LOS NOMBRAMIENTOS DE
TRUMP DESVELAN SIN TAPUJOS LA CARA MÁS AGRESIVA DEL IMPERIO NORTEAMERICANO
Con la elección de Marco Rubio, Mike Waltz y Pete Hegseth para su gabinete,
el presidente electo envalentona a unos volátiles belicistas
SAM ROSENTHAL (TRUTHOUT)
Efecto dominó. / Pedripol
Tras
derrotar a Kamala Harris y asegurar su regreso a la Casa Blanca, Donald Trump
no ha tardado en anunciar un sinfín de nombres para su gabinete. Se trata de un
anuncio prematuro –si lo comparamos al cronograma habitual de otros presidentes
electos o incluso al de su primer mandato– que ha abierto la puerta a unos
análisis también prematuros sobre cómo podría discurrir la próxima
Administración, tanto en política interior como en política exterior.
En el frente de la política exterior, Trump heredará diversas crisis y tensiones internacionales de gran envergadura que Joe Biden fue incapaz de resolver durante su mandato; entre ellas, destacan el genocidio continuado de Israel en Gaza, la guerra de Rusia en Ucrania y la hostilidad creciente entre Estados Unidos y China a propósito de Taiwán. El presidente electo ha designado a varios cargos prominentes que configurarán su política exterior en líneas generales y podrían dirigir las consecuencias del desenlace de estos conflictos.
El
senador de Florida Marco Rubio ocupará la codiciada Secretaría de Estado.
Recientemente, este conocido belicista anti-China ha cargado contra TikTok y
otras empresas tecnológicas radicadas en sus fronteras, una postura que encaja
a la perfección con la promesa de Trump de establecer aranceles a los productos
chinos exportados con una tasa del 60%. Más allá de la guerra económica, Rubio
se ha referido al país oriental como la “amenaza que definirá este siglo” y ha
insistido reiteradas veces en puntos de presión evidentes de las relaciones
entre Estados Unidos y China, como el estatus de Taiwán.
Nieto
de inmigrantes cubanos que llegaron a Estados Unidos antes de la Revolución
cubana, pero odiaban a Fidel Castro desde la distancia,
Rubio es un ferviente anticomunista que ha criticado enérgicamente la
legitimidad de los gobiernos en funciones de Cuba y Venezuela, y ha apoyado las
sanciones a ambos Estados. En 2020, se reunió con Juan Guaidó, el opositor
venezolano que había llevado a cabo un desafortunado intento de golpe de
Estado en 2019. Su antipatía hacia los líderes de izquierda
de América Latina tiene largo recorrido –como su simpatía por los líderes de
derecha–, por lo que podría cambiar considerablemente el rumbo de las
prioridades de la política exterior estadounidense en el hemisferio sur.
Sin
duda, la postura agresiva de Rubio hacia China se recrudecerá con la reciente
elección de Mike Waltz como asesor de Seguridad Nacional del futuro presidente,
que en la actualidad ejerce como representante de la Cámara Baja de Florida.
Waltz elevó su discurso anti-China aún más que Rubio, al afirmar que la guerra
en Ucrania representa un aviso para “[armar a] Taiwán ahora, antes de que sea
demasiado tarde”. Nadie ignora que Estados Unidos ya suministra abundante
armamento y equipamiento militar a Taiwán, así que estas declaraciones pueden
interpretarse como un llamamiento a redoblar aún más los tambores de guerra
contra China, y Taiwán es un instrumento muy útil en esa empresa. Lo que queda
claro es que tanto Rubio como Waltz esperan que el conflicto que este último ha denominado
“guerra fría” con China se avive bajo la presidencia de
Trump.
Quizás
la nominación más inesperada hasta ahora haya sido la de la Secretaría de
Defensa. En su mandato anterior, los enfrentamientos entre Trump y los miembros
designados para ocupar los puestos de este departamento fueron frecuentes. Los
republicanos más institucionales y convencionales, reacios a implementar las
medidas extremistas del entonces presidente, solían contrarrestar sus impulsos
más radicales. Para su segundo mandato, en lo que parecería un intento por
establecer un liderazgo más complaciente en el Pentágono, Trump ha elegido a Pete Hegseth para
encabezar el Departamento de Defensa, un presentador de Fox News que
ha servido en el ejército en Afganistán y la bahía de Guantánamo en Cuba.
En
su paso por el canal de televisión, Hegseth se ha hecho conocido por promover
una actitud indulgente hacia los militares que han cometido crímenes de guerra
en el extranjero mientras prestaban servicio. Sin experiencia gubernamental de
ningún tipo, ni pasar por puestos de mando en el ejército estadounidense, su
candidatura se opone diametralmente a la de cualquier otro secretario de
Defensa desde al menos la última mitad del siglo XX. Tal vez su principal
mérito sea la confianza de Trump en su destreza como presentador televisivo
para transformarse en la próxima cara visible del imperio.
No
es fácil intuir cómo puede dirigir Hegseth –alguien sin experiencia en el
desarrollo de políticas– el Departamento de Defensa, con sus casi 3 millones de
personas empleadas y un presupuesto de 850 mil millones de dólares. Hegseth
alberga un deseo firme de que las tropas estadounidenses actúen sin límites ni
miedo a las consecuencias, y alguna vez ha comentado que, en su opinión, las
mujeres no deberían ocupar puestos militares de combate. Asimismo, ha sido muy
crítico con las iniciativas relacionadas con la diversidad en el ejército y,
durante el mandato anterior de Trump, animó al entonces presidente a
bombardear espacios culturales en Irán. Como líder del
Departamento de Defensa, podría abocarse a una limpieza de puertas para
adentro, con el fin de homogeneizar el ejército y convertirlo en una entidad
cuyo dominio masculino sea más explícito, que respete aún menos el derecho
internacional y refuerce la creencia en la supremacía estadounidense.
Pero
este no es el único nombramiento en la esfera de la política exterior que ha
alarmado a los analistas de Washington. Esta semana, Trump anunció la
candidatura de Tulsi Gabbard como directora de Inteligencia Nacional. En 2020,
Gabbard se postuló a las elecciones primarias del Partido Demócrata para
disputar la presidencia de Estados Unidos. Desde entonces, ha construido una
imagen de personalidad inconformista e independiente que, tras abandonar el
Partido Demócrata, empezó a apoyar a Trump y se incorporó a las filas del
Partido Republicano. La dirección de Inteligencia Nacional es la encargada de
supervisar todo el ecosistema de inteligencia de Estados Unidos; se trata de un
puesto muy delicado por lo que respecta a los secretos y operaciones de
inteligencia de Estados Unidos.
La
elección de Gabbard ha desconcertado a algunos expertos en política exterior,
ya que, en los últimos años, la candidata se ha reunido con líderes
internacionales que, para la mayoría del aparato de seguridad estadounidense,
actuarían en contra de los intereses geopolíticos del gigante norteamericano.
Es más: en algunos casos, incluso parecería haberlos apoyado. Por ejemplo,
después de una reunión con Bashar al-Asad, presidente de Siria, en 2017,
Gabbard aseguró que él “no era un enemigo de Estados Unidos”. Detractora de la implicación del
país norteamericano en la guerra de Ucrania, responsabiliza
parcialmente del conflicto al presidente Biden, pues sostiene que podría
haberlo evitado excluyendo la posibilidad de que Ucrania entrara en la OTAN.
En
el discurso de Gabbard son habituales los mensajes en contra de los musulmanes:
reproduce los temas de debate de la agenda conservadora –como la “ideología
islámica radical”– que a menudo se utilizan para justificar la criminalización
y la vigilancia de las comunidades musulmanas. Los ataques directos al islam
propiciaron sus apariciones en Fox News y otros medios de comunicación
de derechas durante la Administración de Barack Obama, lo que le ha permitido
ganarse un lugar en ese lado del espectro político. Las protestas que se han
extendido por Estados Unidos contra la guerra de Israel en Gaza no han hecho
más que potenciar sus mensajes despectivos. De hecho, se refirió a los
estudiantes de las manifestaciones como “marionetas” de una “organización
islámica extremista”; un posicionamiento que, a día de hoy, se alinea
totalmente con la mayor parte de la facción republicana –y con una parte nada
desdeñable de la demócrata.
El
nombramiento de Gabbard como directora de Inteligencia Nacional probablemente
irritará a los defensores de una postura más tradicionalista en política
exterior –de ambos partidos, casi seguro–; sin embargo, su planteamiento
heterodoxo en cuanto a la injerencia internacional de Estados Unidos podría
encontrar una buena acogida entre las fuerzas más aislacionistas de la
Administración de Trump. La articulación (o la no articulación) entre su
escepticismo sobre el intervencionismo de Estados Unidos en territorio
extranjero y la línea más dura que sostienen Rubio y Waltz a este respecto será
clave en los primeros días del próximo Gobierno.
Por
otro lado, Trump ha empezado a anunciar quienes representarán al país en
algunas embajadas relevantes. Entre las primeras designaciones, puede que la
más notable sea la de Mike Huckabee, exgobernador de Arkansas, como embajador
de Estados Unidos en Israel. Huckabee, cuya hija, Sarah Huckabee Sanders,
ejerció como secretaria de Prensa de Trump en la presidencia anterior, es
conocido por su evangelismo cristiano. Retirado de Fox News, dirigió un
programa en este canal durante siete años.
El
nombramiento de Huckabee como embajador de Israel augura una postura todavía
más hostil con los derechos humanos de las personas palestinas y podría acarrear
consecuencias apocalípticas para la Cisjordania ocupada. Sionista declarado
–al igual que Biden–, su apoyo a Benjamin Netanyahu tiene una larga historia.
No obstante, difiere de la Administración de Biden y el precedente histórico de
Estados Unidos al manifestarse activamente contra la solución de los dos
Estados, lo que representa una ruptura con la política oficial del país desde hace
décadas. Y de hecho, Huckabee va mucho más allá en su rechazo de los derechos
palestinos. Para empezar, sostiene que los asentamientos israelíes en la
Cisjordania ocupada no son ilegales, ignorando el consenso generalizado de los
especialistas en derecho internacional. No es de extrañar que la mayoría de los
sectores conservadores de la sociedad israelí hayan recibido su nominación con
agrado.
Para
mayor inri, Huckabee se inscribe en una rama particular del pensamiento
evangélico cristiano basada en la creencia de que la existencia del Israel
actual es orden de Dios y está vinculado con organizaciones sionistas
cristianas como Cristianos Unidos por Israel (CUFI, por sus siglas en inglés),
una de las más importantes en Estados Unidos, que ya celebra su elección. El
fundador de CUFI, John Hagee, con quien Huckabee ha aparecido en numerosas
ocasiones, ha aseverado, por ejemplo, que Adolf Hitler era judío.
Ahora
bien, la conexión de Huckabee con Hagee y CUFI no es preocupante solo por el
flagrante antisemitismo de su fundador; Hagee forma parte de un sector
extremista de la tradición sionista cristiana que cree que una guerra catastrófica en Israel y
Palestina desembocaría en el segundo advenimiento del Mesías cristiano.
En consecuencia, tanto Hagee como otros adeptos a esta línea de pensamiento
impulsan el estallido del conflicto bélico entre Israel y sus vecinos con todas
sus fuerzas. Aunque se desconoce la opinión de Huckabee sobre esta corriente
concreta del sionismo cristiano, sus lazos estrechos con el movimiento en
general, y con Hagee en particular, deberían bastar para hacer sonar las
alarmas ante las políticas que podría apoyar de un Estado israelí que ya está
totalmente sumido en la campaña más sanguinaria de toda su historia.
No
hay que dar por sentado que el Senado ratifique todos los nombramientos en el
proceso de confirmación. Es cierto que ahora los republicanos controlan la
Cámara Alta, pero los miembros más moderados del grupo, o aquellos con una
perspectiva más tradicional sobre cómo se debería gestionar el Gobierno
federal, podrían tener dudas a la hora de aprobar a los candidatos menos
ortodoxos de Trump. Hegseth y Gabbard, concretamente, podrían toparse con
fuertes vientos en contra. Así las cosas, todo va a depender de que los
republicanos se arriesguen a desafiar a Trump –tristemente conocido por su
capacidad para sostener y llevar a cabo venganzas personales– nada más empezar
su segundo mandato. Si se confirmaran los nombramientos, estaríamos ante
algunos de los administradores de política exterior más inusuales e
impredecibles de la historia de Estados Unidos.
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Este
artículo se publicó en inglés en Truthout.
Traducción
de Cristina Marey Casto.
Sam
Rosenthal es director político de RootsAction y
miembro de la Comisión Electoral Nacional de los Demócratas Socialistas (DSA,
por sus siglas en inglés). Ha sido integrante del equipo de Our Revolution y
vive en Washington, D.C.
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