MADRID, ENTRE EL PALACIO Y LA GENTE
MANOLO MONEREO
Parecía una operación inteligente. La esperable del tándem Iván Redondo/Pedro Sánchez: moción de censura en Murcia e inicio de una nueva etapa política. Los objetivos eran visibles, agudizar el conflicto entre las derechas, debilitar el liderazgo de Pablo Casado y seguir dándole vida a Ciudadanos con la finalidad de aminorar la presencia de Unidas Podemos. Es una vieja obsesión de Pedro Sánchez, gobernar con Arrimadas y neutralizar a Iglesias. Pronto se vio que la maniobra tenía problemas y que Ayuso la iba aprovechar para convocar elecciones anticipadas en Madrid, lo que deseaba desde hace mucho tiempo. Como todo puede empeorar, el PP de Murcia se movió rápidamente para comprar a una parte del grupo parlamentario de Ciudadanos. Tan viejo como nuestras derechas.
El panorama era
especialmente negativo. Ayuso tomaba la iniciativa en el momento que más le
convenía, el PSOE resucitaba de nuevo a Gabilondo; es decir, reconocía
anticipadamente su derrota; a su izquierda, todo eran problemas. Más Madrid y
UP en horas bajas, escasa voluntad de acuerdo y con una izquierda social y
cultural desmovilizada. La presidenta de Madrid lleva meses preparándose para
esta confrontación política. Se ha opuesto de manera sistemática al Gobierno de
Sánchez, organizando un bloque social muy amplio con todos los presuntamente
perjudicados por las políticas anti pandemia y culpabilizándolo de los males de
Madrid. “Madrid contra Madrid”. Se trata de otra forma de “secesionismo de los ricos”
practicado por una oligarquía madrileña que ha convertido el “capitalismo de
amiguetes” en una estrategia de masas.
Rápidamente las
encuestas han respaldado la iniciativa de Ayuso. Las derechas pensaban que su
mayoría absoluta estaba garantizada. En las izquierdas de este Madrid bajo
dominio neoliberal crecía la desmoralización, el pesimismo y el hartazgo. Al
final, el problema sería saber si UP tenía grupo parlamentario o desaparecería
como referente alternativo de la izquierda. En resumen, continuar la tendencia
ya iniciada en Galicia, en Euskadi y, en menor medida, en Cataluña.
La decisión de
Pablo Iglesias de abandonar el gobierno y presentarse como candidato a las
elecciones autonómicas de Madrid es una noticia importante. Por lo pronto,
rompe el marco construido por Ayuso en estos días y manda un mensaje de
esperanza, de aliento y de movilización en momentos nada fáciles. Una decisión
como esta responde a razones complejas que aquilatan un juicio político y
obligan, al final, a una definición. Hacer política es decidir. Si algo
caracteriza a Pablo Iglesias es crecerse en las dificultades y no aceptar
pasivamente el decurso de los acontecimientos.
¿Qué ha podido
pesar para tomar una decisión tan arriesgada y audaz a la vez? En primer lugar,
los límites de UP en el Gobierno de Pedro Sánchez. Por activa o por pasiva, el
PSOE ha ido jugando sus cartas evitando cumplir con los aspectos más
progresivos del programa acordado, retardando las reformas y debilitando sus
contenidos; sigue favoreciendo -lo de Murcia es muy significativo- la relación
con Ciudadanos, más para ningunear a UP que agudizar los conflictos con las
derechas. Se ha hablado en estos días de adelanto de las elecciones y de una
cierta tregua que tenía mucho que ver con los fondos europeos y su reparto. En
segundo lugar, la situación de UP no es nada brillante. Hacía falta un
revulsivo, un hecho relevante que marcara una discontinuidad, una ruptura. La
decisión de Ayuso la ha posibilitado. Pablo Iglesias se la juega porque sabe
que tiene que reinventarse de nuevo. No es solo Madrid, es el proyecto en
sentido fuerte el que no debe ser clausurado.
No sé qué ha
significado para Pablo Iglesias la acción de gobierno y la gestión de los
conflictos con un partido como el PSOE. Le hemos visto, una y otra vez,
criticando el inmenso poder de los grupos económicos dominantes y su fuerte
control de los medios de comunicación. Ha señalado que una parte del Gobierno
estaba siendo influenciado por estos grupos económicos y que las modestas
reformas emprendidas no cuajaban. La identidad republicana ha sido subrayada
con fuerza y no ha tenido inconveniente en poner en cuestión la calidad de
nuestra democracia a propósito de un personaje como Piugdemont. Ser gobierno y,
a la vez, oposición no es algo que pueda durar mucho tiempo.
Con esta decisión
Pablo Iglesias manda varios mensajes a la vez: no es un político al uso y está
dispuesto a arriesgar en un combate difícil, con todo en contra y con escasos
triunfos a conseguir; que le importa poco la erótica del poder y los oropeles
de una vicepresidencia cuando de lo que se trata es de dar la cara y apostar
por una propuesta encarnada en las clases populares; que no se puede consentir,
como han hecho otros, el triunfo de las derechas sin combatir, sabiendo -él lo
sabe- que solo se pierden las batallas que no se dan y que un gran enemigo (la
oligarquía madrileña) es lo que te hace grande.
Comienza una nueva
etapa en Unidas Podemos. No sabemos cuánto durará el Gobierno de coalición sin
Pablo Iglesias. La palabra clave, a mi juicio, es reconstrucción. Poner en pie
un nuevo proyecto nacional-popular recomponiendo vínculos sociales,
reinsertándose con más fuerza en los territorios, movilizando a las alicaídas
agrupaciones. Solo la acción colectiva es capaz de generar ilusión, convertir
la esperanza en fuerza política es la tarea del momento. Un acuerdo entre Más
Madrid y Unidas Podemos, con todas las dificultades que ello implica, sería la
señal de un nuevo inicio y de una apuesta clara por hacer política a lo grande.
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