UN GENOCIDIO
FUNCIONAL AL BELICISMO DE LA OTAN
Hace 77 años que comenzó el genocidio palestino y un año desde que entró en una fase de especial virulencia, que tiende a la solución final. No hay causas religiosas o ideológicas para explicar este proceso que viola los derechos humanos y su plasmación en la Carta de la ONU. Mucho menos son causas humanitarias, como las convocadas por la potencia ocupante del territorio, el Estado de Israel, que pretende justificarse con el holocausto judío en Europa central, durante el periodo nazi. La existencia de ese Estado genocida se explica por los intereses estratégicos de la OTAN, y especialmente por la política imperialista de Inglaterra y EE.UU.
La
fundación del Estado de Israel, apoyándose en el movimiento sionista judío,
tuvo un carácter estratégico para las potencias imperialistas. Israel es una
fortaleza occidental a las puertas de Asia, una lanza apuntando al corazón de
la civilización musulmana. Desde su fundación, tras el proceso de colonización
judía del territorio, ha sido una amenaza permanente contra el mundo árabe, una
fuente de inestabilidad y humillación, que ha provocado una situación bélica
prolongada durante décadas. Lo que está pasando desde hace un año en Palestina
es la culminación de un genocidio que comenzó en 1947 y aún está completándose.
El
sionismo no es un movimiento de liberación judía. Fue una secta aliada al
nazismo en Europa central, un grupo de presión en Inglaterra, y una táctica
cultural para contrarrestar a los judíos comunistas, que jugaron papeles
importantes en los procesos revolucionarios de principios de siglos. El
sionismo era una manera de salir del gueto aceptando la subordinación a los
señores de la guerra y la explotación –incluso si planeaban un genocidio contra
el gueto-. Reveladora en ese sentido es la película de Polanski, El pianista,
quien conocía bien el tema por ser de origen polaco y judío.
Israel
no es un estado semita. Sus ciudadanos son eslavos, latinos o africanos que
emigraron a Palestina atraídos por las ofertas de tierra y por la prosperidad
que Europa y EE.UU. han creado allí; pero solo para los que practican la fe judía
y son capaces de tomar un arma para ejercer la violencia –hasta el asesinato-
contra sus vecinos. Su religión adopta la forma integrista, tomando como modelo
la conquista de la región por las tribus hebreas hace 3.000 años, que nos
relata la Biblia. Esto significa la exclusión de la población palestina del
derecho natural que pertenece a todo ser humano: la vida, la salud, la
propiedad, la libertad. Semitas son los palestinos y antisemitas los actuales
israelíes.
El
soporte económico de Israel proviene del capital financiero internacional judío
y los estados imperialistas bajo su influencia, que forman la OTAN. El judaísmo
es una religión monoteísta tan respetable como el cristianismo y el Islam
–siempre que sus adherentes respeten el derecho de todos los demás-. Sus
instituciones deben ser protegidas por el Estado laico y sus fieles tienen
derecho a la libertad de conciencia. Pero no nos equivoquemos: el objetivo para
la creación del Estado israelí no es religioso, ni humanitario; es político: un
instrumento del imperialismo capitalista. El soporte militar proviene de la
OTAN que utiliza ese monstruo fascista, impregnado de integrismo religioso,
para mantener a raya a las poblaciones de la región.
Esa
finalidad estratégica occidental debe explicarnos el genocidio actual en
Palestina y el consenso imperialista para mantener el apoyo al Estado de Israel
que lo está cometiendo. La causa más inmediata del genocidio es el presente
desarrollo en las relaciones internacionales. Importantes estado árabes han
entrado a formar parte del BRICS desde enero de este año: Arabia Saudí, Irán,
Emiratos Árabes, Egipto. Esto significa que esta asociación controla el 70% de
los combustibles fósiles que hoy se conocen y son fundamentales para la
economía mundial. Esto significa también la defunción definitiva del sistema
financiero internacional controlado por los centros imperialistas –Wall Street
y la City de Londres- sobre la base del petrodólar en la fase de la
globalización, ya moribunda.
Los
actuales procesos bélicos que se desarrollan en el mundo tienen su causa en la
reacción violenta del imperialismo frente a su declive cada vez más pronunciado
en la última década. Que esa violencia esté desarrollándose como genocidio es
un síntoma de desesperación. Recordemos que la desesperación fue uno de los
motivos para la conversión nazi de Alemania. Su objetivo prioritario es
desgajar la alianza de Irán con el resto de las naciones árabes y castigar la
evolución política de estas naciones ahora aliadas al bloque asiático. El dolor
causado a los palestinos debe resonar con fuerza en el corazón del mundo árabe.
Ese
parece la razón más importante para la actuación israelí de nuestros días.
Puede añadirse otras secundarias. Netanyahu es amigo de Donald Trump que quiere
asegurarse la presidencia de los EE.UU. en las próximas elecciones de
noviembre. Este genocidio en vísperas de unas elecciones determinantes en la
política norteamericana significa la derrota del equipo demócrata. Los
republicanos fueron capaz de promover un golpe de estado fallido hace cuatro
años; ahora miran con satisfacción la deriva fascista del aliado israelí, que
les pone ante el espejo sus propias tendencias autoritarias.
Bajo
la tremenda influencia económica de la República Popular China, la economía
mundial está evolucionando hacia formas de capitalismo de estado. Con el matiz
diferencial de que el capitalismo de estado chino está organizado bajo la
dominación del Partido Comunista, mientras que el capitalismo de estado en los
países capitalistas se organiza sobre la base de partidos nacionalistas
autoritarios, con tendencias fascistas. Trump representa esa tendencia en
EE.UU. Biden, en cambio, representa un pasado liberal agonizante que está
cavando su propia tumba con el apoyo al Estado de Israel.
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