CAER DE LA SILLA
DIARIO RED
Ycayó. No
fue a causa de su desempeño político, ni porque el periodismo hiciera su
trabajo, ni gracias a sus compañeros de partido, ni lo causaron tampoco sus
enemigos fuera de él: si alguien tumbó a Íñigo fue el feminismo.
Las feministas.
El fuego
lo prendió una denuncia anónima en la cuenta de una periodista, que, ésta sí,
lleva años haciendo su trabajo, que es también su militancia, y su activismo, a
pesar de un altísimo coste profesional y personal. Una denuncia que hablaba abiertamente
de violencia sexual. En pocas horas, la situación escaló hasta convertirse en
una baraúnda que saltó de las redes sociales a los medios de comunicación, y la
dimisión se hizo inevitable.
Pero hay maneras y maneras de abordar lo que está sucediendo. Desde el periodismo honesto que queremos hacer aquí, no hay otro enfoque posible que la escucha a las víctimas, la responsabilidad y el evitar caer en sensacionalismos muy poco constructivos que revictimicen a quienes sufren o sufrieron esa violencia sexual.
Ante las graves acusaciones
sobre violencia sexual que caen sobre Íñigo Errejón, lo primero y fundamental
es acompañar a las víctimas
Porque
esa es la primera de las cinco ideas que convendría subrayar hoy, el día
después: ante las graves acusaciones sobre violencia sexual que caen sobre
Íñigo Errejón, lo primero y fundamental es acompañar a las víctimas. A las que
deciden hablar y a las que no. A las que deciden denunciar y a las que
prefieren no hacerlo. Conjugar el “yo sí te creo” y hacerlo carne no es
sencillo, bien lo saben todas aquellas que lo han intentado antes y lo han
pagado con escarnios, insultos, amenazas, silencios, castigos políticos,
silenciamiento a la interna, vetos a plena luz y taquígrafos. La prioridad,
siempre, deben ser ellas.
La
segunda idea es, probablemente, la más incómoda. Porque en toda
agresión confluyen tres elementos: un agresor, una víctima, y un entorno que
decide ser encubridor… o no. Y en política, la omertà, el “pacto entre
caballeros”, el silencio “por el bien del partido” era una norma transversal.
Hasta que llegó el feminismo y las feministas, claro. No es cierto eso que
repiten hoy muchos analistas de que la violencia de género no entiende de
ideologías: hay agresores sexuales y machistas en todos los partidos,
organizaciones, movimientos sociales, sí. Pero hay ideologías y militancias que
niegan y desprecian a las víctimas y las hay que tienen el valor de sacar
adelante una ley pionera en protegerlas y en hablar de consentimiento. Y hay
también quienes prefieren que esto del feminismo “no se pase de frenada”, se
les vaya demasiado lejos, moleste a sus amigos de 40 o 50 años o manche sus
carrera ministerial. En ese grupo, por cierto, se encontraba Sumar.
El comunicado del ya
exportavoz de Sumar es todo un ejercicio de irresponsabilidad: la culpa no era
suya, sino del patriarcado, del neoliberalismo, de la presión mediática, del
chachachá
La
tercera idea, centrándonos en los hombres que dicen ser feministas, o que
militan con feministas, o que asumen las teorías y los marcos que las
feministas han puesto sobre la mesa —y hasta los defienden con vehemencia como
hacía Errejón—, es más bien un imperativo: haceros cargo. Asumid
vuestra parte. Aportad, o apartad; se acabó el tiempo de las excusas. El
comunicado del ya exportavoz de Sumar es todo un ejercicio de
irresponsabilidad: la culpa no era suya, sino del patriarcado, del
neoliberalismo, de la presión mediática, del chachachá. Otros muchos compañeros
le exculpaban en redes, algunos tirando de la manida presunción de inocencia y
otros lamentando la salida por la puerta de atrás de una mente brillante. Como
si las mentes brillantes no violasen. Como si persona y personaje, autor y
obra, pudieran separarse en un entorno como es la política, que se basa y se
construye a través de las relaciones entre personas y que, se supone, aspira a
transformarlas.
La cuarta
idea nos hace mirar, como siempre, al periodismo. Anoche, Esther Palomera decía
en TVE que esto era “un secreto a voces”. Miles de tweets hablaban de aquel
clamor y rescataban viejas historias y testimonios de otras mujeres que en su
día ya plantearon que esta violencia existía. Si eso era así, ¿dónde estaba
entonces el periodismo responsable y feminista? ¿Quién protegió ciertos
silencios a cambio de otros? ¿Hasta dónde llega la omertá? ¿Cuántos más, cuánto
más?
Esta catarsis es el momento
ideal para que oportunistas de todo pelaje aparezcan a dar lecciones entre el
“yo lo sabía”, el “calienta que sales” o la más profunda antipolítica
Y por
último, una quinta idea: de quienes nunca han estado del lado del
feminismo, lecciones, ni una. Ni una. Porque esta catarsis es el momento
ideal para que oportunistas de todo pelaje aparezcan a dar lecciones entre el
“yo lo sabía”, el “calienta que sales” o la más profunda antipolítica. Derecha,
ultraderecha, Ramón Espinar o Lucía Etxebarría lapidan con placer sin aportar
nada, absolutamente nada constructivo, porque el ruido de las piedras cubre
también sus vergüenzas. Lo mismo ocurre con quienes blandieron un feminismo
brillante y luminoso en la teoría, en la academia, en los ensayos, los libros y
los actos multitudinarios, pero fueron incapaces de acuerparlo y de protegerlo
con uñas y dientes cuando hubo que bajarlo al barro político ante la mayor
ofensiva machista de la democracia española, que fue la ofensiva contra el
consentimiento sexual. Ahora se dan golpes en el pecho, repiten eslóganes
solidarios, se apartan de lo que tizna. De aquellas y aquellos, tampoco,
lecciones, ni una.
Ahora
toca escuchar, reparar, pelear por contar con espacios seguros físicos y
tangibles y no solo virtuales —como los Centros de Crisis que creó la ley Solo
Sí es Sí— y pensar, interna y externamente, cómo evitar que vuelva a
pasar, que siga pasando, qué hay que hacer y deshacer para que la impunidad y
la vergüenza cambien por fin de bando.
Pero no
nos olvidemos de lo fundamental: el feminismo organizado contra la
violencia sexual lo cambia todo. Todo. Está tirando de la silla al
poderosísimo presidente de la federación española de fútbol, a multimillonarios
puteros, reyes, empresarios, agresores a izquierda y derecha. Ha expuesto el
lawfare de la derecha judicial española, ha expuesto en su crudeza la omertá en
el deporte, el cine, la cultura, las redacciones; y ahora está agitando la
silla de los señores —y señoras— de 40 y 50 años a los que molestaba el
feminismo pero que pueden gobernar gracias a él.
Porque el
feminismo valiente ya lo advirtió hace mucho: la violencia sexual va, sobre
todo, de poder. En casa, en el partido, en la empresa o
en el escaño. Y disputar ese poder, tirarles de la silla, cambiar su orden de
género violento y patriarcal sobre el que sustentan tantos privilegios, es
disputarlo todo. Seguimos.
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