ÁBALOS Y SUS
ABALORIOS
El diputado del Grupo Mixto José
Luis Ábalos, durante una rueda de prensa, en el Congreso de los Diputados -
Jesús Hellín / Europa Press
Al PP le molesta sobremanera que el PSOE practique la corrupción porque se trata de un deporte donde son campeones olímpicos. Entre una sede pagada con dinero negro, una larga serie de ministros en traje de rayas, el novio de Ayuso reconvertido de humilde técnico sanitario a comisionista opulento y la empresa de la hermana de Feijóo subvencionada a dedo con cuatro millones de euros, la podredumbre de los populares ha alcanzado el récord de treinta causas judiciales abiertas en los últimos años. El ejemplo que mejor resume la peculiar relación del PP con la justicia es el de Zaplana, un excelso delincuente al que excarcelaron porque, según su médico, "podría morirse mañana mismo" y que lleva cinco años atardeciendo y tomando el sol en la playa.
Considerado en
una sentencia en firme bajo el curioso epígrafe de "organización
criminal", el PP no puede soportar la competencia, menos aún del otro
partido con el que se releva cada cierto tiempo en las labores de latrocinio y
con el que comparte banquillo en el más amplio sentido amplio de la palabra.
Tras intentar tirar abajo el gobierno de coalición de Pedro Sánchez a fuerza de
resucitar la ETA y de buscar conexiones con Venezuela, era lógico que se
agarraran a Ábalos como a un clavo ardiendo. La única prueba de que, como
asegura Esperanza Aguirre, España tiene tres mil años de antigüedad es que los
métodos de oposición del PP no han variado mucho desde Atapuerca.
En efecto, no
se veía una cacerolada mediática igual desde los estertores del felipismo,
cuando amanecíamos un día sí y otro también con un escándalo de corrupción en
primera plana. Ahora Felipe parece el primo albino y japonés de Aznar, pero en
aquellos tiempos era el enemigo mortal que había que destruir a cualquier
precio, un precedente directo del sanchismo. Pese a las décadas transcurridas,
en el PSOE no han aprendido nada sobre la necesidad de limpiar la corrala, y de
repente han descubierto que tenían un Ábalos en medio de las filas, un
señor de lo más sospechoso al que le había crecido un parásito de uno noventa
en la espalda.
En el PSOE -un
partido que tiene de obrero lo mismo que de socialista- son muy dados a
cultivar amistades peligrosas, a regar de billetes la maceta donde un día les
brota Luis Roldán y unos años después les brota Koldo. Las cosas en Ferraz no
han cambiado mucho: de un Director General de la Guardia Civil que ejercía el
cargo sin estudios, sentado en un sofá en calzoncillos y protagonizando videos
porno, a un consejero de Renfe que venía avalado por su experiencia de portero
en una casa de putas. Por supuesto, Ábalos no tenía la menor idea de los
manejos que hacía bajo cuerda aquel abalorio de ciento y pico kilos mientras lo
llevaba colgado al cuello.
Ábalos se
marchó al Grupo Mixto, pero no lo bastante lejos para que su sombra planee
sobre el futuro de Sánchez. No en vano, Ábalos fue uno de los fieles que
permaneció al lado del decapitado secretario general cuando todo parecía
perdido, el paladín que recogió su cabeza y agitó a la militancia para subirlo
de nuevo al caballo. Hoy Sánchez prácticamente no lo conoce, por la misma razón
que está a dos titulares de desconocerse a sí mismo. Su estupor recuerda a
aquel conductor que se detuvo en una carretera de Hollywood, vio que el tipo
que hacía autostop porque le había fallado el coche era el mismísimo Kirk
Douglas y le preguntó a bocajarro: "¿Pero usted sabe quién es usted?
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