UNA FRAGATA CONTRA POPEYE
JUAN CARLOS ESCUDIER
Algunos aguerridos
medios de comunicación han empezado a comparar la retirada de las tropas de
Irak ordenada por Zapatero con el viraje a estribor de la fragata española que
acompañaba al grupo naval de combate de EEUU, al que Trump ha ordenado que
ponga rumbo al estrecho de Ormuz para acrecentar la presión sobre Irán. Se
critica el nuevo desaire al amigo americano con el que se empaña nuestro
prestigio de socio fiable, la afrenta a la propia soldadesca patria, que al
parecer no entiende que se le retire de la fiesta ahora que sonaba la música, y
se denuncia que la maniobra puede poner en peligro un contrato que Navantia
aspiraba a firmar para diseñar 20 buques para la US Navy.
A diferencia de
entonces, cuando Rajoy calificó la retirada de precipitada, insolidaria y muy dañina para la credibilidad
del país, su sucesor en el PP, Pablo Casado, no ha dicho esta boca es mía,
quizás porque su giro al centro le hace comprender mejor que la Méndez Nuñez
también gire, pero hacia Bombay. La única reacción que se conoce ha sido la de
Albert Rivera que ha pedido explicaciones y ha dicho que esperaba que la
decisión no se haya tomado de forma arbitraria, como si evitar saltarse a la
torera el derecho internacional sea una cuestión de capricho.
Sin entrar a
valorar qué demonios pinta una fragata española en un convoy semejante
porque a cualquiera se le ocurrirían
mejores formas de conmemorar el quinto centenario de la circunnavegación de la
Tierra que escoltando al portaviones Abraham Lincoln, no cabe sino aplaudir la
decisión del Gobierno de hacer mutis por la mar oceana y reforzar así la
posición de la Unión Europea de salvar el acuerdo nuclear con Irán y evitar el
conflicto que Washington está propiciando con su retirada del pacto y su
escalada de sanciones.
Como el pretexto de
las armas de destrucción masiva ya está demasiado visto, EEUU quiere ahora
justificar sus acciones acusando a Teherán de estar detrás de varios sabotajes
a petroleros saudíes y de un ataque con drones contra dos estaciones de bombeo
de crudo de Riad, aunque ninguna prueba lo sustente. Estrangulada
económicamente por el bloqueo a sus exportaciones de petróleo y a su sector
bancario, lo que sí ha hecho Irán es amenazar con recuperar parte de su
programa nuclear y marcar un plazo de 60 días para que los otros firmantes del
acuerdo –Rusia, China y la UE- contrarresten las sanciones norteamericanas aun
a costa de ser penalizados.
Se trata de un
conflicto creado artificialmente por el emperador del tupé porque, a tenor de
las sucesivas inspecciones, Irán ha venido cumpliendo escrupulosamente su
compromiso de paralizar su programa nuclear a cambio del levantamiento de las
sanciones económicas que pesaban contra el régimen. El acuerdo, forjado tras
dos años de negociaciones, fue roto unilateralmente por Trump para satisfacción
de Israel y ha puesto en un brete al resto de los firmantes, que se arriesgan a
ver paralizadas sus operaciones en Estados Unidos por el mero hecho de mantener
relaciones comerciales con Teherán. La actitud estadounidense da pistas a Corea
del Norte, que a esta alturas ya ha debido de interiorizar que sólo con un
arsenal nuclear operativo sobre la mesa puede abordar cualquier negociación que
se le proponga.
Irán no es Irak y
parecería impensable que EEUU tuviera entre sus planes desarrollar acciones
militares sobre el terreno. Pero justamente por eso nadie sabe muy bien cuáles
pueden ser las consecuencias esta escalada de la tensión que algunos medios de
comunicación aplauden con entusiasmo. No es que Trump sea imprevisible, como ha
explicado la ministra Celáa y ello aconseje la retirada de la Méndez Núñez; es
que estamos ante un loco que igual te monta una guerra comercial con China, que
besa a Kim Jong- un antes de escupirle o que busca debutar como comandante en
jefe en Venezuela o en el Golfo Pérsico. No es nuestra fragata la que ha
cambiado el rumbo sino ese Popeye de medio pelo que nos tiene en un sinvivir.
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