martes, 19 de junio de 2012

"METÁFORA DE LA PALABRA QUE CONFORMA EL LENGUAJE, EN METÁFORA Y SILENCIO...EN VOZ"


"METÁFORA DE LA PALABRA QUE CONFORMA EL LENGUAJE, EN METÁFORA Y
SILENCIO...EN VOZ"
Eduardo Sanguinetti, Filósofo y Poeta rioplatense


"NIETSCHE, BORGES Y CAEIRO"
LENGUAJE Y POESÍA

 ¿Es el silencio la puntuación de la voz
o es la voz la puntuación del silencio?

1
 Nietzsche escribió un ensayo deslumbrante. Escribió, cuando solo
tenía treinta años, un texto que anticiparía la explosión de la
filosofía del lenguaje en el siglo XX. Ese texto fue Sobre verdad y
mentira en sentido extramoral.
El ensayo se inicia con una fábula: la vida del hombre fue una breve
existencia en la inmensa eternidad del cosmos. El hombre, a pesar de
su minúscula condición, se siente orgulloso por el conocimiento, por
la “fuerza del conocimiento”, anota Nietzsche. Y entre los hombres, el
más soberbio, es el filósofo.
Como todos los animales, el hombre cuenta con una herramienta para la
supervivencia. Esa herramienta es su intelecto. El hombre está
ciegamente convencido que el intelecto es la mejor y la única manera
de relacionarse con la realidad. Nietzsche se burla de esa pretensión
y dice que cada especie del universo tiene la necesidad, desde su
sistema de apropiación de la realidad, de sentirse el centro del
mundo.
Según Nietzsche, el hombre usa el intelecto la mayoría de las veces
para la simulación. El hombre posee un misterioso impulso hacia la
verdad que lo lleva a inventar una designación “válida y obligatoria
de las cosas”. Pero olvida que él mismo ha creado las palabras y las
convenciones sobre los significados de las palabras.
Para Nietzsche, el lenguaje es un sistema arbitrario de designación de
las cosas. Toda palabra implica un doble salto metafórico. Toda
palabra implica dos traslados, dos metáforas. En primer lugar, se
trata del traslado de una excitación nerviosa a una imagen. En segundo
lugar, se transforma esa imagen en sonido.
La palabra, que en su origen es una metáfora, se convierte en
concepto. Y el hombre usa los conceptos para indagar la realidad y
construye con ellos lo que él mismo llama “verdad”. Para Nietzsche, el
hombre es un ser creador, un inventor. El hombre crea el significado
de los conceptos y después olvida que ha llevado a cabo ese
“comportamiento estético”, como dice Nietzsche.
La verdad no es la correspondencia entre las palabras y las cosas. La
verdad es un ejército móvil de metáforas, según la brillante metáfora
de Nietzsche. La verdad es la acumulación de las relaciones creadas
por el hombre.


2
Al parecer, Borges no leyó Sobre verdad y mentira en sentido
extramoral. Sin embargo, las ideas de Borges sobre el lenguaje rezuman
un inevitable perfume nietzscheano.
Como es sabido, el autor de Ficciones fue un asiduo visitante de las
páginas de Schopenhauer y de un fervoroso discípulo de Schopenhauer:
Fritz Mauthner . Mauthner nació en Bohemia, fue crítico literario y
autor de novelas. Desarrolló una filosofía cuyo centro especulativo
fue la teoría crítica del lenguaje. Para Mauthner, el lenguaje es un
falaz instrumento gnoseológico. Las palabras no denotan a las cosas;
el significado de las palabras es el resultado de la acumulación de
los usos.
No hay evidencia de un encuentro entre Nietzsche y Mauthner. Sin
embrago, existen notables resonancias entre el escepticismo de
Mauthner y la concepción de Nietzsche sobre el lenguaje.
Si Borges leyó a Mauthner, habiendo sido Mauthner discípulo de
Schopenhauer, y habiendo sido Nietzsche también discípulo de
Schopenhauer, no es imposible pensar en ecos entre la filosofía del
lenguaje de Nietzsche y la teoría de Borges sobre el lenguaje.
En su juventud, Borges publicó un libro titulado El tamaño de mi
esperanza. Con los años, Borges abjuró de ese libro por considerarlo
una excesiva apología del criollismo. Pero más allá de las defensas
exageradas, Borges escribió en ese tomo una filosofía del lenguaje
(entre otras teorías que encontramos en el volumen) que merece ser
considerada, ya que esa teoría lo acerca a algunas de las ideas de
Nietzsche. Escribió Borges en la página 56:
“El mundo aparencial es un tropel de percepciones barajadas. Una
visión de cielo agreste, ese color como de resignación que alientan
los campos, la acrimonia gustosa del tabaco enardeciendo la garganta,
el viento largo flagelando nuestro camino, y la sumisa rectitud de un
bastón ofreciéndose a nuestros dedos, caben aunados en cualquier
conciencia, casi de golpe. El lenguaje es un ordenamiento eficaz de
esa enigmática abundancia del mundo”.
Borges sostiene que el mundo es diverso y abundante. Y agrega a estas
cualidades del mundo el carácter enigmático de la realidad. Escribió:
“enigmática abundancia del mundo”. El mundo no sólo es abundante sino
que además esa abundancia es enigmática. Recordemos lo que escribió
Nietzsche en Sobre Verdad y mentira en sentido extramoral: El mundo es
una x, es una cosa en sí. Continua Borges: percibimos, acaso como el
sujeto de Berkeley, la infinita diversidad de rasgos del universo. Y
el lenguaje organiza el caos de las apariencias, el azaroso aparecer
de los fenómenos. Sin embargo, el orden que impone el lenguaje a las
cosas es artificial. Las cosas del mundo no poseen por sí mismas un
orden preestablecido. Como dijimos, Borges sostiene que el lenguaje
organiza el mundo, le impone un orden, le inventa una organización.
Hacia 1955, Borges publicó Otras inquisiciones . Incluyó en el libro
un ensayo titulado El idioma analítico de John Wilkins. Según Borges,
Wilkins busca un idioma que permita ordenar las infinitas cosas del
orbe. Sostiene que merece ser estudiado y dice que no está de acuerdo
con la omisión del trabajo de Wilkins en la Enciclopedia Británica.
Más adelante, describe cómo procedió el inglés en la creación de ese
idioma universal. Anotó Borges:
“Dividió el universo en cuarenta categorías o géneros, subdivisibles
luego en diferencias, subdivisibles a su vez en especies. Asignó a
cada género un monosílabo de dos letras; a cada diferencia una
consonante; a cada especie una vocal”.
Borges reconoce el valor de la empresa de Wilkins. Pero no deja de
advertir la inevitable arbitrariedad del idioma. A pesar de la
obsesiva y analítica ordenación propuesta, el idioma no logra
sobrepasar la condición misteriosa del universo. Anotó Borges:
“...no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y
conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el
universo”.
Este memorable pasaje del ensayo nos trae el eco del escepticismo de
Mauthner y de Nietzsche. Nietzsche había escrito:
“La cosa en sí es totalmente inaceptable para el creador del lenguaje,
y tampoco en modo alguno ambicionada”.
Borges nunca creyó que el lenguaje podía develar la realidad. En una
conferencia suscribió, secretamente, la concepción de Nietzsche:
“Erróneamente, se supone que el lenguaje corresponde a la realidad, a
esa cosa tan misteriosa que llamamos realidad. La verdad es que el
lenguaje es otra cosa” .
A pesar de creer que el lenguaje no puede develarnos el significado
del universo, Borges compartió con Mauthner una teoría. Según escribió
Jorge Panesi , Mauthner creía que el lenguaje no podía ser considerado
como instrumento del conocimiento pero si como vehículo de expresión
en la poesía. Borges, suscribió la hipótesis del alemán y dijo en la
misma conferencia:
“Cada palabra es una obra poética”.
Y, más adelante, dijo:
“El lenguaje es una creación estética”.
En Arte Poética , libro que recoge las seis conferencias que dio
Borges en la Universidad de Harvard, se lee:
“El poeta argentino Lugones, allá por el año 1909, escribió que creía
que los poetas usaban siempre las mismas metáforas... También dijo, en
el prólogo de un libro llamado Lunario sentimental, que toda palabra
es una metáfora muerta. Esta afirmación es, desde luego, una
metáfora”.
Borges cita a Lugones y suscribe las palabras del poeta. Para Borges,
como para Lugones, toda palabra es una metáfora muerta. Esta condición
de la palabra, no lo obliga a Borges a vituperar el lenguaje. Según el
autor de Ficciones, el poeta busca devolverle a las palabras el
encanto originario. Más modesto que el filósofo, el poeta aspira a
provocar emociones con las palabras-metáforas. Si para Nietzsche el
olvido de la condición metafórica de la palabra trae la ruina moral,
para Borges, en cambio, la experiencia del poeta con la
metáfora-palabra lo libra del tedio y le entrega la belleza del mundo.
Como Mauthner, Borges cree que el lenguaje es menos un instrumento de
conocimiento que un feliz vehículo para la experiencia poética 
3
El poeta portugués Fernando Pessoa soñó, desde su infancia, escritores
imaginarios. Llamó a esas invenciones heterónimos. El maestro de esos
escritores imaginarios y del propio Pessoa fue Alberto Caeiro. No sólo
inventó poetas el portugués sino que imaginó uno al que llamó su
maestro.
Escribió Pessoa en una carta a su amigo Casais Monteiro el 13 de enero
de 1935: “Perdóneme lo absurdo de la frase: había aparecido en mí mi
maestro”.
He decidido recordar los poemas de Caeiro porque creo que es un fiel
discípulo de Nietzsche. Critica, como el alemán, el intelectualismo de
la filosofía occidental y lleva al límite el desprestigio del
lenguaje. En su alegre apología de los sentidos, puede verse una
transfiguración del filósofo artista que quería Nietzsche. Acaso como
un místico de las sensaciones, Caeiro inicia un poema con una
declaración de principios:
“ Hay suficiente metafísica en no pensar en nada.

¿Qué pienso yo del mundo?
¡Qué sé yo lo que pienso del mundo!
Si me pusiese enfermo, lo pensaría”.
El poeta siente que la defensa del pensamiento trae la enfermedad. El
mundo no existe para ser pensado. Las cosas solo existen. Existen, en
todo caso, para ser percibidas, para ser sentidas sin la perniciosa
intromisión del pensamiento. El pensamiento es un obstáculo y un
engaño. Distorsiona la realidad y enferma a los sentidos. En el poema
II de la colección de poemas titulada El guardador de rebaños ,
escribió:
“ Creo en el mundo como en una margarita
porque lo veo. Pero no pienso en él
porque pensar es no comprender...
El mundo no se ha hecho para que pensemos en él
(pensar es estar enfermo de los ojos),
sino para que lo miremos y estemos de acuerdo...

Yo no tengo filosofía: tengo sentidos...”
Pensar es estar enfermo de los ojos, escribió Caeiro. Creo que este
verso es el reverso de la preclara operación de un filósofo griego:
según Borges, Demócrito se quitó los ojos para poder pensar.
Caeiro coloca a la filosofía en la posición contraria a la percepción
del mundo a través de los sentidos. Desde esta perspectiva, el poeta
es un nietzscheano. Es decir: el pensamiento, y la versión suprema del
pensamiento: la filosofía, niegan a los sentidos, niegan la relación
del hombre con la “abundancia del mundo”. Y Caeiro, como Nietzsche,
cree que es imprescindible defender el mundo de los sentidos. A pesar
de esta declaración, el yo del poema número V se sorprende de que lo
llamen materialista. Esa sorpresa obedece a un supuesto: la realidad
no posee clasificaciones, las cosas solo existen y los nombres
reproducen ilusorias taxonomías. Escribió:
“ Una vez me llamaron poeta materialista.
Y me extrañó, porque yo no pensaba
que se me pudiese llamar nada.
Yo ni siquiera soy poeta: veo”.
El poeta llevó al paroxismo su escepticismo respecto de las
ordenaciones del lenguaje. No sólo descree de los nombres de un estilo
literario (“poeta materialista”), sino también del nombre de poeta. El
poeta sería, según Caeiro, alguien que cree en las posibilidades del
lenguaje. Por tal razón, creo que Caeiro representa la posición
radical del escepticismo de Nietzsche y de Mauthner acerca del
lenguaje. No sólo desconfía Caeiro del lenguaje como instrumento de
conocimiento, sino también de la tarea del poeta. Caeiro se niega como
poeta. Sólo ve (“Yo ni siquiera soy poeta: veo”). Escribió en Poemas
inconjuntos:
“He comprendido que las cosas son reales y todas
diferentes unas de otras;
He comprendido esto con los ojos, nunca con el
pensamiento.
Comprenderlo con el pensamiento sería encontrarlas
iguales a todas”.
En estos versos se leen los tópicos de la defensa del mundo captado a
través de los sentidos. Comprender no con el pensamiento sino con los
sentidos permite recuperar la inconfundible diversidad del universo.
El pensamiento, como decía Nietzsche, niega las diferencias. El ojo,
en cambio, rescata lo que el pensamiento pierde. El ojo es una cifra
de los sentidos.
“Solo la naturaleza es divina y no es divina...
Si hablo de ella como de un ente
es que para hablar de ella tengo que emplear el lenguaje
              de los hombres
que otorga personalidad a las cosas.
Pero las cosas no tienen nombre ni personalidad:
existen...”
La naturaleza, la realidad no posee nombre ni personalidad. La
realidad es una equis, es innombrable. Caeiro vacila ante la
misteriosa condición del mundo. Esa es la razón por la que califica
como divina y no divina a la naturaleza (“Solo la naturaleza es divina
y no es divina...”). El lenguaje, instrumento incapaz de decir la
realidad, no puede ofrecer la clave para tratar con las cosas. La
contradicción asalta al poeta y lo disuelve. Sólo queda el silencio de
la percepción sensorial.
La consecuencia última de la filosofía del lenguaje de Nietzsche sería
el silencio. Caeiro cumple ese dictamen secreto.


1 comentario:

  1. Eduardo es un hombre imprescindible, gracias por compartir sus interesantes ensayos y tu nirada social siempre centrada en el bien común. Saludos para ambos.

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