EL ARTE DE MIRAR, VOYERISMO
ROSARIO VALCARCEL
..Si, estaba en lo cierto. Detrás de la arboleda el ruido se
podía percibir con más claridad. Apartó cuidadosamente una de las ramas y, al
ver cuál era el origen de aquellos ruidos, se sobresaltó.
En una zona poco profunda del arroyo, un hombre, de espaldas a
Marie, se lavaba todo el cuerpo desnudo. Al ver como se agitaban los músculos
de los glúteos, la mujer exhaló un suspiro y, casi sin darse cuenta, se llevó
una mano a los pechos y la otra al bajo vientre. Cuando vio que se daba media
vuelta se excitó sobremanera… Vicios Privados de Jocelyn Joyce.
El Voyerismo, también llamado inspeccionismo es la práctica de
obtención de placer a través de mirar o espiar a terceras personas. Se le llegó
a considerar una “perversión”. El voyer suele observar la situación desde
lejos, bien mirando por la cerradura de una puerta, o por un resquicio, o
utilizando medios técnicos como un espejo, una cámara. La masturbación suele
acompañar, al acto voyerista. El riesgo de ser descubierto actúa, a menudo,
como un potenciador de la excitación.
Algunas veces esa acción de espiar puede llegar a convertirse en
una parafilia caracterizada por intensas necesidades y fantasías sexualmente
excitantes que implica el hecho de observar ocultamente a personas desnudas,
que se están desnudando o que se encuentran en plena actividad sexual. Suelen
actuar en desacuerdo con estas necesidades y se encuentran muy perturbados por
ello, pero no lo pueden controlar. No buscan ningún tipo de relación con la
persona observada y, por lo tanto se masturban.
Se ha dicho con frecuencia que una auténtica liberación sexual
en el cine provocaría, por saturación la desaparición de la pornografía. Eso
supone despreciar el voyerismo: la mirada es también un acto y no solo el
síntoma de una frustración. No hay que olvidar que el acto de mirar sin
consentimiento, de ser testigos de cada una de las historias desde la
incorrección que supone el espiar vidas ajenas, constituye un obvio atractivo
para el espectador. Es el placer del voyeur, de ver sin ser visto.
En la película “La ventana indiscreta” dirigida y producida por
Alfred Hitchcock podemos observar una brillante obra sobre el voyerismo.
Recrearnos en el poder erótico de la expresión, de la ausencia de sonido,
dramáticamente justificada ya que nos coloca de modo exacto en la situación de
ese mirón y proporciona la ilusión de escenas realmente captadas de
improviso. El mismo año en que se
publica “La ventana indiscreta” al otro lado del charco Georges Simenon escribe
“La mirada indiscreta” (La fenêtre des Rouet), que no ve la luz hasta que
termina la II Guerra Mundial en 1945. Curioso la similitud de las dos obras,
aunque es prácticamente imposible, y más con la guerra de por medio, que
Simenon conociera el relato de Wollrich. Estamos, pues, ante dos grandes autores
que casualmente, al mismo tiempo y con propósitos y estilos muy distintos,
crearon dos personajes y dos situaciones similares.
“Vouyer”
quiere decir en francés “ver”, “mirón”. La pornoscopia sería otra insana ocupación, estrechamente ligada
al voyerismo, de buscar el placer, de forma preferente o exclusiva a través
de la contemplación o lectura de
material pornográfico (libros, grabados, cuadros, esculturas, películas,
vídeos… Por ejemplo un voyer puede excitarse entreviendo penes en un urinario
público.
Se decía que cuando la
concubina Andrómaca montaba como de jinete al héroe troyano Héctor, los
esclavos, con el oído pegado a la puerta, se masturbaban. Más recientemente la
gente de posición compraba cuadros de pintores famosos que hoy nos parecería de
suma candidez, pero que en la época, eran el no va más del erotismo perverso.
Y hablando de voyerismo me he acordado de un sastre llamado
Peeping Tom a quien se le atribuye el mérito de ser el primer voyeur. Se cuenta
que Lady Godiva, esposa de Leofrico, conde de Chester, con quien se había
casado hacia el año 1040. De acuerdo con el cronista del siglo XIII, Roger de
Wendower. Godiva (Godgifu en anglosajón, regalo de Dios), rogó a su cónyuge que
disminuyera los impuestos que abrumaban a los habitantes de Coventry; el conde
accedió, pero con la condición de que la bella rubia atravesase desnuda las
calles de la ciudad a lomos de un precioso caballo blando, cosa que hizo
cubriéndose únicamente con su larga cabellera.
Y según cuentan, los habitantes, en un acto de solidaridad, se
encerraron en sus casas y evitaron mirarla. Sólo la vio Peeping Tom el
indiscreto, que se quedó para mirarla. Desde entonces ha sido llamado Tom el
fisgón.
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