SE ACABÓ EL TIEMPO DE LOS POLÍTICOS
La
manifestación de Madrid enfrenta al movimiento de vivienda con los partidos
progresistas
Pancarta en la manifestación por el
derecho a la vivienda el 13 de octubre en Madrid. / Asamblea de Vivienda de Villalba
El pasado fin de semana una gran protesta por la vivienda tomó las calles de Madrid. En El País, un medio con buenas relaciones con el PSOE, se decía que el Gobierno teme que cuaje en un nuevo 15M, algo altamente improbable. Las condiciones no son las mismas, pero además la sociedad se ha derechizado. Hoy, más que culpabilizar a los de arriba como base de un nosotros movilizado, se empieza a señalar a migrantes y okupas. Y si parar desahucios fue una de las estrategias en las que se manifestó la potencia política de esos años, ahora es una actividad altamente criminalizada. La cuestión de la vivienda es la que levantó movimientos como la PAH, que llegó a tener tanta legitimidad que permitió generar liderazgos como el de Ada Colau y otros, que después acabarían en gobiernos locales o estatales. Pero si la promesa era que se podrían solucionar problemas como el del acceso a la vivienda, la realidad ha terminado siendo otra.
Todos
esos nuevos partidos apoyaron la convocatoria de manifestación en Madrid.
Algunos hasta aportaron un cortejo propio, como Podemos, que fue abucheado en
algunos momentos: “¡Vergüenza! ¡vergüenza!”, les gritaban. Por otra parte, es
probable que por primera vez en la historia del país, partidos que forman parte
del Gobierno –Sumar, Más País, Izquierda Unida– se manifiesten contra su propia
acción –o inacción– gubernamental. ¿Tenían, por tanto, todos estos partidos los
mismos objetivos que el movimiento de vivienda al convocar la manifestación?
Es
probable que por primera vez, partidos del Gobierno se manifiesten contra su
propia acción (o inacción) gubernamental
Es
evidente que no. Por una parte, estas formaciones están atravesando una crisis
real: mucha gente ya los ve como parte del problema y no como la solución, y
por eso se muestran extremadamente necesitados de un subidón de legitimidad. El
Parlamento es un mercado donde el capital político es intercambiado por
sillones, pero los sillones empiezan a escasear en los partidos que rebuscan en
las cuestiones que movilizan. Por otro lado, han intentado enmarcar el problema
de la vivienda como parte de la batalla entre izquierdas y derechas. De esta
manera, la responsabilidad de las dificultades de acceso a la vivienda recaería
fundamentalmente en Ayuso, en el PP, o en Junts, que ha provocado la caída de
una norma que quería regular el alquiler de temporada o por habitación. Estas
formaciones también han intentado enmarcar el asunto como un conflicto con las
comunidades y municipios gobernados por el PP, que se han negado a declarar sus
ciudades como zonas tensionadas, un requisito de la aplicación de la ley de
vivienda. Pero este intento de encasillar este problema como uno más del juego
parlamentario ha fracasado: la vivienda se ha convertido en un valor financiero
fundamental para sostener el capitalismo español y ningún partido se atreve a
tocarlo.
“Si
votas a la izquierda lo arreglaremos”, dicen, pero hace algo menos de un año
todos esos partidos de izquierdas que integraban el primer Gobierno de
coalición se dedicaban a ensalzar la ley de vivienda con palabras
grandilocuentes. Parecía que se había conquistado la Constantinopla del derecho
a la vivienda. Sin embargo, como había advertido el movimiento de vivienda,
esta ley iba a servir para poco. Y así ha sido. La ley deja fuera a la mayoría
de inquilinos, abandona los miles de hogares hipotecados y no incluye la
obligatoriedad del alquiler social ni la recuperación de vivienda vacía, según el comunicado de PAH Vallecas.
“Partidos progresistas, cómplices de los rentistas”, se coreaba también en la
manifestación.
Más
Madrid aprobó algunos de los grandes pelotazos urbanísticos, como la Operación
Chamartín, cuando integraba el gobierno de Carmena
Por
su parte, otra de las formaciones convocantes, Más Madrid, aprobó algunos de
los grandes pelotazos urbanísticos, como la Operación Chamartín, cuando integraba
el gobierno de Carmena. A pesar de que en todo el país hay unos 3,8 millones de viviendas vacías,
una de las soluciones que proponen los partidos progresistas es apostar por la
vivienda para alquiler “asequible” mediante una colaboración público-privada.
Curiosamente, en esta medida coinciden tanto con la derecha como con el propio
sector de la construcción, que ha encontrado una manera de edificar con
créditos preferentes o avalados por el Estado y asegurar el pago de los
inquilinos –que también está garantizado por las instituciones–, para, en unos
años, recuperar las viviendas para el mercado libre. En los negocios se conoce
a eso como hacer un win-win.
“Los
gobiernos de derechas e izquierdas no quieren acabar con el negocio
inmobiliario, sino defender los intereses de los rentistas: sostienen los
precios con ayudas al alquiler y la hipoteca, subvencionan a los propietarios
con exenciones fiscales y a las constructoras con acuerdos de construcción de
vivienda ‘protegida’. La ley de vivienda no nos sirve para bajar los precios”, decía el manifiesto del bloque
crítico de la manifestación firmado por buena parte del movimiento de vivienda
–no el oficial, que llevaba la rúbrica de los partidos y los sindicatos
mayoritarios–.
Quiénes
son los rentistas
Si
bien las soluciones al problema de la vivienda son complejas, las propuestas de
Sumar y Podemos de estos días se basan casi únicamente en prohibir a los fondos
de inversión la compra de inmuebles en zonas tensionadas. “Las casas son para
vivir, no para especular”, dice Podemos, ¿pero quién especula? Parece que para
estos partidos es más fácil señalar a un malo reconocible al que se pueden
oponer sin consecuencias –los fondos buitre– que asumir la realidad del mercado
de alquiler en España, que, como explica Pablo Carmona,
sigue siendo un país de propietarios. El 92% de las viviendas en alquiler
pertenecen a pequeños propietarios y a particulares, mientras que solo un 8% se
encuentra en manos de grandes tenedores, como fondos de inversión y otras
personas jurídicas, según datos del Banco de España.
Pese al crecimiento del poder de estos fondos a la hora de modelar precios, son
estas clases medias propietarias “las que hacen que sea tan difícil mover los
intereses legislativos y políticos hacia otras posiciones que no sean la
defensa de estas mayorías” y lo que dificulta las políticas públicas contra la
especulación, señala Carmona. Los propios señores diputados nos sirven aquí de
ejemplo: si se examinan sus declaraciones de bienes, el 20% de ellos dice
obtener ingresos por alquileres, en su gran mayoría de viviendas –cifra similar
al porcentaje de ciudadanos en España que reciben rentas por el mismo motivo–.
Los rentistas somos la clase media, que sabemos –o creemos– que
invertir en vivienda es un refugio seguro de alta rentabilidad.
Por
tanto, ponerle el cascabel al gato implica atacar esta realidad, que a menudo
se esquiva porque resulta altamente incómoda. Por ejemplo, en la ley de
vivienda, que ni siquiera se está aplicando en la mayoría de comunidades, las
limitaciones mayores se imponen a los “grandes propietarios” –más de diez
viviendas o cinco en zona tensionada–. Por su parte, Pablo Iglesias defendió en
su día que las medidas especiales promulgadas durante la pandemia, para
proteger a los inquilinos en situación de impago, no afectasen a los que pagaban sus
rentas a pequeños propietarios.
Serían
necesarias medidas más “osadas” que, por ejemplo, aumenten impuestos sobre las
rentas obtenidas por el arriendo
Lo
cierto es que serían necesarias otras medidas más “osadas” que, por ejemplo,
aumenten impuestos sobre las rentas obtenidas mediante el arriendo –que
actualmente tributan menos que el trabajo–. Medidas que, sin duda, quitan votos
también a los partidos de izquierdas. El pueblo propietario no es
necesariamente de derechas.
Por
su parte, la lectura generacional que se está haciendo estos días –el acceso a
la vivienda es un problema de los jóvenes– sirve para ocultar a otros segmentos
sociales a los que afecta especialmente: a los migrantes, personas con trabajos
precarios o perceptores de rentas mínimas. Esos que están en boca de los
partidos progresistas a la hora de pedir el voto, pero cuyos intereses se ven
escasamente reflejados en las medidas que propone la izquierda. Entre rentistas
de clase media –que votan casi siempre– o inquilinos empobrecidos y precarios
–poco motivados para participar en elecciones–, los partidos han elegido el
primer bando.
La
captura parcial de los movimientos por parte de los nuevos partidos –llenos de
compañeros que venían de militar de esos mismos espacios– y la identificación
con el Gobierno de estos últimos años –la tendencia a no criticar o a fiar
buena parte de la acción política a hacer incidencia en las instituciones–
puede estar llegando a su fin. Algunas convocatorias para parar desahucios tienen las caras del presidente, la
vicepresidenta Díaz y la ministra de Vivienda. El Sindicato de
Inquilinas dice que “se acabó el tiempo de los políticos” y tampoco distingue
entre “rentistas buenos y malos”, sino que propone una huelga de alquileres
capaz de forzar una bajada del 50% en los alquileres –algo parecido están
haciendo ya cuando organizan impagos de inquilinos de bloques que pertenecen a
fondos–. Otros colectivos por la vivienda
dicen que “sin medidas radicales, la vivienda no dejará de ser un negocio”.
Piden el repudio social de los alquileres como inversión; reducir los precios
de venta y limitar los intereses hipotecarios; un aumento del parque de
vivienda 100% pública –que incluya las viviendas de la SAREB y los bancos
rescatados–; la prohibición del alquiler turístico y la desjudicialización de
los conflictos relacionados con la ocupación de viviendas vacías, entre otras
medidas.
Al
día siguiente de la movilización que aunó al movimiento de vivienda y a los
partidos –y todas sus contradicciones–, las fuerzas progresistas ocupaban todos
los medios posibles. El presidente Sánchez anunciaba dos medidas que apenas
pasan del gesto: la renovación del bono de 200 euros para ayudar al alquiler a
jóvenes y un reglamento para perseguir el fraude en los alquileres de
temporada. En el lado opuesto, el Sindicato de Vivienda de Carabanchel paraba
otro desahucio –sin el concurso de ningún político progresista–. “La verdadera
tarea política pasa por construir el enfrentamiento entre desposeídos y
propietarios, hacerse cargo de que la ocupación es la única salida viable para
una parte de la población y que nuestra labor pasa por organizar políticamente
el impago que se produce y se producirá en esta o futuras crisis en alquileres
e hipotecas”, señalaba Pablo Carmona en otro
artículo.
Estos
dos proyectos son los que había dentro de la manifestación del 13 de octubre, y
son incompatibles.
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