EUROPA NO FUNCIONA Y ALEMANIA
JUEGA CON FUEGO
JUAN TORRES LÓPEZ
La decisión del Tribunal Constitucional alemán prohibiendo que el jefe del Estado ratifique el acuerdo de ampliación presupuestaria para financiar el fondo de recuperación europeo es muy importante, mucho más de lo que parece.
Mientras se mantenga, suspende la emisión de deuda y, por tanto, la distribución de los subsidios y ayudas que estaban previstas por valor de 750.000 millones de euros, algo verdaderamente grave, porque puede suponer que no empiecen a recibirse, si es que llegan a hacerse efectivos, hasta 2022. Pero es más relevante aún porque vuelve a manifestar abiertamente dos grandes problemas que las autoridades europeas no parece que quieran afrontar.
En primer lugar, la
decisión del Constitucional es una prueba más de que la Unión Europea no
funciona o que, si lo hace, es a trancas y barrancas y saltándose continuamente
sus propias normas de actuación.
En la situación
sanitaria, social y económica más grave de su historia, la Unión Europea se
muestra incapaz de actuar con eficacia y dar la talla a la hora de vacunar,
ayudar y promover las inversiones necesarias.
En Estados Unidos
se han administrado 32,6 dosis por cada 100 habitantes y el gigantesco plan de
rescate de Biden que moviliza 1,9 billones de dólares ya está aprobado y en
marcha. En la Unión Europea, por el contrario, solo ha habido alguna dosis de
vacuna para el diez la población, solo trece países de los veintisiete países
de la Unión han aprobado el procedimiento de puesta en marcha del Fondo de
recuperación y ninguno ha presentado hasta el momento su plan nacional de
reformas e inversiones.
Y lo que es peor,
el procedimiento establecido para impulsar la recuperación va a suponer un
incremento tan brutal de la deuda que obligará a que la mayoría de los países
realicen ajustes sin precedentes dando lugar -si no se toman otras medidas- a
una nueva recesión cuando salgamos de la pandemia.
Sin embargo, la
decisión del Constitucional alemán revela un segundo problema aún más
preocupante que la paralización de los planes de recuperación y la forma en que
se han diseñado: el modelo de la unión monetaria europea que impuso Alemania en
su propio beneficio es insostenible por una sencilla razón. Para mantenerlo,
resulta obligado realizar operaciones que son contrarias a la letra de los
Tratados y a la retórica que los dirigentes alemanes han sembrado entre sus
conciudadanos para convencerlos de las bondades del euro.
El problema tiene
que ver con un postulado de la teoría económica que es algo complejo pero que
voy a tratar de resumir de la manera más sencilla y rápida posible.
Alemania (y otros
países del centro de Europa, como Países Bajos) ha sido siempre un país con
grandes superávits comerciales gracias a su enorme potencia industrial y
comercial.
Cuando disponía de
moneda propia no podía mantener esa situación permanentemente porque, cuando
eso ocurría, el marco se apreciaba constantemente y entonces se encarecían sus
ventas al exterior. De 1980 a 2000 el maro se apreciaba constantemente (casi
dobló su cotización respecto a la peseta) y eso hizo que su superávit tan solo
pasara del 0,57% al 2,8% en ese periodo.
Sin embargo, la
pertenencia a una unión monetaria en situación de mayor poderío económico y
político le reporta un gran beneficio: como el superávit de Alemania tiene que
ir de la mano del déficit de otros países de la unión con los que comercia,
resulta que el efecto depresor del superávit global de la unión (en su mayor
parte, consecuencia del alemán) se distribuye y Alemania lo paga en mucha menor
parte que si tuviera moneda propia (su superávit comercial fue del 6,6% en
2019, un porcentaje que nunca llegó a tener antes del euro).
El problema aparece
en los países más débiles económicamente y que tienen déficits, como España.
Con moneda propia, resuelven la situación mediante la depreciación de la
moneda. Es la competitividad de los pobres, ciertamente, pero la vía, al fin y
al cabo, que les permite salir adelante sin incrementar su desequilibrio.
La apreciación de
la moneda de países con superávit y la depreciación de los que tenían déficits
era lo que explicaba que, antes del euro, España y Alemania tuvieran niveles de
deuda más o menos equivalentes.
Cuando se crea una
unión monetaria con países que siguen esas dos tendencias contrapuestas el
problema que se plantea está claro: los que tienen superávit van a poder seguir
teniéndolo pero los que registran déficit ya no solo no van a poder depreciar
la moneda sino que van a tener que cargar con una apreciada que agudizará su
desequilibrio. Entonces, solo caben tres posibilidades: o se establece un
mecanismo de redistribución muy potente (como el que hay en Estados Unidos que
es otra unión monetaria) para equilibrar, o los países deficitarios aumentan su
desequilibrio comercial o asumen unos ajustes de salarios y gasto permanentes
que dispara el endeudamiento. Es lo que le ha ocurrido a España desde que está
en el euro: ha aumentado su déficit comercial (del 2,8% del PIB en 2000 al
9,23% en 2007, cuando comienza a endeudarse) y la deuda (del 35,8% del PIB en
2007 al 95,5% en 2019).
Alemania nunca
quiso que la unión monetaria del euro dispusiera de un mecanismo de
redistribución potente, es decir, de una política presupuestaria y fiscal
común. Por un lado, pensaba que podría imponer a los países deficitarios
suficiente disciplina para que no se endeudaran en demasía. Y, por otro, la
necesidad de ese endeudamiento de los deficitarios era una buena ocasión para
que los bancos alemanes hicieran negocio colocando en ellos su superávit en
forma de créditos.
Sin embargo, la
situación se le fue de las manos a Alemania, como es bien sabido, cuando la
crisis de 2008 disparó la deuda, lo mismo que ha sucedido ahora (en mayor
medida) con la pandemia.
En 2008, Alemania pudo
convencer al resto de sus socios europeos de que la causa de los problemas que
se estaban viviendo era su enorme deuda, cuando en realidad eso era la
consecuencia, y estableció las políticas de austeridad. Pero estas, como era
lógico que ocurriera, no solo no limitaron la deuda sino que la aumentaron,
hasta el punto de poner en peligro la estabilidad general de euro. Sin querer
modificar el encuadre general de la unión solo quedaba una salida, la
intervención del Banco Central Europeo para impedir que siguiera subiendo la
prima de riesgo.
Así se llegó al
momento culminante. El 26 de julio de 2012 Mario Draghi, entonces presidente
del Banco Central Europeo, declaró con firmeza: "haré todo lo que sea
necesario para evitar la ruptura del euro y, créanme, será suficiente".
Efectivamente, lo
hizo y lo hizo bien, pero saltándose a la torera el artículo 123 del Tratado de
Funcionamiento de la Unión Europea que prohíbe expresamente que el Banco
Central Europeo financie a los gobiernos.
Desde entonces, el
Banco Central Europeo ha sido quien ha tenido que salvar la situación actuando
como lo que debe ser un banco central normal y corriente, la fuente de
financiación de los gobiernos cuando resulta necesario. Algo que se ha
acentuado en la pandemia cuando esta necesidad, como es bien sabido, se ha
hecho imperiosa. La prueba evidente de ello es que el Banco Central Europeo ha
pasado a poseer entre el 20% y el 33% de la deuda de los grandes países de la
Unión.
Todo esto demuestra
que Alemania está jugando con fuego en la Unión Monetaria. Quiere aprovecharse
de ella pero no está dispuesta a establecer los mecanismos de reequilibrio sin
los cuales, o los países gracias a los que tiene superávits se van al garete, o
se hace precisa una intervención del Banco Central Europeo que es contraria a
los Tratados y, además, insostenible porque no puede seguir dándose
ilimitadamente.
Para poder
justificar esa posición tan inestable y contradictoria, los dirigentes alemanes
han tenido que sembrar un discurso bien conocido: los países del sur son unos
manirrotos que no saben administrar sus recursos y a los que, por tanto, hay
que disciplinar y atar en corto para que no derrochen el dinero.
Un discurso absurdo
y que ahora se le vuelve en contra. Absurdo porque nadie puede entender que una
nación tan inteligente y poderosa como Alemania se haya podido asociar y unir
su destino con países tan nefastos, que nada le proporcionan y que le cuestan
tanto dinero. Y un discurso que se vuelve en contra de Alemania cuando se llega
a una situación extrema, como la de ahora.
Alemania es, en
realidad, la primera interesada en que esos países deficitarios, como España,
se mantengan en el euro y por eso no se contempla en las leyes que un país se
pueda salir de la unión monetaria. Es la única manera, como he dicho, de que
pueda seguir manteniendo superávits, pero eso no se puede conseguir sin violar
las condiciones de partida, las reglas del juego que la propia Alemania impuso.
La decisión del
Constitucional alemán es un nuevo aviso: la cuerda se está tensando demasiado y
no se puede seguir disimulando por más tiempo que el Banco Central Europeo está
haciendo una política económica que de ninguna manera entra en las competencias
que le dan los Tratados, por muy conveniente y adecuada que esté siendo para
salvar al euro.
Lo que nos dice la
decisión que acaba de tomar el Tribunal Constitucional está muy claro: el
modelo actual del euro tiene las horas contadas. O se reforma en profundidad
para convertirse en una auténtica unión monetaria, o explota, bien como
consecuencia de sentencias constitucionales, bien por la crisis y la
divergencia brutal que va a provocar entre los diferentes países que la forman.
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