DIVAGACIONES DE UNA TARDE DE VERANO...
DUNIA SÁNCHEZ
El sol viene. Viene con sus alas de bronce coronando nuestros
pasos a través de cada esquina. La calma golpea en nuestros rostros acicalados
por un beso que se extingue, que se difumina, que se pierde en las huellas sin
rastros. Ahora solos avanzamos. Sí, avanzamos contra una ventolera que
precipita rosas sin pétalos pero logramos aun en el minúsculo llamamiento de la
esperanza absorber de su último aroma.
Los rayos inciden sobre nuestros ojos y eclipsamos por unos instantes
nuestra mirada sobre ese océano eterno. Suspiramos. Respiramos hondo hasta
llegar a nuestra conciencia. Ella saboreará todo ese amor ido, toda esa caricia
evanecida en el interior de un cuenco de lágrimas. Caminamos, seguimos nuestro
ritmo lento y cierto con la entrega a la vida. Todo es pasajero. Solo queda
algún resquicio insignificante del goteo del ayer. Un gotear que se va, que va…
A las profundidades de la nada. Chas, hacemos un hoyo. Un hoyo muy profundo y
de ahí nacerá esas raíces que nos edificaran el mañana. Un mañana incierto,
donde merodea la rabia y la impotencia. Dan las noticias. Escuchamos.
Escalofríos, temblor, caídas, ahogamiento. El mundo gira y gira. Sin entender
que es preciso anunciarnos en la calma que golpea en nuestros rostros. El
último beso se fue. Ya. Ya. Qué más da. Ahora somos incertidumbre de la pena de
los otros. Sí , de aquellos que en un campo de refugiados son envueltos en
sábanas blancas de muerte. Sí, de muerte. Y más llantos. Y más agonía. Danzad.
Danzad. Elevemos nuestras manos al canto libre, al canto de la paz. Seamos
murallas infinitas a las armas, a las guerras. La humanidad con sus mismos
errores. Siempre. Siempre. Una y otra vez. Una y otra vez. Seamos murallas
infranqueables al lamento, a la herida, a las fosas comunes. Sed. Tenemos sed.
Sed de esperanza. No. No. El gemir de un niño roto estalla en las sienes. No.
No. Qué somos. Seamos murallas donde se
respira ese sol venido y nos enciende un halito de alegría.
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