martes, 19 de noviembre de 2024

LOS NOMBRAMIENTOS DE TRUMP DESVELAN SIN TAPUJOS LA CARA MÁS AGRESIVA DEL IMPERIO NORTEAMERICANO

 

LOS NOMBRAMIENTOS DE TRUMP DESVELAN SIN TAPUJOS LA CARA MÁS AGRESIVA DEL IMPERIO NORTEAMERICANO

Con la elección de Marco Rubio, Mike Waltz y Pete Hegseth para su gabinete, el presidente electo envalentona a unos volátiles belicistas

SAM ROSENTHAL (TRUTHOUT)

Efecto dominó. / Pedripol

Tras derrotar a Kamala Harris y asegurar su regreso a la Casa Blanca, Donald Trump no ha tardado en anunciar un sinfín de nombres para su gabinete. Se trata de un anuncio prematuro –si lo comparamos al cronograma habitual de otros presidentes electos o incluso al de su primer mandato– que ha abierto la puerta a unos análisis también prematuros sobre cómo podría discurrir la próxima Administración, tanto en política interior como en política exterior.

En el frente de la política exterior, Trump heredará diversas crisis y tensiones internacionales de gran envergadura que Joe Biden fue incapaz de resolver durante su mandato; entre ellas, destacan el genocidio continuado de Israel en Gaza, la guerra de Rusia en Ucrania y la hostilidad creciente entre Estados Unidos y China a propósito de Taiwán. El presidente electo ha designado a varios cargos prominentes que configurarán su política exterior en líneas generales y podrían dirigir las consecuencias del desenlace de estos conflictos.

El senador de Florida Marco Rubio ocupará la codiciada Secretaría de Estado. Recientemente, este conocido belicista anti-China ha cargado contra TikTok y otras empresas tecnológicas radicadas en sus fronteras, una postura que encaja a la perfección con la promesa de Trump de establecer aranceles a los productos chinos exportados con una tasa del 60%. Más allá de la guerra económica, Rubio se ha referido al país oriental como la “amenaza que definirá este siglo” y ha insistido reiteradas veces en puntos de presión evidentes de las relaciones entre Estados Unidos y China, como el estatus de Taiwán.

Nieto de inmigrantes cubanos que llegaron a Estados Unidos antes de la Revolución cubana, pero odiaban a Fidel Castro desde la distancia, Rubio es un ferviente anticomunista que ha criticado enérgicamente la legitimidad de los gobiernos en funciones de Cuba y Venezuela, y ha apoyado las sanciones a ambos Estados. En 2020, se reunió con Juan Guaidó, el opositor venezolano que había llevado a cabo un desafortunado intento de golpe de Estado en 2019. Su antipatía hacia los líderes de izquierda de América Latina tiene largo recorrido –como su simpatía por los líderes de derecha–, por lo que podría cambiar considerablemente el rumbo de las prioridades de la política exterior estadounidense en el hemisferio sur.

Sin duda, la postura agresiva de Rubio hacia China se recrudecerá con la reciente elección de Mike Waltz como asesor de Seguridad Nacional del futuro presidente, que en la actualidad ejerce como representante de la Cámara Baja de Florida. Waltz elevó su discurso anti-China aún más que Rubio, al afirmar que la guerra en Ucrania representa un aviso para “[armar a] Taiwán ahora, antes de que sea demasiado tarde”. Nadie ignora que Estados Unidos ya suministra abundante armamento y equipamiento militar a Taiwán, así que estas declaraciones pueden interpretarse como un llamamiento a redoblar aún más los tambores de guerra contra China, y Taiwán es un instrumento muy útil en esa empresa. Lo que queda claro es que tanto Rubio como Waltz esperan que el conflicto que este último ha denominado “guerra fría” con China se avive bajo la presidencia de Trump.

Quizás la nominación más inesperada hasta ahora haya sido la de la Secretaría de Defensa. En su mandato anterior, los enfrentamientos entre Trump y los miembros designados para ocupar los puestos de este departamento fueron frecuentes. Los republicanos más institucionales y convencionales, reacios a implementar las medidas extremistas del entonces presidente, solían contrarrestar sus impulsos más radicales. Para su segundo mandato, en lo que parecería un intento por establecer un liderazgo más complaciente en el Pentágono, Trump ha elegido a Pete Hegseth para encabezar el Departamento de Defensa, un presentador de Fox News que ha servido en el ejército en Afganistán y la bahía de Guantánamo en Cuba.

En su paso por el canal de televisión, Hegseth se ha hecho conocido por promover una actitud indulgente hacia los militares que han cometido crímenes de guerra en el extranjero mientras prestaban servicio. Sin experiencia gubernamental de ningún tipo, ni pasar por puestos de mando en el ejército estadounidense, su candidatura se opone diametralmente a la de cualquier otro secretario de Defensa desde al menos la última mitad del siglo XX. Tal vez su principal mérito sea la confianza de Trump en su destreza como presentador televisivo para transformarse en la próxima cara visible del imperio.

No es fácil intuir cómo puede dirigir Hegseth –alguien sin experiencia en el desarrollo de políticas– el Departamento de Defensa, con sus casi 3 millones de personas empleadas y un presupuesto de 850 mil millones de dólares. Hegseth alberga un deseo firme de que las tropas estadounidenses actúen sin límites ni miedo a las consecuencias, y alguna vez ha comentado que, en su opinión, las mujeres no deberían ocupar puestos militares de combate. Asimismo, ha sido muy crítico con las iniciativas relacionadas con la diversidad en el ejército y, durante el mandato anterior de Trump, animó al entonces presidente a bombardear espacios culturales en Irán. Como líder del Departamento de Defensa, podría abocarse a una limpieza de puertas para adentro, con el fin de homogeneizar el ejército y convertirlo en una entidad cuyo dominio masculino sea más explícito, que respete aún menos el derecho internacional y refuerce la creencia en la supremacía estadounidense.

Pero este no es el único nombramiento en la esfera de la política exterior que ha alarmado a los analistas de Washington. Esta semana, Trump anunció la candidatura de Tulsi Gabbard como directora de Inteligencia Nacional. En 2020, Gabbard se postuló a las elecciones primarias del Partido Demócrata para disputar la presidencia de Estados Unidos. Desde entonces, ha construido una imagen de personalidad inconformista e independiente que, tras abandonar el Partido Demócrata, empezó a apoyar a Trump y se incorporó a las filas del Partido Republicano. La dirección de Inteligencia Nacional es la encargada de supervisar todo el ecosistema de inteligencia de Estados Unidos; se trata de un puesto muy delicado por lo que respecta a los secretos y operaciones de inteligencia de Estados Unidos.

La elección de Gabbard ha desconcertado a algunos expertos en política exterior, ya que, en los últimos años, la candidata se ha reunido con líderes internacionales que, para la mayoría del aparato de seguridad estadounidense, actuarían en contra de los intereses geopolíticos del gigante norteamericano. Es más: en algunos casos, incluso parecería haberlos apoyado. Por ejemplo, después de una reunión con Bashar al-Asad, presidente de Siria, en 2017, Gabbard aseguró que él “no era un enemigo de Estados Unidos”. Detractora de la implicación del país norteamericano en la guerra de Ucrania, responsabiliza parcialmente del conflicto al presidente Biden, pues sostiene que podría haberlo evitado excluyendo la posibilidad de que Ucrania entrara en la OTAN.

En el discurso de Gabbard son habituales los mensajes en contra de los musulmanes: reproduce los temas de debate de la agenda conservadora –como la “ideología islámica radical”– que a menudo se utilizan para justificar la criminalización y la vigilancia de las comunidades musulmanas. Los ataques directos al islam propiciaron sus apariciones en Fox News y otros medios de comunicación de derechas durante la Administración de Barack Obama, lo que le ha permitido ganarse un lugar en ese lado del espectro político. Las protestas que se han extendido por Estados Unidos contra la guerra de Israel en Gaza no han hecho más que potenciar sus mensajes despectivos. De hecho, se refirió a los estudiantes de las manifestaciones como “marionetas” de una “organización islámica extremista”; un posicionamiento que, a día de hoy, se alinea totalmente con la mayor parte de la facción republicana –y con una parte nada desdeñable de la demócrata.

El nombramiento de Gabbard como directora de Inteligencia Nacional probablemente irritará a los defensores de una postura más tradicionalista en política exterior –de ambos partidos, casi seguro–; sin embargo, su planteamiento heterodoxo en cuanto a la injerencia internacional de Estados Unidos podría encontrar una buena acogida entre las fuerzas más aislacionistas de la Administración de Trump. La articulación (o la no articulación) entre su escepticismo sobre el intervencionismo de Estados Unidos en territorio extranjero y la línea más dura que sostienen Rubio y Waltz a este respecto será clave en los primeros días del próximo Gobierno.

Por otro lado, Trump ha empezado a anunciar quienes representarán al país en algunas embajadas relevantes. Entre las primeras designaciones, puede que la más notable sea la de Mike Huckabee, exgobernador de Arkansas, como embajador de Estados Unidos en Israel. Huckabee, cuya hija, Sarah Huckabee Sanders, ejerció como secretaria de Prensa de Trump en la presidencia anterior, es conocido por su evangelismo cristiano. Retirado de Fox News, dirigió un programa en este canal durante siete años.

El nombramiento de Huckabee como embajador de Israel augura una postura todavía más hostil con los derechos humanos de las personas palestinas y podría acarrear consecuencias apocalípticas para la Cisjordania ocupada. Sionista declarado –al igual que Biden–, su apoyo a Benjamin Netanyahu tiene una larga historia. No obstante, difiere de la Administración de Biden y el precedente histórico de Estados Unidos al manifestarse activamente contra la solución de los dos Estados, lo que representa una ruptura con la política oficial del país desde hace décadas. Y de hecho, Huckabee va mucho más allá en su rechazo de los derechos palestinos. Para empezar, sostiene que los asentamientos israelíes en la Cisjordania ocupada no son ilegales, ignorando el consenso generalizado de los especialistas en derecho internacional. No es de extrañar que la mayoría de los sectores conservadores de la sociedad israelí hayan recibido su nominación con agrado.

Para mayor inri, Huckabee se inscribe en una rama particular del pensamiento evangélico cristiano basada en la creencia de que la existencia del Israel actual es orden de Dios y está vinculado con organizaciones sionistas cristianas como Cristianos Unidos por Israel (CUFI, por sus siglas en inglés), una de las más importantes en Estados Unidos, que ya celebra su elección. El fundador de CUFI, John Hagee, con quien Huckabee ha aparecido en numerosas ocasiones, ha aseverado, por ejemplo, que Adolf Hitler era judío.

Ahora bien, la conexión de Huckabee con Hagee y CUFI no es preocupante solo por el flagrante antisemitismo de su fundador; Hagee forma parte de un sector extremista de la tradición sionista cristiana que cree que una guerra catastrófica en Israel y Palestina desembocaría en el segundo advenimiento del Mesías cristiano. En consecuencia, tanto Hagee como otros adeptos a esta línea de pensamiento impulsan el estallido del conflicto bélico entre Israel y sus vecinos con todas sus fuerzas. Aunque se desconoce la opinión de Huckabee sobre esta corriente concreta del sionismo cristiano, sus lazos estrechos con el movimiento en general, y con Hagee en particular, deberían bastar para hacer sonar las alarmas ante las políticas que podría apoyar de un Estado israelí que ya está totalmente sumido en la campaña más sanguinaria de toda su historia.

No hay que dar por sentado que el Senado ratifique todos los nombramientos en el proceso de confirmación. Es cierto que ahora los republicanos controlan la Cámara Alta, pero los miembros más moderados del grupo, o aquellos con una perspectiva más tradicional sobre cómo se debería gestionar el Gobierno federal, podrían tener dudas a la hora de aprobar a los candidatos menos ortodoxos de Trump. Hegseth y Gabbard, concretamente, podrían toparse con fuertes vientos en contra. Así las cosas, todo va a depender de que los republicanos se arriesguen a desafiar a Trump –tristemente conocido por su capacidad para sostener y llevar a cabo venganzas personales– nada más empezar su segundo mandato. Si se confirmaran los nombramientos, estaríamos ante algunos de los administradores de política exterior más inusuales e impredecibles de la historia de Estados Unidos.

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Este artículo se publicó en inglés en Truthout.

Traducción de Cristina Marey Casto.

Sam Rosenthal es director político de RootsAction y miembro de la Comisión Electoral Nacional de los Demócratas Socialistas (DSA, por sus siglas en inglés). Ha sido integrante del equipo de Our Revolution y vive en Washington, D.C.

 

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