miércoles, 10 de marzo de 2021

QUERIDO PACHO SÁNCHEZ-CUENCA: MÁS QUE ANOMALÍAS, PUTREFACCIÓN

 

QUERIDO PACHO SÁNCHEZ-CUENCA: MÁS QUE

 ANOMALÍAS, PUTREFACCIÓN

Un país sin medios de comunicación fuertes, dignos y libres que exijan rendir cuentas a sus políticos es un país sin democracia

MIGUEL MORA

Escribía ayer Pacho Sánchez-Cuenca en La Vanguardia un artículo tan brillante, constructivo y claro como todos los suyos. Pacho es amigo, así que sé que se pondrá colorado cuando lea esto: es un tipo insobornable, escribe sin retórica ni palabrería, y tiene una de las mejores cabezas de este país. Dejó de escribir en El País más o menos cuando yo dejé ese periódico después de trabajar allí durante 22 años, y en cuanto surgió la idea de crear Contexto, fue la primera persona a la que llamé. Desde entonces, nos hemos visto y hemos hablado mucho; yo desde la furia del periodista que se ve obligado a dejar de escribir para convertirse en gerente; él, desde la rabia del acádemico e investigador que no tolera la endogamia de la Universidad ni los debates públicos sin datos ni argumentos, aunque luego se pone a ver Sálvame y se le olvida.

 

Pacho es un socialdemócrata apacible, republicano, glotón de libros y comidas exóticas, siempre construyendo ideas productivas desde la esquina izquierda / zapaterista del PSOE (aunque también fue errejonista una temporada: los politólogos ya se sabe). Yo, anarquista aragonés y del Atleti, ala zurda de la línea oficialista de Podemos, voy según Pacho camino de acabar mis días merendando quinoa con Miguel Urbán.

 

 

Pese a estas diferencias, y quizá porque los dos fuimos al mismo colegio de pequeños (él es dos años menor, así que yo no le vi) solemos coincidir en los diagnósticos y soluciones a los problemas de España. Como Ortega y Gasset. En estos seis años y medio, hemos escrito en CTXT un par de docenas de editoriales a cuatro manos y algunos artículos individuales, aunque Pacho destacó sobre todo por el libro La desfachatez intelectual, un ajuste de cuentas fabulosamente documentado contra las grandes firmas de El País y el Abc, esas lumbreras que, mientras ocurría el 15M y el emérito no paraba de trincar comisiones, limitaron su aportación al debate político a una sarta de tópicos antinacionalistas y de líricas y reaccionarias loas a la Transición borbónica.


Mientras Pacho seguía publicando libros, yo me dedicaba a escribir diatribas y cartas a Odette (Cebrián), por haber destruido el periódico en el que aprendí lo poco que sé de periodismo. Tomar la decisión de salir de PRISA me costó dos borracheras espantosas de tequila. Pero debo agradecerle a Cebrián que me animara a pedir el finiquito cuando le eché en cara aquel ERE salvaje, una tarde de 2012 en París sin aguacero. Recuerdo que le reproché que hubieran echado a gente como Enric González, y él me dijo: “Tú no eres peor que Enric”, mientras mi cabeza cortada rodaba por la moqueta del Hotel Lutetia.

 

Escribiendo editoriales en aquellos primeros días de CTXT con Pacho, y a veces también con Soledad Gallego-Díaz, volví a disfrutar del periodismo, aunque debo admitir que nuestra influencia durante este quinquenio ha sido nula. Dijimos antes que nadie que el PP era una organización criminal que debería ser sometida a un cordón sanitario si no saneaba su caja B y renovaba su cúpula. Pedimos antes que nadie (¿quizá fuimos los únicos?) un gobierno a la portuguesa, y la coalición tardó cinco años en llegar. Pedimos el cordón sanitario para la extrema derecha y El Hormiguero invitó a Abascal dos días después. Apoyamos a Sánchez y denunciamos el tapón que habían aplicado durante décadas los sultanes del bipartidismo, y llegó Verónica, aquella muchacha que viajó desde Sevilla hasta la calle Ferraz de Madrid, y dijo: “La máxima autoridad del PSOE soy yo”.

 

También contamos cómo nuestras élites políticas / mediáticas / empresariales, sordas y alejadas de los problemas de los ciudadanos, cegadas por el becerro de oro y por mantenerse en el poder, dejaron corromperse y pudrirse TODAS las instituciones a base de no admitir relevos, transparencia ni rendición de cuentas, y cómo convirtieron la lucha contra ETA y la Cultura de la Transición (la CT de Martínez) en las bases fundamentales de un régimen encantado de haberse conocido, que solo se expandía a base de ladrillazos y que en esencia sirvió para mantener los privilegios de los de siempre y para frenar la llegada de aquel paraíso que la Constitución prometía: una democracia moderna, social, europea, con una información de servicio público, basada en hechos y datos reales.

 

Durante estos seis años y medio de libertad y desfachatez, predicando en el desierto, también contamos cómo, para sobrevivir al latrocinio sistemático de su padre, Felipe VI animó a los influencers de corbata y toga y a las hordas mediáticas de la corte a sacar el hacha de guerra contra unos líderes procesistas que el CIS no conseguía convertir en problema ni a tiros. La estrategia finalmente derivó en una guerra de propaganda, hasta que el rey Felipe encontró la gran cortina de humo que le ayudaría a recuperar la credibilidad de la Corona fuera de Catalunya y el País Vasco: exigir mano dura a los jueces y fiscales del Supremo –muchos de ellos franquistas y/o nacionalmadridistas de corazón–, que no tuvieron remilgos en encarcelar a esa docena de peligrosos políticos secesionistas que iban a declarar la independencia pero que antes de terminar la frase ya se habían arrepentido.

 

Bueno, basta de palabrería y de medallas. Al turrón. Sánchez-Cuenca escribió el sábado un artículo en La Vanguardia titulado ‘Plena, pero anómala’. Lo pueden leer aquí. Como dije al principio, es brillante, claro y ofrece vías para abrir un debate serio y profundo sobre el estado de la democracia española. Por supuesto, estoy muy de acuerdo con él y con su colega Robert Fishman en que la democracia española es nominalmente plena, pero sufre anomalías que lastran su calidad, y por ello “hay motivos para la crítica y es saludable que hablemos de ello y pensemos en cómo mejorar el sistema”.

 

Villarejo es la cara más visible de esa mafia sin color político y sin más ideología que la pasta. Pero es solo una parte de ese poder oscuro e intocable, al que nadie vota

 

Sánchez-Cuenca ofrece una lista de problemas: los ataques a la libertad de expresión, simbolizados en la permanencia de la ignominiosa ley mordaza; la división de poderes, que no funciona bien, y la politización extrema de la cúpula judicial, que compromete la imparcialidad del sistema. Tres: España ha fracasado en la resolución política del conflicto territorial y, en lugar de buscar una salida constitucional al problema catalán, ha optado por aplicar la justicia penal. Cuatro: “Los niveles de corrupción en España, de la monarquía hacia abajo, son verdaderamente insoportables y nos alejan mucho del tipo de democracia europea a la que querríamos parecernos”.

 

Todas esas carencias, que no tantos analistas reconocen, son indiscutibles, y si las resolviéramos tendríamos una democracia de mucha mayor calidad. Pero creo que el diagnóstico de Pacho es bonachón, como él, y se queda corto. No sufrimos anomalías. Sufrimos una putrefacción interna muy extendida, y que por tanto tiene difícil solución. Se trata de las cloacas. Se trata de un sistema paralelo de poder, información, dinero y chantajes que lleva décadas actuando en la sombra: nació con la lucha contra ETA, se creyó impune y nunca se marchó, porque lo importante, para sus promotores, no era ETA sino mantener el negocio y el modus operandi.

 

Villarejo, el Señor Lobo español, es la cara más visible de esa mafia sin color político y sin más ideología que la pasta. Pero es solo una parte de ese poder oscuro e intocable, al que nadie vota. Con él están los empresarios y ejecutivos del IBEX que contrataron a Villarejo durante lustros para todo tipo de servicios (espionaje industrial, especulaciones en Bolsa, extorsiones, fusiones, blanqueo de capital...). Están los líderes y fontaneros que contrataron a Villarejo para que les solucionara un problema o espiara a algún rival. Están los periodistas a los que Villarejo y sus jefes cooptaron / compraron para que sus amenazas y soluciones resultaran creíbles, pues si salían en la prensa, no podía ser mentira...

 

Están los amigos de los periodistas a sueldo de los jefes de Villarejo, esos que nunca han sido imputados y nunca lo serán. Están los jueces y fiscales a los que Villarejo sobornó o chantajeó o invitó a un congreso a gastos pagados y que ahora pactan abrir procesos o causas prescritas que le ayudan a salvarse de las que no han prescrito. Son los medios y televisiones cuyos directivos contrataron a (o fueron contratados por) Villarejo para poder presumir de que tenían información confidencial (casi nunca la publican, simplemente la almacenan para financiarse con ella). Son los abogados que ayudan a Villarejo y a sus secuaces mientras comparten casa con los fiscales que deben acusarlos. Son los jefes de seguridad de las empresas que colocó durante años Villarejo para que robaran datos e información privada, o para ayudarle a lanzar campañas difamatorias cuando algún político o empresario se desmanda. Están en todos los sectores. Supermercados, bancos, medios de prensa y televisión, holdings editoriales, eléctricas, telefónicas, fútbol, iglesia, inmobiliarias, casinos, burdeles… 

 

No sé si Pacho Sánchez-Cuenca vio salir a Villarejo de la cárcel de Estremera el otro día con su parche de pirata y sus banderas de España bordadas en la gorra y la mascarilla. Seguro que sí, porque lee y ve todo lo que se publica. Quizá se fijó en la jaula de equipaje que llevaba detrás. Era enorme, más alta y mucho más ancha que él. Ahí, en esa docena de bolsas negras y maletas que el Estado le permitió tener en su celda, está la gran anormalidad de este país. La gran putrefacción. Ahí está la mafia que se reúne con las más altas instituciones bipartidistas del Estado en sus domicilios privados: son esos que cuando les pillan, reaccionan silbando y presumiendo de que la cita no era para negociar las condiciones que impone Villarejo al Estado, sino para realizar una entrevista periodística. Exclusiva. Hay que tener mucho poder para hacer eso. Mucha impunidad.

 

Y ahí dentro, en esas maletas llenas de dossieres y pendrives y banderas de España, está también la fiscal general del Estado, esa mujer abrumada, que trata de esconderse del periodista –nuestro gran Willy Veleta– cuando este le pregunta qué hacía reunida con esos amigos de Villarejo el día que Villarejo salía de la cárcel.

 

Ahí, en esa fiscal que invita a su casa a dos sicarios de los jefes de Villarejo, y no es capaz de pararse un segundo a responder y rendir cuentas, aunque sean mínimas, a un reportero libre y honesto de un medio de comunicación honesto y libre, aunque sea tan pequeño como Contexto... Ahí está entero el drama de la democracia española. Lo que la convierte en una democracia nominalmente plena y anómala, pero bastante más que anómala. Putrefacta.

 

Cuando los gánsteres deciden la suerte del Estado de Derecho, lo secuestran, negocian con él y se ríen de él, algo se ha jodido definitivamente. Pero si a este bochorno, querido Pacho, le siguen tres días en que los medios más influyentes de la izquierda y los periodistas que salen en las televisiones deciden mirar hacia otro lado, olvidando que el deber de todo periodista es exigir cuentas al poder y publicar lo que el poder no quiere que se publique, la cosa es peor.

 

Una democracia sin periodistas y medios de comunicación fuertes, libres e independientes, capaces de exigir a los altos cargos que rindan cuentas y a los dueños de sus medios que les dejen hacer su trabajo en libertad, no es una democracia.

 

Acabo, que luego me llamas palabrero. Sé que tienes amigos en medios progresistas. Habla con ellos, pregúntales si salir en la televisión de los jefes de Villarejo y legitimar este estado de cosas les arrienda la ganancia. Si se hicieron periodistas para ser perros guardianes del poder o para ser perros falderos. Y luego mándame la réplica a este artículo, que como eres un anglosaxon profesional, seguro que me dejarás sin argumentos para la contrarréplica. Y ya luego nos ponemos con el editorial a cuatro manos sobre todo este lío, que hace mucho que no escribimos uno.

 

Salud y libertad,

 Miguel Mora


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