lunes, 21 de octubre de 2024

BIPARTIJUECES

 

BIPARTIJUECES

ANÍBAL MALVAR 

 

Alberto Ortega / Europa Press

La tarea de nombrar innovaciones judiciales se complica cuando, en un país que presume de imparcialidad judicial, los magistrados del PP libran una encarnizada batalla pública e impudorosa contra los leguleyos del PSOE

Cuéntase que hubo un tiempo, en Macondo, en que las gentes fueron olvidando el nombre de las cosas. Lo solucionaron con etiquetas pegadas a objetos y animales sin darle mayor importancia. El terror llegó cuando fueron conscientes de que algún día también olvidarían los valores de la letra escrita.

El terror contemporáneo que a mí me aflige es antónimo al macondiano. No se me olvida el nombre de las cosas, pero crecen tantas cosas nuevas a mi alrededor que ya no sé cómo nombrarlas. Me pasa mucho con esos animalillos oscuros, caprichosos, aparentemente irracionales, de canto altivo, impredecibles y zoológicamente inclasificables llamados jueces.

Nuestros bravos togados ya nos obligaron a adoptar lawfare como animal semántico de compañía. Hasta hace pocos meses no se nos permitía usar el anglicismo, y en los medios y hasta en el parlamento era considerada palabra maldita. Al que la pronunciaba se le acusaba de herejía patriótica y era expulsado de las tertulias de Ferreras o mal mirado por la presidenta del Congreso, que yo no sé qué será peor. Quien susurraba lawfare estaba insinuando que no vivimos una democracia plena en España, y eso es casi terrorismo.

Hay que reconocer, en todo caso, que algo de razón tenían nuestros censores. Perseguir a rojos, catalanes y ladrones de gallinas es afición inmemorial de nuestros jueces. Tan saludable oficio inquisidor era practicado mucho antes de la llegada de ningún neologismo inglés. Cuando nuestros jueces de la pasada década perseguían arbitrariamente a Podemos (rojos), catalanes (1-O) y manifestantes (ladrones de gallinas), no estaban haciendo nada que no se hiciera desde siempre. No había motivo para llamarlo lawfare, como si nuestros togados adoptaran una costumbre anglomoderna. Se llama tradición y viene de muy lejos en la historia de nuestra judicatura.

Ya nuestros poetas del siglo de oro se burlaban y quejaban de sus jueces en el mismo tono en que lo harían hoy.

El día en que por fin los sabios nos permitieron pronunciar la palabra lawfare sin que nadie nos mirara mal y sin que Ferreras ni Armengol nos echaran a la calle, fue porque la empezaron a utilizar ellos

El día en que por fin los sabios nos permitieron pronunciar la palabra lawfare sin que nadie nos mirara mal y sin que Ferreras ni Armengol nos echaran a la calle, fue porque la empezaron a utilizar ellos. Solo entonces obtuvimos el permiso y pudimos gritar lawfare por los prados con cierta libertad.

Pero después del éxtasis casi carnal vino la meditación, y nos preguntamos por qué unos días antes no había lawfare y ahora el lawfare estaba en todas las bocas políticas, mediáticas y tabernarias.

Como gente minoritaria e inteligente que somos, al principio pensamos que se trataba de una pandemia en plan La invasión de los ladrones de jueces. Creativo pero infantil: no necesitan una invasión marciana nuestros jueces para parecer alienígenas.

Una vez normalizado el término lawfare, no se acabaron nuestras tribulaciones semánticas y areópagas. Porque, ¿cómo bautizar el hecho de que un presidente del Gobierno se querelle contra un juez por amor? Siendo Pedro Sánchez, handsomefare le iría de careta. ¿Monclofare, quizá? Muy soso. Los anglicismos para quien los trabaja. Aunque esta es una gran historia de amor, que seguro que acabará dando película, Lovefare suena a comedia estúpida de Muequitas Hugh Grant (con inevitable compañero de piso gay-gracioso). La vida judicial española nos deja sin palabras, en su reinventar incesante.

Ayer mismo, mientras escribía esto, la actualidad me obligaba a idear un nuevo anglicismo jurídico sin haber finiquitado el anterior. El Tribunal Superior de Madrid acaba de rechazar la querella de Pedro Sánchez contra el juez Juan Carlos Peinado, que anda registrando las medias de Begoña Gómez a ver si descubre alguna comprada ilegalmente a un mantero.

Unos jueces superiores denigran a un presidente que, por amor (el amor es querella), se ha querellado contra un togado enfebrecido que investiga porque sí a su mujer. Como filólogo algo inconcluso, yo, personal y mismamente, a esta victoria del lawfare sobre el lovefare, amparada por el Tribunal Superior de Madrid, le pondría el dulce nombre de haterlawfare.

La tarea de nombrar innovaciones judiciales se complica cuando, en un país que presume de imparcialidad judicial, los magistrados del PP libran una encarnizada batalla pública e impudorosa contra los leguleyos del PSOE

La tarea de nombrar innovaciones judiciales se complica cuando, en un país que presume de imparcialidad judicial, los magistrados del PP libran una encarnizada batalla pública e impudorosa contra los leguleyos del PSOE. Son bipartijueces. Pero aún no tengo nombre británico para el fenómeno en general. Qué mal tienen que estar haciendo las cosas nuestros jueces para que sus desvaríos los tengamos que pronunciar en lengua extraña.

Yo prefiero dejarme de anglicismos con toga y volver a Macondo. Olvidarme del nombre de todas las cosas. Y que las situaciones y las palabras vuelvan a ser tan inteligibles y llevaderas como las de Cien años de soledad.

 

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