PEDRO SÁNCHEZ SUSPENDE
PERIODISMO
ANÍBAL MALVAR
Sorprendiome esta
madrugada el extraño comportamiento de uno de nuestros cuatro grandes diarios
tradicionales tras la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba. Ni El País ni La Razón
ni ABC contienen sorpresa alguna. Todo muy correcto en el tratamiento a las
elegías que Pedro Sánchez, Mariano Rajoy y otros políticos dedicaban al
estadista fallecido.
Pero cuando el
líder socialista se desayune con El Mundo, va a encontrar su carta obituaria
escondida en los bajos de la página ocho, bajo una crónica de color sobre la
capilla ardiente en el Congreso, como un faldón publicitario que pasa
desapercibido si llevas un hojear ágil. La verdad, no me pareció elegante eso
de tumbar la palabra del presidente achatada por debajo de una crónica de
color, y sin carita ni foto, como una vulgar noticia de relleno.
El periódico que
dirige, con prieto neoconservadurismo, Francisco Rosell, difiere la oda de
Rajoy al socialista fallecido hasta la página 12, pero está maquetada a toda
vela, con fotón del día de 2011 en que el pontevedrés debatió y se batió con
Rubalcaba en televisión, antes de las eleccciones generales que dieron mayoría
absoluta al PP y gloria al gallego.
Tras asombrarme
moderadamente un rato por esta descortesía protocolaria de El Mundo con el
presidente y con su verbo, me resigné a lanzarme sobre ambos textos con pereza.
Los requiems que escriben los políticos son, por lo general, o sosos o cursis o
pedantes o babosos o ñoños o relamidos o todas estas cualidades juntas. Suelen
carecer, incluso, del mínimo valor periodístico, siquiera en plan memorialista.
He conocido muy pocos políticos que escriban bien. Tampoco entre sus negros se
destacan ingeniosos prosistas. Un país cuyos diputados escriben tan mal, con
tan poca gracia literaria, no puede diseñar un sistema educativo de calidad ni
sabe explorar el espacio cultural contemporáneo, que tan buenos réditos,
incluso económicos, reporta a otros países.
El texto de Pedro
Sánchez, titulado Un hombre de Estado, es tan tópico como el propio título. Se
daba por sentado que obviaría el presidente las zancadillas de sombra que le
siguió poniendo Rubalcaba desde su retiro de druida. Tampoco se esperaba que
hiciera alusión al “gobierno Frankenstein” con que calificó RB un posible pacto
del PSOE con Podemos y aromas periféricos. Pero lo que nos ofrece el presi es
una especie de wikipedia sentimental, donde se repasa con tópicos y ditirambos
la biografía heroica del recién fallecido: “servicio público y sacrificio”,
“construir un mundo mejor”, “la figura que hoy despedimos con dolor, pero también
con sincero y justo reconocimiento”, y todo en este plan. Un fangazo de texto.
Uno, que tiende a
novelar y fantasear en exceso, se pregunta cuando lee estas cosas cómo un
presidente de Gobierno, un personaje que ya está en la historia, no siente una
vergüenza avant-la-lettre y algo cuántica cuando imagina a los hispanistas del
futuro estudiar su figura, y encontrar en los periódicos este texto de
puerilidad casi indignante, y sin una sola idea, metáfora o anécdota que pasear
por los alrededores del hipotálamo.
Incluso se me pasó
por la cabeza que tan torpe y facilón homenaje pudiera ser un desprecio último
y muy calculado hacia la figura de Rubalcaba. Todo el mundo sabe en el PSOE, y
varios cronistas hoy lo recuerdan, que Rubalcaba denigraba en público las
cualidades intelectivas del hoy presidente del Gobierno. No puedes disfrazar
cartas de amor a quien tanto has odiado. Pero yo creo que Sánchez se debía de
haber esmerado un poco más que con esa simple y wikipédica hagiografía de
bachiller abúlico. Al fin y al cabo, es el presidente.
Para sorprender,
aparece el hombre cuya mayor vocación es no sorprender nunca. Hablo, por
supuesto, de Mariano Rajoy Brey, registrador de la propiedad y virtuoso en el
difícil arte del trabalenguas. “A
nosotros lo que nos falta es un Rubalcaba’. Esa sentencia, que en bastantes
ocasiones he escuchado a militantes del PP en momentos de dificultad, merece
ser rescatada en homenaje a Alfredo Pérez Rubalcaba”, arranca el ex
presidente con afinada lira.
No me esperaba yo
encontrar en Rajoy esta nueva faceta de trovador de la ría pontevedresa. A este
hombre que parece tan soso y tan disperso en cuanto se baja del escaño, no se
le sospecha alma de poeta en ningún rincón de su personalidad, su gestualidad o
su imagen. Tampoco os voy a decir que Un rival admirable, que es como se titula
el texto, aliente por Garcilaso y sobrevuele a Lorca y Rosalía (la de verdad).
No sobreactuemos. Pero es un texto amable de leer y generoso, con sinceridades
campechanas (“nos atizamos muy duro en el Parlamento”), y efervescencias
inesperadas en el Rajoy siempre algo inerme que acostumbramos (“[En] el proceso
de abdicación del rey don Juan Carlos pudimos disfrutar del mejor Rubalcaba,
inteligente, discreto y prudente” / “Quiero recordar con respeto y admiración a
la persona discreta y afable que siempre encontré detrás del personaje del duro
Rubalcaba”).
El ex presidente
gallego pasa con nota este ejercicio periodístico con su elegía. Fue una
agradabilísima sorpresa, pues ya dije arriba lo que me perturba que los
legisladores de mi país sean, en su mayoría, poco más que ágrafos. A lo mejor
ya son manías de cronista viejo y con visera, pero me entristece el desdén
hacia la palabra, más viniendo de personas tan notables.
Al final de mis
agotadoras dos lecturas, llegué a la conclusión de que el director Rosell había
hecho bien en relegar el texto del presidente a un faldón escondido en los
bajos de la página ocho, sin fotito de carita, bajo una crónica de color sobre
la capilla ardiente en el Congreso, como un faldón publicitario que pasa
desapercibido si llevas un hojear ágil, como una noticia de relleno. Es donde
se merece estar el texto de Sánchez.
Escribo esto tan
duro casi pidiendo disculpas anticipadas. Periodistas y escritores estamos
obligados a velar por la palabra, pero nuestra clase política, también. Todos
los periódicos están abiertos siempre, en cualquier circunstancia, a publicar
un texto del presidente del Gobierno. Pero el presidente del Gobierno está en
el deber de no olvidar que, cuando entra en un periódico, se mete en un
santuario de la palabra. Cierto que ese santuario ha sido profanado
cotidianamente desde el periodismo más arcaico hasta hoy, pero eso a los
periodistas no nos importa, somos gente promiscua, todos nosotros lo hemos profanado
alguna vez, pero sigue siendo nuestro santuario.
Pedro Sánchez es un
presidente con muy buena formación académica, y le sobran capacidad intelectual
y equipaje de lecturas y experiencias para urdir una narración que sea digna de
ser publicada en un periódico. Si ese día se ve espeso para escribir, o no es
ducho con la pluma, no hay pecado en dejarse ayudar. Porque un presidente tiene
la obligación de llevar a los periódicos un texto presidencial, de solidez
intelectual y formas literarias cuidadas. Cualquier calidad menor es una
descortesía, un desaire al periódico, a los periodistas, a nuestros lectores y,
lo que es peor, a la palabra misma. Un buen presidente, cualquier político, no
tiene por qué ser culto, pero tiene que parecerlo cuando firma en un periódico.
Nuestro dinero público les dota de equipos para facilitárselo. Pedro Sánchez y
muchos otros se lo deberían hacer mirar.
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