VOTOFOBIA CATALANA
ANÍBAL MALVAR
La catalanofobia es
una mezcla de deporte nacional y estilo literario. Es la tauromaquia del
prosista de prensa. Un irrefrenable instinto lírico que induce a clavar
adjetivos, cual banderillas, en el lomo de un catalán o de lo catalán. La
catalanofobia existe desde siempre. No es una consecuencia del procés. Yo creo
que existía incluso antes de que naciera el primer catalán. Es una inmanencia
pura que efluye de lo hondo de ser español. Una pulsión silvestre. Un grito
seminal de la raza.
Escribe Luis Miguel
Fuentes en El Mundo un tractatus maestro sobre cómo practicar la catalanofobia
sin caer en la cronopiez. Se titula La corona de plátanos, y opina acerca de la
jugada de Pedro Sánchez para situar a Meritxell Batet y a Manuel Cruz como
respectivos presidentes del Congreso y el Senado. El hecho de que ambos sean
catalanes indigna al afamado periodista. “Colocar a catalanes por la cuota o
por el vudú de ser catalanes” al frente de las cámaras, cree este Fuentes que
provoca que ya no sean “instituciones de todos, sino el casino donde los
catalanes se arreglan entre ellos”. Él hubiera preferido “electos de Jaén o de
Palencia”.
Cuando cerré el
periódico, las páginas exhalaron un evocante perfume a racismo, supremacismo y
donpelayismo. Recordé a las huestes de José María Aznar gritando bajo el balcón
de Génova, tras ganar las elecciones, aquello de Pujol, enano, habla
castellano. O el inefable A por ellos entonado en loor de la guardia civil que
salía hacia Catalunya para impedir el referéndum de octubre. Al final lo que se
consigue es un efecto especular, y el catalanofobismo rampante lo que ha
logrado es sentar en el Palacio de la Generalitat a un españolófobo como Quim
Torra, también de adjetivo muy suelto. No sé cómo nos queremos entender
imponiendo nuestras fobias mutuas como punto de partida del diálogo.
En el editorial de
La Razón de hoy califican de “falta de respeto institucional” la elección de
estos dos catalanes para presidir los democráticos tinglados. En ABC sacan el
asunto a portada. Su director, Bieito Rubido, observa los nombramientos como el
anuncio de lo que será “una legislatura de martirio, de constantes cesiones a
independentistas, golpistas, filoterroristas y nacionalistas”. Le faltó añadir
en su bestiario a las hordas comunistas judeomasónicas que amenazan la cristiandad.
Batet y Cruz son cromos de Sánchez, según el diario. Todos los catalanes tienen
algo de cromo intercambiable para estos sesudos analistas políticos.
Así lo refrenda en
las páginas del torcuatiano diario el también catalán Salvador Sostres, que ve
interesante que “Pedro Sánchez no haya caído en el cantonal juego de
provocaciones del independentismo, y que haya respondido al veto a Iceta no con
uno sino con dos catalanes”. Más cromos. “Suplir a Iceta con Batet es mitad
insistencia y la otra mitad una burla muy fina”, añade con malicia seguramente
certera. Y, sin talante hiperbólico, nos informa de que ERC es incapaz de hacer
política sin dejarse llevar por la “llamada remota del tam-tam selvático”.
Sostres pasea por las Ramblas soñándose Indiana Jones en la selva procelosa.
Pero no solo
nuestros más eximios periodistas de la derecha supuran catalanofobia. España ha
logrado tan encantador nivel de disenso en este asunto, que los políticos en
general actúan con una catalanofobia no explícita, sí tácita pero indisimulada.
Se vio estos días con la lloriqueante súplica de José Luis Ábalos a Ciudadanos
para “que se abstenga por España” en la investidura. Para que Sánchez no tenga
que ser aclamado con los votos apestados del nacionalismo. Votofobia catalana,
sufre Ábalos. Es lo que tiene ser del PSOE, partido republicano y monárquico a
la vez, federalista y centralista al mismo tiempo. Como dicen los tuiteros, con
estos mimbres nada puede salir mal.
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