EL PAJARILLO
DIABÓLICO
Fotografía de archivo del 9 de octubre de 2024 que
muestra la pantalla de un celular con acceso a la aplicación de la red social
X, antes Twitter, en Sao Paulo (Brasil).-EFE
Asisto
con indisimulado estupor a estos tiempos en que el debate ontológico global
se centra en si borrarse o atiborrase de twitter. Será que soy un antiguo,
pero yo preferiría seguir dándole vueltas a lo del sexo de los ángeles. Pasado
el tifón de la elección de Donald Trump para un segundo mandato
plenipotenciario (controla las cámaras alta y baja y el Tribunal Supremo), el
pajarillo diabólico ha conquistado la agenda informativa con más titulares/día
incluso que el trascendente pulso catódico entre Pablo Motos y David Broncano.
Y cito al loco del pelo rojo porque su victoria es la que ha abierto esta caja
de pandora. Frivolizando un poco, pero no tanto, podríase inferir que más de la
mitad de los norteamericanos votaron a un delincuente y descerebrado fascista
por culpa de una red social.
Las redes sociales no son responsables de que la sociedad global enferme de fascismo. La sociedad ya estaba enferma, y la interacción digital es como un microscopio a través del que observar el avance del virus.
Si
las redes son perniciosas, es por culpa de este ambiente iliberal que paraliza
a nuestros gobiernos a la hora de regularlas. Este agosto pasado, Brasil ordenó
judicialmente el cierre del X de Elon Musk. El magistrado Alexandre de
Moraes había exigido la cancelación de cuentas que incumplían las leyes
brasileiras, X se negó y el togado llegó a calificar por escrito al magnate de
"forajido", y justificó la orden de cierre total argumentando que un
país civilizado no puede "permitir la difusión masiva de desinformación,
discursos de odio y ataques al Estado democrático de derecho, violando la libre
elección del electorado, al mantener a los votantes alejados de la información
real y veraz". Suena a música celestial y huele a sexo arcangélico. Si
un juez español escribiera algo parecido, le besaría las puñetas. Pero aquí los
jueces, demasiados jueces, están distraídos persiguiendo podemitas y begoñas,
dando pábulo a los delirios lisérgicos de los generadores de bulos desde
periódicos, radios y teles de financiación dudosa, y manifestándose por las
calles en contra de las decisiones del poder legislativo y de Montesquieu. Si
es que no dan abasto.
Este
mismo periódico publicaba hace nada una entrevista con el biólogo del CSIC Fernando
Valladares, director de Ecología y Cambio Global del Museo
Nacional de Ciencias Naturales. Confesaba el científico que exponer sus
conocimientos en X le atrajo una cohorte de haters que profería contra
él todo tipo de insultos. Enfatizaba después que incluso peor acoso sufrían sus
camaradas mujeres. Qué sorpresón.
Uno
tiende a hacer más caso a las eminencias académicas que a las arzobispales, no
como los negacionistas. Y Valladares concluye su diserto con una reflexión que
me pareció muy sabia: "Me nace no bloquear a quien me insulta. Necesito
saber que esa gente existe". Yo también lo necesito: los científicos y
los periodistas tenemos más cosas en común de lo que parece. Somos
perseguidores, yonquis de lo insano. Lo que bien está, nos deja indiferentes.
Desde
hace años vengo hablando con estudiosos del impacto de las redes en momentos
de catástrofe. Hay dos peligros permanentes en dos tipos de usuarios:
los ignorantes y los intoxicadores. Ambos cuestan vidas.
Como
ejemplo de ignorancia homicida, no recuerdo quién me habló del incendio en una
colonia turística de una isla griega o italiana hace ya años. A través de las
redes, uno de esos inevitables y peligrosos líderes naturales que emergen en
circunstancias de este tipo y se creen Bruce Willis por un rato, difundió que
el mejor resguardo era refugiarse en el mar. Se abrasaron todos.
Pero
hay otro tipo de seres más inexplicables: los que en medio de una emergencia
difunden bulos solo con el afán de hacer daño. De confundir a la gente o
incluso a los equipos de rescate, que acuden a alertas falsas, por ejemplo, y
se juegan el pellejo por broma. El anonimato de las redes da total impunidad.
Los ignorantes pueden ser homicidas, pero estos son asesinos. Lo que resulta
inextricable es el impulso que los mueve. El porqué.
Por
eso no entiende uno cómo los Estados no abordan ya una legislación que acote
este imperio de la mentira dolosa que enseñorea las redes, y que también
mata. Los gobiernos de derechas viven felices en ese fango: el propio
Zuckerberg reconoció que, en su Facebook, un altísimo porcentaje de las fakes
son de ideología ultraderechista. Claro que, si le pones puertas legales a este
campo, los fakejóos de toda laya te acabarán acusando de censor. Y ese insulto
concreto a la izquierda massimo dutti la acompleja y obnubila mucho. Yo
me vuelvo al sexo de mis ángeles.
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