparan o del aire de Lotavia.
Porque, por ejemplo, a ti, Emma, aquí, en primera fila, o al fondo, sí, a ti José Ramón ¿no te ha sucedido que al cruzarte con alguien, no sé, en una calle de Candelaria, o en una carretera ig-nota flanqueada por árboles ajenos por donde circulabas sin rumbo, hayas tenido la intuición de que esa persona viene de vivir algo tuyo? Hace tiempo que huyes de un pasado que ahora se per-sonifica en los rasgos, en la forma de andar, del desconocido. Reflexionas y le agradeces que te haya advertido de que la huida ya no es posible. El protagonista de Paisaje con hombres en el asfalto llegó a un territorio donde comprendió que ya no podía hacer sino regresar. Y vuelve a los riscos de Lotavia, a oler su mar.
En La Pared, ese promontorio espeluznante que une –o separa– las dos semi-islas de Lotavia, habitan grajas. Una de ellas se ha acostumbrado a alimentarse con los humanos. Cada tarde acu-de a tu casa, Rita, ¿verdad? ¿O es a la tuya, Carlos? Come las migas de pan que avientas sobre las baldosas de tu terraza, luego reemprende el vuelo hasta su morada en el acantilado. Allí te espera. Conjuga Futuro imperfecto, sabe que allí irás. Te aguarda y aguarda a quienes te conmemorarán.
Acaso, Ana, Clara, Félix, Daniel, Milo, Joaquín, ¿nunca han desesperado con la obsesión por obtener lo que consideran que los harán dichosos o por deshacerse de lo que culpan de causarles daño? ¿Cómo salir indemnes? Los protagonistas de Los husmeadores, igual que ustedes, viven esa terrible experiencia. Para vencerla se apartan del lugar en que se sienten amenazados. Quie-nes husmean desconocen lo que escribió el poeta, 
Convergentes mundos paralelos
conforman la espiral de nuestros afanes
y nuestras pérdidas.
Búsqueda y olvido se dan la mano
en territorios que no nos conciernen.

desconocen sus palabras y yerran. Estos versos los escribió Enrique Santos una tarde en que contemplaba el Corro de los Volcanes de Lotavia, justo cuando había perdido el juicio en busca del poema perfecto. Ténganlas en cuenta.
El jardín Guadiantor es uno de los emblemas de San José. Su formidable barbusano atrae mi-les de personas. Aparece en los folletos publicitarios como reclamo turístico; en ellos se exagera su longevidad y se le atribuyen falsas leyendas. Sin embargo, bajo su umbrío ramaje, perfumado de anhelo y desdicha, (¿lo hueles, David, ese aliento?) se ha gestado la pequeña aventura de dos de mis personajes: Gera, que es feo, y Bárbara. ¿Me equivoco si recelo que en tu juventud grabas-te tu destino en su tronco? Ahí perdura para que, cada tarde, rememoremos nuestro primer amor.
Ya no se estila, creo, pero hace algún tiempo era frecuente que apareciera por nuestros centros de trabajo algún artesano vendiendo bisutería. Su presencia abría un pequeño respiro en la rutina del trabajo. En la delegación de Asuntos Sociales de San José no vendían baratijas, sino plata. En Rosa sobre luna su actividad siembra almácigas de maledicencia. Lo que no sé es si al fin, Ánge-les,  Pedro, te atreviste a tomar el segundo café con Rosa y si alunizaste en ella.
El mar que nos une y nos separa. El mar, el alejamiento. Invencibles y vencidos. El viaje a tra-vés del mar y de los recuerdos. El barco como artífice del viaje. El barco como nave, ingenio náu-tico, palpable, ondulante, rival de olas, disipador de distancias. ¿En cuántos barcos has partido Hermelinda, Jose, Juan Luis, Merche, cuántos te quedan por abordar? El barco como verbo, poe-ma, cuento, carril de nostalgias, anulador del tiempo, rescate del pasado, fuga del presente, con-temporaneidad del futuro. El barco que nos aleja y nos acerca. El barco que esperamos.
Todos ustedes, alguna vez, han salido a pasear al Camino Largo de La Laguna, o al Paseo de las Acacias de Guamasa, al de Las Canteras en Las Palmas, o a los Jardines Victoria en La Oro-tava, o al Camino de Los Tiles en San José. Y a mitad del saludable ejercicio se han encontrado con amigos a los que hacía mucho tiempo que no veían; celebran el espléndido día y el azar del reencuentro. Se cumple el apretón de manos, se recupera la familiaridad, los besos en las mejillas. Empiezan a charlar… Pero, por favor, nunca abominen de quien, muy cerca, parecen más felices de lo que ustedes lo son. Conversen y amen, aunque no sea a la persona con quien han salido de casa; no embistan si la desventura los coloca ante sus propias frustraciones.
¿Cuál es el mejor talante para aceptar una derrota? ¿Saben las personas diurnas que nos la in-fligen con qué talante aceptaremos nuestra derrota? ¿Lo sabes tú, Florencia, Rosa, Emilio, An-drés, Carlos, Juani?
En la Plaza del Estatuto de San José una persona se sintió acorralada por un gentío alienado, sin comprender cuál era el motivo de su enemistad. Se trata del protagonista de uno de mis cuen-tos, Reboso. ¿Es cierto que todos hemos formado parte, alguna vez, de una muchedumbre que desea asfixiar a quien hace alarde de su individualidad? ¿No es cierto Virgilio, Maite, Elisa, que en alguna ocasión has sentido peligrar tu individualidad frente a una masa deshumanizada?
San José tiene sus leyendas urbanas, como La Laguna o cualquier otra ciudad del mundo. Du-rante una larga temporada se difundió en todos los círculos que estaban apareciendo pares de zapatos en la calle, siempre uno de ellos roto, dispuestos de forma tal que no cabía duda de que habían sido abandonados. Si los encuentras, Eli, Tomás, Carmen, Rosi, Lucas, recapacita antes de decidirte a cogerlos, reflexiona sobre cuál es tu relación respecto a la vida, analiza tu grado de felicidad, sopesa qué cambiarías de tu existencia y qué te satisface; ten cuidado con lo que pien-sas, porque esos zapatos son la versión lotaviana del genio de los deseos. Se habla de un popular joyero que los recogió: puedes conocer su aventura acudiendo a uno de esos corrillos, o leyendo el cuento Frucho y los zapatos perdidos.
Éstas son, entre otras, las personas que viven en Lotavia. Que es tanto como apuntar que en Lotavia, en San José, en sus casas, viven también ustedes. Porque… ¿de qué lado del pasillo me-tafórico de Mijail Chejtoievstoi nos encontramos ahora? ¿Del lado de la realidad que ustedes vi-ven o del lado de la literatura en que yo he transformado sus vidas? Cuando hablé de mi anterior libro de relatos, afirmaba que surgían de una experiencia vivida que se había replegado en la me-moria y que regresaba a ella; decía que fabulaba para crear otras vidas, otras posibilidades que no había vivido, otros finales que no ocurrieron. Y ahora, ante esta nueva colección, rectifico y ma-nifiesto que, en verdad, es la amistad de cada uno de ustedes lo que ha inspirado cada relato, cada fábula, cada uno de los personajes que viven en Lotavia.
En Lotavia viven también mis hijos, Celia y Pablo, quienes, al tiempo que llenan mi casa, me han infundido alguna de mis historias. Pablo, además, ha capturado el aliento de mis palabras con esas magníficas fotografías que han servido de portada, y también ha cartografiado la imagen de Lotavia que hasta ahora solo había existido en mi mente. Y en Lotavia vive Nieves, que habita las costas y los volcanes, los valles y las cumbres, el monteverde y los malpaíses, que transita las aldeas y las ciudades, que existe en las casas y en las habitaciones más íntimas y en todos los cuentos.
En Lotavia, como he apuntado, no abunda la actividad cultural. En Lotavia no hay actores, ninguna fábula los tiene de protagonistas, aunque la habrá. Por el contrario, en estos actores que nos acompañan sí está Lotavia, porque ellos, más que mis palabras, nos la representarán, aquí, ahora, por medio de su Arte de la interpretación. Cristina, Eduardo, adelante, hagan que exista mi isla, mi Lotavia. Gracias a todos ustedes por poblarla.


Guamasa, 5 de abril de 2013
Damián H. Estévez


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