EL PLEBISCITO EN COLOMBIA: UNA OPORTUNIDAD PERDIDA
ATILIO BORÓN
El resultado del
plebiscito colombiano reveló la profundidad de la polarización que, desde el
fondo de su historia, caracteriza a la sociedad colombiana. También, la grave
crisis de su arcaico sistema político incapaz de suscitar la participación
ciudadana que ante un plebiscito fundacional -¡nada menos que para poner fin a
una guerra de más de medio siglo!- que apenas si logró que una de cada tres
personas habilitadas para votar acudiera a las urnas, una tasa de participación
inferior a la ya de por si habitualmente baja que caracteriza a la política
colombiana. La del día de ayer fue la mayor abstención en los últimos veintidós
años y su resultado fue tan ajustado que hizo que la victoria del NO, como
hubiera ocurrido ante un eventual triunfo del SI, sea más un dato estadístico
que un rotundo hecho político. Los partidarios del SI habían dicho que lo que
se necesitaba para consolidar la paz era una amplia victoria, que no bastaba
simplemente con superar en votos a los partidarios del NO. Lo mismo cabe decir
de sus oponentes. Pero nadie logró ese objetivo, porque la diferencia de un 0.5
% a favor del NO podría sociológicamente ser considerada como un error
estadístico y que un nuevo recuento de votos podría eventualmente llegar a
revertir.
El plebiscito en
Colombia: una oportunidad perdida
Es prematuro
brindar una explicación acabada de lo ocurrido. Habría que contar con
información más pormenorizada que por el momento no está disponible. Pero no
deja de ser sorprendente que el anhelo de la paz, que era algo que cualquiera
que haya visitado Colombia podía percibir a flor de piel en la gran mayoría de
su población, no se haya traducido en
votos para ratificar esa voluntad pacifista y refundacional de un país sumido
en un interminable baño de sangre. En lugar de ello la ciudadanía reaccionó con
irresponsable indiferencia ante la convocatoria para respaldar los acuerdos
trabajosamente conseguidos en La Habana. ¿Por qué? Algunas hipótesis deberían
apuntar, en primer lugar, a la baja credibilidad que tienen en Colombia las
instituciones políticas, corroídas desde largo tiempo por la tradición
oligárquica, la penetración del narcotráfico y el papel del paramilitarismo.
Este déficit de credibilidad se expresa en una retracción del electorado, tanto
más importante cuanto más alejadas se encontraran de las zonas calientes del
conflicto armado las regiones en las cuales el NO triunfó con holgura. En
cambio, aquellos departamentos que fueron teatro de operaciones de los
enfrentamientos se manifestaron mayoritariamente a favor del SI. Para decirlo
en otros términos: allí donde los horrores de la guerra eran experimentados sin
mediaciones y en carne propia –principalmente las regiones agrarias y
campesinas- la opción por el SI triunfó de manera aplastante. Tal es el caso del
Cauca, con el 68 % votando por el SI; el Chocó, con 80 % por el SI; Putumayo,
66 % por el SI; Vaupes, 78 % por el SI. En cambio, en los distritos urbanos en
donde la guerra era apenas una noticia que divulgaban los medios, satanizando
de manera implacable a la insurgencia, quienes acudieron a las urnas lo
hicieron para manifestar su rechazo a los acuerdos de paz.
Lo anterior remite
a una segunda consideración: la debilidad del esfuerzo educativo hecho por el
gobierno colombiano para explicar los acuerdos y sus positivas consecuencias
para el futuro del país. Esta falencia había sido señalada por diversos
observadores y protagonistas de la vida política de ese país, pero su llamado
de atención al presidente Juan M. Santos fue desoído. El confiado optimismo que
primaba en los círculos gubernamentales (y también en algunos sectores cercanos
a las FARC-EP) unido a la imprudebte confianza puesta en los pronósticos de las
encuestas -que, una vez más, fracasaron escandalosamente- hizo que se
subestimara la gravitación de los enemigos de la paz y la eficacia de la
campaña basada en el visceral rechazo a los acuerdos promovida por el uribismo.
El papel desempeñado por la derecha vinculada al paramilitarismo y los medios
de comunicación, mismos que reprodujeron sin cesar las acusaciones de
“traición” dirigidas al presidente Santos, galvanizaron un núcleo duro opuesto
a la ratificación de los acuerdos que pese a ser minoritario en el conjunto de
la población logró prevalecer porque sus adherentes acudieron masivamente a las
urnas, mientras que sólo una parte de los que sí la querían se atrevieron a
desafiar las inclemencias del tiempo y fueron a votar. Persuasiva resultó ser
pues la “campaña de terror” orquestada por la derecha, que en sus ominosas
caricaturas presentaba al comandante Timoshenko ya investido con la banda
presidencial y presto a imponer la dictadura de los “terroristas” sobre una
población indefensa y sumida en la ignorancia, misma que encontró en el voto
por el NO el antídoto necesario para conjurar tan pavorosa amenaza.
En suma: es
imposible abstraerse de la sensación de frustración que provoca este resultado.
Como se dijo una y mil veces, la paz en Colombia es la paz en América Latina.
Tremenda responsabilidad le cabe a las FARC-EP ante este deplorable resultado
electoral. La sensatez demostrada por la guerrilla en las arduas negociaciones
de La Habana deberá ahora pasar por una nueva prueba de fuego. Y es de esperar
que la tentación de retomar la lucha armada ante el desaire electoral sea
neutralizada por una actitud reflexiva y responsable que, desgraciadamente, no
tuvo la ciudadanía colombiana. Las declaraciones del comandante Timoshenko
ratificando que ahora las armas de la insurgencia son las palabras permiten
albergar una semilla de esperanza. Lo mismo las manifestaciones de la
dirigencia del ELN y la alocución del presidente Santos poco después de
conocidos los resultados del plebiscito. Ojalá que así sea y que esta guerra de
más de medio siglo, que a lo largo de estos años tuvo un costo equivalente a
casi la mitad del PBI actual de Colombia; que despojó de sus tierras y desplazó
de sus hogares a casi siete millones de campesinos; que produjo 265.000 muertes
oficialmente registradas; que victimizó por la vía indirecta a dos millones y
medio de menores de edad; que esa pesadilla, en suma, que ha enlutado a la
entrañable Colombia pueda hundirse definitivamente en el pasado para abrir esas
grandes alamedas evocadas por el heroico presidente Salvador Allende por donde
habrán de pasar los hombres y las mujeres de Colombia para construir una
sociedad mejor. Ayer se perdió una inmejorable oportunidad para avanzar por el
camino de la paz. Habrá otras, sin duda alguna.
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