jueves, 21 de junio de 2012

COMENTARIO DE MARIA TERESA DE VEGA SOBRE SU LIBRO "MERODEADORES DE ORILLA"


 
MERODEADORES DE ORILLA

COMENTARIO
de Maria Teresa de Vega

             Buenas tardes, gracias a todos por su presencia.

  Gracias por su presentación, toda ella llena de virtudes, de Damián H. Estévez, compañero en la tarea de escribir y amigo en la tentativa de que este libro encuentre sus lectores. Pues perdida entre esos merodeadores, sola ¿cómo podría concebir la estrategia feliz que  conduciría a aquel objetivo
Tú y yo, Damián, podemos estar hoy aquí porque en un principio fueron Izaskun Legarza y Ángel Morales. Muchas cosas buenas suceden porque existen estas dos personas, actores de primera línea en este teatro de la cultura. Es ya la librería de mujeres uno de los cuerpos de la lectura, este lugar la encarnación de la espera de que algo ocurra fuera del ámbito prosaico (presentaciones, lecturas de poemas, reuniones de estudiosos de la poesía o la novela) de lo que marcha en dirección contraria a las seducciones comunes de nuestra sociedad. Es Ángel Morales un personaje de una rara especie, alguien que empuja voluntades y mueve energías, alguien necesario en nuestro panorama literario que, al apostar por la literatura canaria, en grandísima parte la estimula. Que tiene un proyecto editorial. Que tiene un proyecto.
Como lo tiene la librera Izaskun. A ambos mi admiración sincera y mi agradecimiento.

En su prólogo a su libro Generación 21, y –afirma-, puesto que la poesía y el relato corto están suficientemente cultivados en las islas,  Ángel Morales quiere que (y se dirige tanto a escritores como a escritoras) el género literario de la novela cobre impulso en Canarias, que Canarias, a través de ella, se piense y sea un retrato de su sociedad. Insta a los escritores (repito, unas y otros) a emprender esa tarea novelística, ese largo aliento considerado como más apto para ser  “ese espejo que se coloca a lo largo del camino y que lo refleja etc.”, que decía Stendhal que era la novela. Todo esto sin menoscabo del relato breve, añade Ángel Morales. Y dice bien pues ahí están los cuentos de Raymond Carver, escritor del realismo sucio americano, que nos acerca una parte de esa sociedad. Además desea para sus cultivadores  canarios el empeño de la continuidad.
“Merodeadores...” es mi    novela, después de, en el campo de la narrativa, 2 libros de relatos. Y comienzo mi somero análisis de presentación, refiriéndome a algunas características recogidas en este prólogo de Generación 21, en el que A. M. se ayuda de los trabajos ensayísticos de otros autores (Sabas Martín, J.José Delgado) que han querido singularizar  la narrativa canaria 
Esta novela no es una novela realista al uso. Aparecen algunos episodios en que los personajes proyectan sobre los hechos, el espacio... sus sombras, su subjetividad de un modo más radical de lo que lo hace el común de los humanos. Y, hasta el momento, mi narrativa no está situada explícitamente en lugares de Tenerife, ni de Canarias. A este respecto decía A. M. que una característica relativamente reciente de la nueva generación de novelistas es la de situar la historia “sin complejos” en ciudades y localidades canarias perfectamente reconocibles.
No sucede así, como he dicho y ha señalado Damián, en “Merodeadores”. Pero no porque “con complejos” hubiera querido que mis personajes vivieran en las altas cumbres de una geografía prestigiosa, sino porque, hasta el momento, he necesitado crear mi propio territorio, en el que se mueven los personajes a placer según la intencionalidad de la novela. (No sé si esto tiene que ver con lo que Juan José Delgado llama la “territorialización del yo” (que tú mencionas, Ángel)). Es decir, mi historia necesitaba esa maleabilidad del espacio. Ahora bien, mi imaginario, a la hora de construir, está formado en una gran parte por diversos lugares de la isla, pero ya estilizados, convertidos en sitios donde muchas de sus características materiales se han desvanecido para dejar aquella o aquellas que se han fijado a mi imaginación. Por eso tampoco abundan los detalles que amueblan esos espacios.
Así, por ejemplo, uno de los episodios está creado “viendo” en mi mente la llamada “Playa del Llano” de Igueste de San Andrés (como era antes, sin los surfistas). Una playa que, en verano, con la marea baja es una espléndida extensión de fina arena negra. Algunos de los que están aquí saben que muchos de mis veranos de pasados tiempos, transcurrieron en esa localidad. Por eso, igualmente, otro episodio ocurre en una zona que llaman “El Purís”, cuando la costa se despide de Igueste y marcha hacia los siguientes lugares de Anaga. Por otro lado, en mi novela nos fugamos a lugares extranjeros, que aparecen con sus nombres propios, y quizás sea, como decía Pérez Minik, por esa necesidad del isleño de un prójimo distinto, del forastero, para no convertirnos en, textualmente, “Narcisos que solo saben cultivar la flor de su propia imagen”.  Terminando con este apartado de la filiación, creo que, con mucha o poca carne local, la insular alma canaria, si existe, aparecerá en lo escrito.
            Esta es una novela en la que varios personajes coinciden en un tiempo que se les volverá problemático a consecuencia de un suceso. Más allá de esta circunstancia, algunos de estos son aquello que se expresa en el título. “ Merodeadores” son los que no han conseguido, no ya su meta, sino un sitio en el que perdurar. Y no solo eso sino que se sienten impulsados a desaparecer. De ahí la segunda parte del título: de orilla. La orilla siempre es el límite a otra clase de mundo. 
Pero existen también personajes que, al contrario, quieren perdurar en ellos mismos, buscar un sitio, una dedicación para que ese proceso se produzca.  (Carsai, Lubben.) Es la otra cara de la existencia, a la que parece le gustan los contrapesos, el equilibrio del conjunto.      Y siguiendo con este ingrediente fundamental de la novela:
            Hay un personaje que vive en el oriente de Europa pero que guarda con esmero una segunda pertenencia situada en el occidente de esa misma Europa: un griego judío sefardita. A trocitos, aparece en el texto esta lengua, que es, básicamente, el español del siglo XV. Para darle voz, consideré el judeoespañol en escritos actuales, muy pocos, que pretenden conservarlo, en algún libro de cuentos y canciones tradicionales, además de estudios sobre sus características. Curiosamente encontré palabras que entonces podían sin escándalo ponerse en femenino, como la simpática y execrada en los días de hoy: “ miembras”, que hasta el ordenador, en un alarde de convencionalidad ovejuna, esa convencionalidad que reacciona ferozmente contra cualquier cambio y que olvida que la lengua está al servicio del y de la hablante y no al revés, el ordenador, como si tuviera colodrillo humano, asustado de cualquier extravagancia por pequeña que sea, subraya  una y otra vez en rojo.
           
            Resumiendo en relación con los personajes, alguno, como Andrés, está ausente de la vida, ha dejado de luchar –si alguna vez luchó- , no encuentra su sitio, si acaso, los lugares y las tareas lo van ocupando a él. Como una ficción de normalidad a la que se adhiere durante un tiempo.
            Como ya apunté antes, en oposición a estas “figuras” están los que conforman el contrapunto de vida. El alemán Lubben, cuyo decir no es adocenado, y que huyó de la vida que llevaba en un principio porque, aunque querida, suponía sufrimiento, porque no era la adecuada para él, y buscó una nueva vida. Si fuera necesario buscaría otra. Sus explicaciones pueden parecer absurdas, sin embargo tienen una base en las analogías por él observadas y que nunca, pues desconocemos la clave de nuestra vida y  nuestro universo, pueden ser desechadas.
            Así pues, el alemán Lubben, y el rumano Stefen Carsai. Estos, como la joven Damiana, necesitan una organización coherente de sí mismos, para la que tienen aliento. La duración  -el querer durar- es una manera de seguir, a pesar de los obstáculos, con lealtad al propio impulso primero. Es activa, conoce su rumbo, si bien no las distintas encrucijadas, en las que tendrá que reconocer, tarde o temprano, su camino.
            Este personaje rumano, Stefen Carsai, es quizá mi preferido. En estos tiempos, creo que todos hemos conocido rumanos, bien personalmente, bien a través de las noticias, generalmente no muy halagüeñas para los de esta nación. Afortunadamente, mi contacto principal con ellos ha venido a través de la enseñanza, alumnos y alumnas que gracias a su interés por mejorar, constituyeron un estímulo para mí. Hoy, más preocupados por la desintegración de nuestro bienestar que por subrayar los logros culturales de los europeos de la parte más alejada y pobre, conviene recordar a aquellos que iluminaron con su arte y su escritura momentos de nuestra vida: los rumanos de categoría internacional: Mircea Eliade, el dramaturgo Eugen Ionescu, Tristan Tzara, Emil Cioran. Brancusi.


            En cuanto a uno de los sucesos principales de la novela, aclararía lo siguiente:
            Las leyes por las que se rige la realidad que conocemos, no las conocemos todas Desconocemos las causas de determinados sucesos. Y muchos nos resistimos a considerarlos fortuitos.
            A diferencia de los que piensan que en el mundo reina, más allá de las leyes y principios desentrañados por la ciencia, el contingentismo total, para otros, su idea de la Naturaleza está fundada en el principio de la analogía. “Todo ( nos dice O. Paz que dice Baudelaire), en lo espiritual como en lo natural, es significativo, recíproco, correspondiente...” Esta idea de la vinculación entre los distintos órdenes del universo, en fechas posteriores ha ocupado otras manifestaciones teóricas, y nunca ha dejado de estar presente.
            No deja el asunto de ser difícil, pues según decía el filósofo Heráclito, a la naturaleza le gusta ocultarse.
            Sí, pero –me digo-, a la Naturaleza, también le gusta pensarse. Y sólo a través de los seres humanos puede hacerlo. Que existen arcanos mecanismos es, en este caso, un punto de partida. Un trocito, pequeñísimo, de cosmovisión quimérica, si bien como un juego de la ficción, aparece en este libro.  En otras palabras, en esta novelita hay una gota de metafísica que, consecuente con el desconocimiento arriba señalado, será de metafísica - ficción.


  
            ANDRÉS:  Se quiere suicidar. No queda claro por qué. Si bien recuerdos de su pasado apuntan a su padre. Este no es un personaje despiadado, pero en alguna ocasión, en cuestión importante para su hijo, ha actuado de forma injusta e inexplicable. Es el primer compañero perdido, el primero en grado y en el tiempo, que esperas que te escuche, que adivine lo sagrado en tu corazón y lo considere sin burla ni menosprecio. Es el primer interlocutor, el más grande. He hablado del padre, pero puede ser, naturalmente, también la madre.
(Si consideramos que puede ser poco creíble este aspecto para justificar su desasimiento del mundo, recordemos que en la novela “El extranjero”, el protagonista dice que, cuando a la muerte de su padre tuvo que dejar sus estudios, ya nada le pareció importante. Surge entonces ese personaje ausente.)
Hay en él una agresividad soterrada que no puede provenir sino de heridas del pasado. Si alguna vez luchó, ha dejado de luchar. No encuentra su sitio, los lugares lo van ocupando a él, las tareas. Como una ficción de normalidad a la que se adhiere superficialmente. Es de aquellos para los que los bienes deseables han perdido importancia. ¿Quizá porque no los puede conseguir en grado sumo? El amor, sin embargo, todavía le duele, le asombra la luz que irradian ciertos rostros, la desea.
La autora no sabe, en su totalidad, cómo son sus personajes. A veces el propio individuo no lo sabe de sí mismo. (Recordemos la famosa frase “Conócete a ti mismo”.) Lo que le interesa a aquella está en función del hecho principal de la novela: la distorsión de la normalidad por la que coinciden temáticamente sucesos que aparentemente no tienen nada ninguna relación.

LUBBEN: es un alemán establecido en el lugar de los hechos. Personaje extravagante a primera vista, porque sus actuaciones no son adocenadas. Huye de la vida que llevaba en un principio porque, aunque querida, suponía sufrimiento; porque no era la adecuada naturalmente para él, y busca una nueva vida. Si fuera necesario buscaría todavía otra. Ha logrado colocarse por encima del autoengaño general y mira francamente la vida del hombre con un sentido de supervivencia admirable

Sus explicaciones pueden parecer absurdas, sin embargo tienen una base en las analogías por él observadas y que nunca, pues desconocemos la clave de nuestra vida y universo, pueden ser desechadas. Se ayuda de la filosofía porque cree que sus dictámenes, en el aspecto de lograr una vida feliz, en tantos casos son sensatos.

STEFEN CARSAI:  joven rumano que desea una vida buena. Es el hijo querido, el hijo que quiere. El que espera su sitio (y no piensa por el momento en el precio) y, mientras, se apodera del transitorio y establece relaciones humanas satisfactorias porque no se desinteresa de la suerte de los otros. Es el que, naturalmente, conecta con los otros. Tiene capacidad de resistencia.

LAVINIA:  este personaje femenino está en 2º plano, es un personaje en cierto modo misterioso porque no tiene voz propia en la novela, lo que conocemos de ella lo sabemos por los demás.

DAMIANA:

Veamos los personajes en su conjunto: podríamos dividirlos en suicidas o con tendencias suicidas, y sobrevivientes. (Todos los que vivimos somos sobrevivientes.) Los últimos buscarían  -consciente o inconscientemente- una organización coherente de sí mismos, para la que tienen aliento.
La duración es una manera de seguir, a pesar de los obstáculos, con lealtad al propio impulso primordial. Es activa, conoce su rumbo, si bien no las distintas encrucijadas.


En cuanto al suceso principal de la novela: apuntes:
Las leyes por las que se rige la realidad que conocemos, se oscurecen. Desconocemos las causas de determinados sucesos. Pero nos resistimos a considerarlos fortuitos.  Pero ¿qué hay en esa circunstancia abarcadora, qué cualidad peculiar, que nos empuja a no verlo fortuito? Ese elemento o cualidad lo diría todo.
Según Jung, ciertos cintíficos consideran el mundo como una estructura psicofísica: la situación del momento comprende las condiciones subjetivas, es decir, psíquicas. Como en el mundo de la microfísica, el observador está incluido en los resultados obtenidos. La sincronicidad no trata la causalidad, sino la coincidencia de los hechos. Ambas son significativas
En este caso, pienso que un elemento presente en la situación, ha provocado la reacción como si se tratara de un catalizador.
En esta teoría, espacio, tiempo y causalidad, no son ideas absolutas, sino relativas, causadas por la energía psíquica de un observador bajo un intenso estado emocional, es decir, podrá quebrar las barreras espacio temporales.

Algunas conclusiones:
1.                        El lanzador de piedras impide su intento de suicidio: es el catalizador, pues al impedirlo, provoca que el anhelo de Andrés, persistente, casi obsesivo, se materialice en forma de otros suicidios coincidentes.
2.                        Los dos suicidas son la realidad (del sueño de Andrés: suicidarse) que choca contra el cristal de la cotidianidad. Coinciden en ese momento esos dos suicidios (que tendrían que ocurrir en otro tiempo y quizás en otros espacios), atraídos por el estado emocional, la psique de Andrés.
Los personajes principales se relacionan habitualmente.





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