AZNAR Y RAJOY, PRESIDENTES DON NADIE
DAVID BOLLERO
Las declaraciones de José Mª Aznar y Mariano Rajoy en la Audiencia Nacional retrataron a dos presidentes del Partido Popular (PP) que pintaban más bien poco en el partido. Según sus testimonios, no ordenaron prácticamente nada, no tuvieron conocimiento de cuanto pasaba dentro del partido y por no hacer, ni siquiera agradecían a los donantes de peso –grande empresarios- sus detalles con la formación política. Rajoy, incluso, negó conocer quiénes eran los grandes donantes, fueran legales o no, del PP. Unos don nadie, vaya.
La gran diferencia
entre Aznar y el resto de los comparecientes, incluido Rajoy, es que él no
niega la existencia de los papeles de Bárcenas, sino que alega desconocimiento
de los mismos. Aznar afirmó que "no he conocido ninguna contabilidad B del
PP, solo he conocido la contabilidad oficial", a pesar de que dicha
contabilidad B ya ha sido ratificada por el Tribunal Supremo (TS). Rajoy, por
su parte, se alineó con el discurso negacionista del resto de altos cargos,
negando incluso lo que el TS ya ha demostrado, lo que sin duda no ayuda a su
veracidad.
Por desconocer y no
tomar parte, Rajoy afirmó no haber participado ni siquiera en la decisión de
reformar la sede del PP en Génova, a pesar de que su coste fue millonario, de
los que según la investigación 1,5 millones de euros se habrían pagado en
negro. Sí admitió, al menos, la consulta de su compra en 2006, que ascendió a
37 millones de euros.
"Yo estaba en
los grandes temas, en los temas políticos", afirmó Rajoy, sin importarle
cuánto y de dónde llegaba el dinero para las campañas electorales, algunas de
las cuales, como confirmó la sentencia de Gürtel, se financiaron ilegalmente.
El PP que dibujaron tanto Aznar como Rajoy es un partido cuyo rumbo no dependía
de ellos, en el que se autorretrataron como peleles donde eran teledirigidos
por otros poderes internos que desconocen o, incluso, no recuerdan.
Tras el tono
chulesco y retador de Aznar no había más que la cobardía de quien miente,
ocultándose tras una mascarilla que no tenía ninguna justificación al
encontrarse sólo en casa. Hasta en eso mintió quien fue capaz de ver armas de
destrucción masiva en Irak a miles de kilómetros de distancia y fue incapaz de
ver los sobres con dinero B que circulaban delante de sus narices: aseguró
llevar mascarillas porque él siempre respeta las normas y recomendaciones
sanitarias –que no dictan tal medida-, a pesar de que en pleno confinamiento
violó el estado de alarma viajando hasta su segunda residencia en Málaga.
La actitud de Aznar
fue la del niño repelente y desafiante que replica a sus mayores creyendo
saberlo todo cuando, en realidad, su estulticia lo deja en ridículo. Quiso
adoptar una postura ofensiva, rozando la esquizofrenia paranoide como si los
abogados de la acusación popular le interrogaran por ser ultraconservador
cuando, en realidad, lo hacían por haber sido presidente de un partido en el
que la corrupción campaba a sus anchas durante su mandato.
Ante estas
pataletas pueriles, el juez tuvo que atizarle varios cogotazos dialécticos,
callándole literalmente la boca e indicándole lo irrelevante de sus
comentarios. Por patinar, hasta patinó Aznar mostrando su ignorancia de los
procesos judiciales al creer que no tenía que rendir cuentas ante la Fiscalía o
la Abogacía del Estado.
Como cabía esperar,
Aznar negó todo, hasta el testimonio del exdiputado del PP Jaime Ignacio del
Burgo al asegurar que fue él quien
ordenó pagar sobresueldos en metálico durante años al al consejero navarro Calixto
Ayesa. Ordenar pagos "no entraba dentro de mis competencias, de mis
funciones ni de mis responsabilidades", sostuvo.
La altanería de
Aznar mostró su verdadera naturaleza, afirmando no sólo desconocer qué hicieron
sus sucesores sino, además, no importarle nada, a pesar que lleva años
queriendo seguir metiendo mano en el PP y ha mostrado su apoyo participando
activamente en actos de partido. En definitiva, Aznar hace ahora con su propio
partido lo que ha hecho siempre con la democracia: utilizarla cuando conviene a
sus intereses y, cuando no, sacúdirsela de encima.
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