BAJO ASEDIO
Después de sembrar el caos en
Valencia, al PP le ha parecido buena idea exportar en dosis masivas el caos a
Bruselas, justo cuando la Unión Europea más necesitaba un poco de calma
Lastre. / J.
R. Mora
Ahora
que estamos todos distraídos centrados en que nos saquen nuestro perfil bueno
mientras le arreamos el enésimo golpe de santa indignación a Carlos Mazón,
ahora que ya todos sabemos cuándo se debía haber emitido la alerta, o
desplegado al ejército, o que no conviene echar lodo a granel en las
alcantarillas porque se solidifica y se atascan, puede que quede un momento
libre para atender algunas urgencias menores.
La primera podría ser tratar de dar un poco de esperanza a las valencianas y los valencianos, en lugar de ir a hurgar en su desgracia para luego demostrar cuánto nos solidarizamos y cuánto nos importan. Renuncio a discutir por enésima vez que la buena voluntad de la gente con sus cubos y sus escobas serviría de poco sin un Estado que despeje las carreteras, reconstruya los puentes, reconecte la luz y el agua o disponga miles de millones de euros para ayudar a reconstruir las vidas arrasadas por la riada. Me conformo con que se deje de asustar a la gente con el miedo a que le ocupen la casa sin que nadie lo impida, le roben las fotografías que pudo salvar, le pidan un papel que no tiene o cualquiera de las múltiples desgracias que, advierten, aún le faltan por pasar.
La
segunda no tenía nada que ver con la desgracia de Valencia, pero ahora ya sí;
por gentileza de Alberto Núñez Feijóo y su ocurrencia infantil de echarle la
culpa a Teresa Ribera por la única razón de que no puede endosársela a Pedro
Sánchez justo al día siguiente de haberle exigido que tomase el mando y
relevase al president valenciano, justo cuando más y mejor lo estaba
gestionando, una vez bien alimentado. Después de sembrar el caos en Valencia,
al PP, la idea de exportar en dosis masivas el caos a Bruselas, le ha parecido
aún mejor y la solución perfecta para todos sus problemas de responsabilidad.
Más ahora que la Unión Europea necesita un poco de calma y orden para dotarse
de una Comisión que pueda dirigir la defensa frente al asedio al que Europa y
la idea de Europa son y serán sometidas en el corto y medio plazo.
Al
desafío autoritario de un Vladímir Putin que invadió Ucrania para desmantelar
una Unión que imaginaba dispersa y fácilmente abatible, el ventajismo del
gobierno de Benjamín Netanyahu que ve en la guerra la única manera de evitar la
cárcel por corrupto, la abrumadora expansión económica de China y el
quintacolumnismo de una ultraderecha dividida, pero con el potencial de sumar
una mayoría si supera su propia estupidez, se suma ahora el fantasma de las
navidades pasadas: un Donald Trump empoderado de manera absoluta; casi sin
ninguno de los míticos pesos y contrapesos que han construido la República de
los Estados Unidos de América. Europa está bajo asedio y el Partido Popular
Europeo –como aquellos cardenales y monjes franciscanos en El nombre de la
rosa– se dedica a discutir si Teresa Ribera debe comprometerse a dimitir si
la imputa algún juez español de auto fácil.
Estados
Unidos ha dejado de ser un socio fiable. En 1940, Charles Lindbergh y su
neonazi America First no lograron llegar a las urnas por menos de un palmo. En
2024, Donald Trump y su MAGA las han llenado de votos. Esa es la única
diferencia. El programa continúa siendo el mismo. Estamos solos. A los europeos
y las europeas no nos va a quedar más remedio que independizarnos cuando papá
Trump nos eche o se vaya de casa en un mundo que ya ni se parece a aquel que
giraba en torno a nuestro continente.
Los
primeros nombramientos de la segunda Administración Trump no hacen sino
confirmar las previsiones. Los votantes despidieron primero al Partido
Repúblicano y ahora el presidente electo despide a las élites del partido para
rodearse de aquellos que son hoy sus mejores y más fieles amigos, hasta que
dejen de serlo el día menos pensando. Se acabaron las bromas y los juegos.
Ellos a lo suyo y nosotros a lo nuestro. Que millones de norteamericanos no
vean, o no les importe, la diferencia entre un líder que acepta su derrota y
transfiere el poder sin problemas y otro que únicamente acepta su victoria y
hace todo lo que sea necesario para retenerlo cuando pierde no es culpa o
responsabilidad nuestra, ni de la izquierda, ni de los demócratas, ni del
feminismo, ni de las personas trans, ni de los latinos, ni de la luna llena o
las mareas. Es lo que quieren, es lo que tienen y están encantados.
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