MATONES Y
‘HOOLIGANS’
Los seguidores
del Maccabi de Tel Aviv no solo tienen fama de racistas genocidas (su lema es
“Muerte a los árabes”), sino que muchos de los que viajaron a Ámsterdam han
participado en el exterminio de los palestinos en Gaza
MOUIN RABBANI
Hooligans del Maccabi de Tel Aviv en
Ámsterdam vigilados por la policía.
/ Michel
van Bergen (Guardian News / Youtube)
Ya
ha quedado bastante claro lo que pasó en Ámsterdam la semana pasada. Pero
primero, un poco de contexto.
Durante
más de una década, los organismos reguladores del fútbol –la FIFA (Federación
Internacional de Asociaciones de Fútbol) y la UEFA (Unión de Asociaciones
Europeas de Fútbol)– han rechazado sistemáticamente las peticiones de suspender
o expulsar de sus filas a la Asociación de Fútbol de Israel (IFA, por sus
siglas en inglés) y a los clubes de fútbol israelíes.
La FIFA y la UEFA han recibido peticiones formales en este sentido por parte de la Asociación Palestina de Fútbol (PFA, por sus siglas en inglés) en múltiples ocasiones, y además se les ha conminado a adoptar medidas contra la IFA por parte de diversos activistas y aficionados que lanzaron la campaña “Red Card Israeli Racism” (Tarjeta roja al racismo israelí).
Las
peticiones de que se sancionara al fútbol israelí se basaban en diversos
motivos: que Israel es un Estado institucionalmente racista y no debe ser
tratado de manera diferente a la Sudáfrica del apartheid (suspendida por
la FIFA en 1961) y a Rodesia (suspendida en 1970); que la IFA está integrada
por clubes con sede en asentamientos ilegales en los territorios palestinos
ocupados ilegalmente; que la IFA discrimina a los clubes palestinos; que los
equipos de la IFA discriminan a los jugadores palestinos; que Israel impidió en
2019 que se celebrara la final de la Copa de la PFA al prohibir que el equipo
Khadamaat Rafah viajara de la Franja de Gaza a Cisjordania para jugar contra el
Balata FC; que Israel ha matado y mutilado a jugadores palestinos; que los
clubes israelíes toleran sistemáticamente conductas racistas y genocidas por
parte de los aficionados; y otra serie de motivos, el más reciente que Israel
está perpetrando un genocidio contra los palestinos en la Franja de Gaza que ha
provocado la muerte de numerosos jugadores, funcionarios y personal palestinos.
La
FIFA y la UEFA han rechazado las demandas de la PFA y de Red Card Israeli
Racism alegando que el deporte y la política no deben mezclarse
Las
peticiones de la PFA se basaban no solo en principios generales o en tratados
internacionales de derechos humanos, sino más bien, y principalmente, en los
propios reglamentos de la FIFA y la UEFA, que prohíben explícitamente la
conducta que Israel, la IFA y varios equipos de la IFA están llevando a cabo.
En
todas las ocasiones, la FIFA y la UEFA han rechazado las demandas de la PFA y
de Red Card Israeli Racism alegando que el deporte y la política no deben
mezclarse. Siguiendo el mismo principio, a saber, que la política y el deporte
deben estar estrictamente separados, se ha multado y sancionado a equipos y jugadores
que realizan gestos de solidaridad con los palestinos o exhiben símbolos como
la bandera palestina.
El
Celtic FC de Glasgow, muy identificado con la causa palestina, es en este
sentido el ejemplo más notable. En 2014 fue multado con 16.000 libras después
de que sus aficionados izaran la bandera palestina durante un partido de
clasificación para la Liga de Campeones contra el KR Reykjavik de Islandia. En
2022, el Celtic fue multado con otras 8.619 libras después de que los
aficionados desplegaran cientos de banderas palestinas durante un partido de la
Liga de Campeones contra el Hapoel Be'ersheva israelí. En este último caso, los
seguidores del Celtic respondieron recaudando no solo el importe íntegro de la
multa, sino también una suma de seis cifras que se desembolsó rápidamente a
diversas organizaciones benéficas palestinas.
En
otros casos también se ha sancionado a jugadores individualmente. En uno de los
muchos ejemplos de este tipo, en enero de 2024 la Confederación Asiática de
Fútbol multó al jordano Mahmoud Al-Mardi por exhibir el lema “Palestina es la
causa de los honorables”, que había impreso en su camiseta interior, después de
marcar un gol contra Malasia durante la Copa Asiática.
La
postura de la FIFA sobre la estricta separación entre deporte y política es, al
menos en teoría, una propuesta discutible, pero nunca se ha aplicado de forma
coherente. Los seguidores del Ajax, el club holandés que recibió al Maccabi de
Tel Aviv en el partido de la Europa League del 7 de noviembre, por ejemplo, solían
ondear banderas israelíes gigantes en apoyo a su equipo, y podían hacerlo sin
problemas. Solo cuando los seguidores de los clubes rivales comenzaron a ondear
banderas palestinas como respuesta, las autoridades futbolísticas tomaron
medidas para prohibir ambos símbolos.
A
los pocos días de la invasión rusa de Ucrania, tanto la FIFA como la UEFA
suspendieron no solo a la Unión Rusa de Fútbol, sino a todos los clubes rusos
Y
lo que es más importante, las razones que alegaron la FIFA y la UEFA, en última
instancia, resultaron ser una completa farsa envuelta en una descarada
hipocresía. En concreto: a los pocos días de la invasión rusa de Ucrania en
febrero de 2022, tanto la FIFA como la UEFA suspendieron no solo a la Unión
Rusa de Fútbol, sino también a todos y cada uno de los clubes de fútbol rusos.
Todo el proceso duró literalmente menos de una semana. Y en contraste con la
supresión de los gestos de apoyo a los palestinos, se alentó la solidaridad
explícita con Ucrania y la exhibición prominente de la bandera ucraniana.
En
cuanto a la última solicitud de la PFA a la FIFA para que sancione a la IFA por
diversos motivos, presentada el pasado mes de mayo y apoyada, entre otros, por
la Confederación Asiática de Fútbol, el presidente de la FIFA, Gianni
Infantino, se ha asegurado de que su organización avance incluso más despacio
que la Corte Penal Internacional (CPI). Más recientemente, y tras meses de dar
largas y negarse siquiera a incluir la petición de la PFA en el orden del día
de la FIFA, Infantino anunció en octubre que se llevaría a cabo una
investigación para evaluar el caso de la PFA, pero se negó a anunciar una fecha
en la que se completaría o se anunciaría sus resultados. Si se hubiera
comportado de forma similar en respuesta a la invasión rusa de Ucrania, habría
sido destituido antes de lo que se tarda en decir “Infantino es un títere”.
En
este contexto, y también en el de la larga y consolidada reputación de la
afición del Maccabi de Tel Aviv por su desinhibido racismo genocida, los
activistas propalestinos intentaron que se cancelara el partido Ajax-Maccabi de
Tel Aviv del 7 de noviembre. Cuando, como era de esperar, fracasaron, los
activistas anunciaron que celebrarían una protesta en el estadio del Ajax, el
Johan Cruijff Arena, el día del partido. Como era de esperar, el ayuntamiento y
la policía de Ámsterdam también rechazaron la propuesta y ordenaron a los
activistas que celebraran la protesta en un lugar alejado del estadio. Los
activistas acataron la orden y la manifestación transcurrió sin incidentes.
La
violencia que ha sido noticia en los últimos días no comenzó durante o después
del partido, sino el día anterior e incluso antes. Varios miles de seguidores
del Maccabi de Tel Aviv, como es habitual en este tipo de acontecimientos,
habían viajado a Ámsterdam para asistir al partido de su equipo fuera de casa.
Pero en lugar de comportarse de forma responsable o de cometer gamberradas
contra los seguidores del equipo contrario o los transeúntes –fenómenos que no
son infrecuentes en el mundo del fútbol– los seguidores del Maccabi de Tel Aviv
apuntaron a un objetivo totalmente distinto: los árabes.
Los
seguidores del club israelí no solo tienen fama de racistas genocidas (su lema
es “Muerte a los árabes”, complementado con el cántico “Que arda tu pueblo”),
sino que muchos de los que viajaron a Ámsterdam han participado durante el
último año en la campaña genocida del ejército israelí contra los palestinos de
la Franja de Gaza.
Los
hinchas del Maccabi empezaron a atacar casas particulares que tenían expuesta
la bandera palestina; agredieron a personas de apariencia árabe, destrozaron
varios taxis
Creyendo
tener las mismas libertades a las que están acostumbrados en Israel, empezaron
a atacar casas particulares en Ámsterdam que tenían expuesta la bandera
palestina en solidaridad con Gaza; agredieron a personas de apariencia árabe,
entre ellos varios taxistas holandeses-marroquíes; destrozaron varios taxis,
uno lo destruyeron por completo; y, en general, se burlaron de quienes estaban
a su alcance con cánticos como “Nos vamos a follar a los árabes”, “Jódete,
Palestina”, “Que las FDI ganen para joder a los árabes” y “No hay escuelas en
Gaza porque no quedan niños”.
En
pocas palabras, estos terroristas extranjeros –armados con palos, cadenas de
bicicleta y otros utensilios– arrasaron el centro de la capital holandesa y
sometieron a la ciudad y a sus residentes a la ley del terror racista. A este
respecto, la periodista Asha ten Broeke informa de que, días antes del partido,
algunos chats de activistas propalestinos habían estado advirtiendo a sus
miembros de que no llevaran kufiyas, chapas palestinas u otros artículos
visiblemente palestinos en público porque los seguidores del Maccabi de Tel
Aviv estaban agrediendo físicamente y escupiendo a dichas personas.
En
su mayor parte, la policía de Ámsterdam dejó que sus honorables invitados
israelíes siguieran su camino y se abstuvo de intervenir. De hecho, hay varios
vídeos de coches de policía que simplemente pasan de largo ante agresiones
físicas e incidentes similares, como si los ataques a residentes por parte de
matones israelíes de visita fuera un comportamiento completamente normal. En un
incidente filmado y relatado por Asha ten Broeke, unos hooligans
israelíes lanzaron una ración de patatas fritas con mayonesa a la cabeza de una
persona y luego agredieron físicamente a su presa. En este caso, la policía
detuvo a la víctima y no a los agresores.
La
policía de Ámsterdam no detuvo a ninguno de los hooligans israelíes
A
medida que se acercaba la hora del partido, la policía de Ámsterdam empezó a
escoltar a los hinchas israelíes hasta el estadio, lo que suele ser una
práctica habitual en esas circunstancias, pero que en este caso probablemente
se intensificó dada la condena generalizada del genocidio de Israel y los
consiguientes riesgos para la seguridad. De camino al estadio, las bandas de
seguidores israelíes continuaron con su comportamiento violento, mientras
coreaban sus consignas genocidas. La policía de Ámsterdam no es menos racista
que la del resto de Europa y Occidente, y no detuvo a ninguno de los hooligans
israelíes. No hace falta mucha imaginación para comprender cómo habría
respondido la escolta policial a los seguidores de un club árabe que marchaban
por el centro de Ámsterdam coreando “Muerte a los judíos” y agrediendo a
cualquiera que llevara una kipá.
Una
vez dentro del estadio, y antes de que comenzara el partido, los hinchas
israelíes guardaron el minuto de silencio en memoria de los cientos de muertos
en las inundaciones que han tenido lugar recientemente en la Comunidad
Valenciana con fuertes silbidos, más cánticos racistas y el lanzamiento de
bengalas.
Cuando
los hinchas abandonaron el estadio, con su racismo genocida intensificado por
el 5-0 que el Ajax le había endosado a su club, retomaron la acción donde la
habían dejado antes de entrar. Esta vez, sus víctimas se defendieron.
Según
algunas versiones, la respuesta fue preparada y organizada; según otras, fue
espontánea. Lo más probable es que hubiera elementos de ambas. Se ha dicho que
los que se enfrentaron a los hooligans israelíes eran principalmente
marroquíes holandeses, entre los que destacaban los taxistas agraviados. Más
exactamente, se trataba principalmente de jóvenes, muchos de ellos
amsterdameses de origen árabe, pero también otros.
A
diferencia de su actuación anterior, la policía de Ámsterdam entró en acción y
detuvo a unos sesenta defensores holandeses, pero de nuevo ni a un solo
israelí. Todos excepto cuatro fueron puestos en libertad más tarde. En los
próximos días y semanas se esperan muchas más detenciones basadas en imágenes
de cámaras de vigilancia y similares. Pero entre ellas tampoco habrá ni una
sola de nacionalidad israelí porque los hooligans abandonaron
rápidamente Holanda y gozan de total impunidad en Israel. Más bien están
jugando a ser víctimas heroicas para aclamación popular y oficial en Israel,
así como de las élites y los medios de comunicación occidentales.
A
pesar del enérgico apoyo de la policía de Ámsterdam, los hooligans
israelíes descubrieron que las peleas a puñetazos en las calles de Ámsterdam
son algo más desafiantes que matar bebés en Gaza. Varios recibieron palizas y
cinco tuvieron que ser hospitalizados (todos recibieron el alta al día
siguiente).
Los
medios de comunicación occidentales describieron los acontecimientos como un
“pogromo”. No de matones israelíes, sino contra ellos
En
este punto, Kafka y Alicia en el País de las Maravillas tomaron
conjuntamente el control. En las perspicaces palabras de Philip Proudfoot:
“Probablemente sea la primera vez en la historia que vemos a líderes mundiales
dedicar sus pensamientos y oraciones a hooligans del fútbol”. En todo
caso, se queda trementamente corto.
Casi
inmediatamente, los líderes y los comentaristas de los medios de comunicación
occidentales empezaron a describir los acontecimientos como un “pogromo”. No de
matones genocidas israelíes, sino contra ellos. Como si la policía de Ámsterdam
fomentara los ataques contra los israelíes en lugar de permitir que las bandas
israelíes arrasaran la ciudad por cuya seguridad se les paga.
En
lugar de calificarlo correctamente como un enfrentamiento entre hooligans
israelíes y aquellos a los que buscaban, se transformó instantáneamente en una
gran ”cacería de judíos”. El genocida Joe, que sigue manteniendo que ha visto imágenes
que no existen de bebés israelíes decapitados, comparó los disturbios de
Ámsterdam iniciados por los hooligans israelíes con el ascenso del
nazismo y las fases preliminares del Holocausto. No fue ni mucho menos el
único. Que se trataba, nada más y nada menos, de un ataque antisemita se
convirtió inmediatamente en un artículo de fe.
A
pocos días de la conmemoración de la Noche de los cristales rotos de 1938, un
hito clave en el camino hacia el Holocausto, las comparaciones se
multiplicaron. Como si fueran propiedades judías y no las que exhibían símbolos
palestinos las que estaban siendo objeto de actos vandálicos, y como si fueran
los presuntos judíos y no los árabes los que estaban siendo agredidos. La
indignación selectiva, y la condena selectiva, disfrutaron del que posiblemente
sea su momento de mayor triunfo.
Para
que estos ataques pudieran calificarse siquiera remotamente de antisemitas, una
manifestación que desde el primer momento se repitió y se sigue repitiendo como
un hecho incontestable, los objetivos no tendrían que haber sido seguidores del
Maccabi de Tel Aviv ni israelíes en general, sino judíos. En otras palabras,
los judíos neerlandeses de Ámsterdam, sus instituciones y propiedades deberían
haber ocupado un lugar destacado entre las víctimas, o al menos ser
reconocibles. Sin embargo, no hay pruebas de que los judíos neerlandeses o sus
propiedades fueran el objetivo, o de que los miembros de esta comunidad se
sintieran lo suficientemente amenazados la noche del 7 de noviembre como para pedir
protección a la policía o a las autoridades de Ámsterdam. Como demuestra este
artículo, el bulo del pogromo también ha servido para desviar una vez más la
atención del genocidio muy real en la Franja de Gaza, y ahora también de la
invasión israelí del Líbano.
Puesto
que la comunidad judía de Ámsterdam fue objeto de constantes informes
sensacionalistas sobre un pogromo antisemita que estaba teniendo lugar en su
ciudad, los temores entre sus miembros de que los ataques contra los
aficionados al fútbol israelíes se ampliaran para incluir a su comunidad son
totalmente comprensibles. Pero no fue así, porque no hubo pogromo y la
violencia se dirigió contra hooligans israelíes, reales y percibidos
como tales, y no contra judíos.
Es
una distinción fundamental. Y también es una distinción que los medios de
comunicación y los políticos occidentales han ignorado sistemáticamente. El
hecho de que confundan a los matones futboleros israelíes con judíos
–especialmente en vísperas de la conmemoración de la Noche de los cristales
rotos y en la ciudad de Ámsterdam, que vio cómo la gran mayoría de su población
judía era exterminada durante el Holocausto– responde a una agenda claramente
política. Un recordatorio, en pleno genocidio de Gaza, de que las verdaderas
víctimas en 2024 no son los palestinos, sino quienes los masacran.
Entre
las reacciones más histéricas cabe destacar la de Geert Wilders, que aunque no
gobierne, dirige de facto los Países Bajos
De
la misma manera que la historia no comenzó hasta el 7 de octubre de 2023, Asha
ten Broeke señala que la respuesta a los disturbios de Ámsterdam simplemente ha
omitido todo lo que ocurrió antes del final del partido entre el Ajax y el
Maccabi de Tel Aviv. Incluso en comparación con los pésimos estándares
establecidos por los medios de comunicación durante el año pasado en lo
relativo a la campaña genocida de Israel en la Franja de Gaza, la cobertura de
Ámsterdam ha alcanzado nuevas cotas.
Entre
las reacciones más histéricas cabe destacar la del hombre fuerte holandés Geert
Wilders, que aunque no gobierne, dirige de facto los Países
Bajos. Wilders es en parte de origen indonesio, y durante su juventud fue
objeto de burlas racistas por parte de sus compañeros de clase debido a su
aspecto. En lugar de decidirse a luchar por una sociedad libre de racismo, se
volvió rubio y decidió que derrotaría a sus torturadores convirtiéndose en el
racista más consumado de todos. Una temporada trabajando en un kibutz israelí,
donde recibió el mismo trato que otros trabajadores no remunerados, también lo
transformó en un sionista fanático y un lacayo de Israel. Por ejemplo, sigue
insistiendo en que Jordania es Palestina y ha sido un enérgico defensor del
genocidio desde el momento en que comenzó.
Tras
el 11-S, Wilders encontró su vocación: la islamofobia. Teniendo en cuenta la
demografía de los Países Bajos, su bilis venenosa se dirigió específicamente a
los marroquíes holandeses, a los que le gustaría ver despojados de su
ciudadanía y deportados. De hecho, en 2016 fue condenado por un tribunal
holandés por una comparecencia en 2014 en la que prometió a su audiencia que
“se encargaría” de que hubiera “menos marroquíes” en Holanda.
Wilders
es en gran medida el heredero ideológico del Movimiento Nacional Socialista
(NSB, por sus siglas en holandés), el partido fascista neerlandés de la época
de la guerra que sostenía que no se podía ser judío y neerlandés a la vez. El
NSB colaboró con entusiasmo con los nazis durante la ocupación de 1940-1945,
fue ilegalizado tras la liberación y sus líderes (por ejemplo, Anton Mussert y
Rost van Tonningen) fueron ejecutados o se suicidaron.
Las
furibundas declaraciones de Wilders resultaron demasiado incluso para el
partido liberal de derechas (es decir, conservador) VVD, que en 2004 lo expulsó
de sus filas. A partir de entonces formó el Partido de la Libertad (PVV), que
no es un partido político en el sentido normal, sino más bien un feudo personal
con una financiación opaca controlada única y exclusivamente por Wilders.
Wilders ganó las elecciones
parlamentarias holandesas de 2023
gracias a su posición de ventaja. Pero como ningún partido obtiene nunca la
mayoría en las elecciones neerlandesas, tuvo que formar una coalición con otros
partidos. Esta particular coalición del pandemónium incluye al antiguo partido
de Wilders, el VVD, que desde la marcha de Mark Rutte a la OTAN está liderado
por Dilan Yeşilgöz, de origen turco, hija de un sindicalista kurdo que recibió
asilo político en Holanda tras el golpe militar de Turquía de 1980. Si la joven
Yeşilgöz, una fanática incendiaria que no tiene nada que envidiar a la
británica Suella Braverman, se saliera con la suya, su padre habría sido
devuelto directamente a Turquía y dejado a merced de sus generales. Sus
compinches son el Movimiento Campesino-Ciudadano (BBB, por sus siglas en holandés),
esencialmente una organización que funciona como fachada del sector
agroindustrial decidida a lograr una emergencia climática irreversible antes
del final de la década, y Nuevo Contrato Social, otro partido nuevo dirigido
por el exdemocristiano Pieter Omtzigt. Omtzigt, que se hizo famoso por
denunciar las irregularidades del gobierno y el racismo estructural en lo que
se conoce como el caso de las prestaciones por hijos a cargo, sorprendió a
muchos de sus seguidores cuando no solo vendió su alma a Wilders, sino que lo
hizo por una miseria.
La
condición de los socios de coalición de Wilders para unirse a su gobierno era
que Wilders renunciara a la presidencia del gobierno (a la que normalmente
tendría derecho) porque sería una vergüenza demasiado grande en la escena
europea e internacional. Wilders aceptó y nombró a Dick Schoof, antiguo jefe de
espionaje conocido principalmente por autorizar la vigilancia ilegal de
ciudadanos holandeses, sobre todo musulmanes. Los cínicos respondieron
comentando que si las elecciones reflejaban el sentimiento popular de que el
gobierno no escuchaba a los ciudadanos, ahora tenían un primer ministro que les
había escuchado más que nadie.
La
solución de Wilders es “desnaturalizar” (es decir, revocar la ciudadanía) a los
“musulmanes radicales” y expulsarlos del país
Wilders
ha alcanzado nuevas cotas de retórica histérica, incluso para sus propios
estándares, en respuesta a los sucesos de Ámsterdam. Parte de su proyecto
consiste en presentar el antisemitismo no como un fenómeno europeo exportado a
Oriente Próximo, sino como un valor islámico esencial que los inmigrantes están
importando a Europa y que solo puede extirparse mediante la expulsión masiva de
ciudadanos musulmanes, que no solo no pertenecen al país, sino que nunca deberían
haber obtenido la ciudadanía. Su receta va algo más lejos que la de Donald
Trump, cuyas intenciones declaradas de expulsión masiva se refieren a los
residentes indocumentados y otras personas que no tienen la ciudadanía.
Negándose
a pronunciar una sola palabra en defensa de los ciudadanos holandeses agredidos
violentamente por matones israelíes, Wilders ha hablado en cambio de “un
pogromo en las calles de Ámsterdam”, “musulmanes con banderas palestinas
cazando judíos”, “una cacería de judíos en Ámsterdam” y para rematar: “Nos
hemos convertido en la Gaza de Europa”. Su solución es “desnaturalizar” (es
decir, revocar la ciudadanía) a los “musulmanes radicales” y expulsarlos del
país. Su retórica sobre recuperar los Países Bajos del “islam” haría pensar que
está a punto de reconquistar Andalucía y de adoptar las medidas impuestas por
Fernando e Isabel.
La
islamofobia de Wilders tan solo es una parte de la historia. También está en
juego la política interior. Ha exigido la dimisión inmediata de la alcaldesa de
Ámsterdam, Femke Halsema, que anteriormente dirigió el Partido de la Izquierda
Verde, que representa todo lo que Wilders odia, y que durante su mandato fue
objeto de más misoginia por parte de los partidarios de Wilders y otros
activistas de derechas que en toda la historia del islam. Aunque ha sido una
leal soldado reprimiendo y demonizando a los activistas propalestinos durante
el último año con la consabida acusación de antisemitismo, Wilders huele
claramente la sangre y está decidido a sacar tajada. También ha atacado a la
policía de forma absolutamente histérica y ha condenado al gobierno por lo que
él llama su débil respuesta.
La
mejor manera de entender esto es que Wilders quiere asegurarse de que es él y
no Schoof quien manda, y establecer el poder y la influencia sobre las
instituciones independientemente de la autoridad gubernamental oficial. Es el
manual del autoritarismo, que Wilders espera que acabe catapultándole al
liderazgo oficial del país.
Con
el fin de mantener sus propios feudos, Halsema, Schoof, los socios de la
coalición y otros objetos de la ira de Wilders han adoptado a todos los efectos
la narrativa del pogromo/Noche de los cristales rotos de 2024 y han seguido el
programa. Incluso el monarca holandés, el rey Guillermo Alejandro, se ha sumado
al acto. Colectivamente, no solo han demonizado a sus propios ciudadanos y los
han echado a los leones en defensa de matones israelíes violentamente racistas,
sino que, a sabiendas y voluntariamente, han arrastrado la reputación de su
país por el fango de la forma más pública posible, mientras luchan entre sí por
el poder y la posición.
Sea
cual sea el resultado de la lucha interna por el poder, la represión masiva de
la oposición al genocidio israelí en Holanda parece casi segura. De hecho, la
alcaldesa Halsema, la policía de Ámsterdam y el gobierno ya han decretado el
estado de emergencia en la ciudad prohibiendo todas las manifestaciones al
menos durante la próxima semana. La decisión, confirmada por la justicia, fue
impugnada el 10 de noviembre, varios días después de que el último hooligan
israelí se marchara a un lugar más seguro, por cientos de manifestantes
propalestinos y contrarios al genocidio. Decenas de personas fueron detenidas
en esta manifestación que, a todas luces, fue totalmente pacífica.
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Este
texto se publicó en inglés en el blog de Norman Finkelstein. Traducción de Paloma
Farré.
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