martes, 17 de enero de 2023

EL DIARIO ‘EL PAÍS’ Y EL GOLPISMO ULTRA

 

EL DIARIO ‘EL PAÍS’ Y EL GOLPISMO ULTRA

Frente al diagnóstico lúcido de la amenaza que supone la ultraderecha para la democracia, sorprende que la prescripción sea tan ingenua. Al fascismo no se le combate con buenas formas, sino con toda la contundencia política

PABLO IGLESIAS

Q-Shaman, uno de los líderes del asalto al Capitolio

de los EE.UU. (enero 2021).

Alguien ha escrito en El País un editorial muy interesante a propósito de la fragilidad de las democracias.

Allí se dice: “Dos años después del asalto al Capitolio en Washington, un nuevo ataque protagonizado por hordas de extrema derecha a los principales centros de poder federal en Brasil ha activado todas las alarmas sobre la fragilidad de las democracias. El levantamiento insurgente contra el pacto democrático instigado por los partidarios de Jair Bolsonaro ya se había intentado sin éxito en Washington. Pero también en Alemania, en diciembre de 2022, cuando sus servicios de inteligencia frenaron a un conglomerado de funcionarios de extrema derecha y miembros retirados de las fuerzas de seguridad que pretendían ocupar lugares de poder institucional para derrocar a la república. La sucesión reciente de estos asaltos obedece a lógicas muy similares: la manipulación de los seguidores con realidades alternativas a través de las redes sociales, la inoculación en la opinión pública de la sospecha de elecciones robadas y la deslegitimación del adversario político a través de medios de comunicación o incluso de tribunales, junto al desprestigio sistemático de las instancias electorales que se pronuncian sobre los resultados de los comicios”.

 

No puedo estar más de acuerdo con la contundencia de esta línea editorial que reconoce que el golpismo de ultraderecha es un problema en América Latina, pero también en Europa y en EE.UU. y que además señala a los medios de comunicación y a la judicatura como dispositivos estratégicos de la derecha golpista.

 

Pero después de este párrafo, pareciera que hubiera llegado alguien a hablarle al oído al autor o autora de este editorial. Y así, de pronto, el golpismo de ultraderecha que se apoya en medios de comunicación, en jueces y en funcionarios pasa a ser “populismo”. Populismo es el término que la progresía mediática (y, en su momento, también Pedro Sánchez y el PSOE) usaban para referirse a la izquierda latinoamericana y a Podemos ¿A qué viene este giro en el editorial? Con un término tan claro como “ultraderecha” que todo el mundo entiende, ¿a qué viene introducir algo tan confuso, vago y equívoco como “populismo”, para hablar de algo tan inequívoco y constante históricamente como fachas intentando dar golpes de Estado?

 

En el editorial se dice, con razón, que “la proliferación internacional de golpes de Estado y el deseo deliberado de líderes iliberales de debilitar o incluso romper las reglas del juego democrático son una advertencia sobre la amenaza que la extrema derecha representa hoy para la democracia”. Pero lo que se receta en el mismo editorial para enfrentar al fascismo poco tiene que ver con una política antifascista, sino con evitar “ahondar en la división y el enconamiento que afecta de forma cada vez más profunda a un número mayor de democracias presuntamente blindadas”… Frente al fascismo, bajar los decibelios, buenas formas, evitar el ruido y decir que el populismo es muy malo. Reconocerán conmigo que es desesperante.

 

Sorprende que frente a un diagnóstico lúcido de una situación en la que la amenaza ultraderechista a la democracia es una realidad, la prescripción sea tan ingenua. Al fascismo no se le combate con buenas formas, sino con ideología y con toda la contundencia política que sea necesaria.

 

Lula acaba de destituir a todos los jefes de los medios públicos de Brasil. Así se combate el fascismo.

 

Coda: Hoy Ana Rosa ha ofrecido su programa a Vox para explicar su último ataque frontal contra los derechos de las mujeres en Castilla y León. Alguien debería recordar a las televisiones privadas que sus licencias son un bien público que depende de los representantes de los ciudadanos.

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