A contracorriente
EL PAÍS QUE MERECEMOS
Enrique
Arias Vega
El histriónico, colorido y
bullanguero Parlamento constituido el día 7 representa perfectamente a nuestros
ciudadanos, con sus gritos, pateos, insultos, mofas a la Constitución,
protagonismo de presos en mitad de un juicio y más besuqueos intencionados entre
ellos y sus cuates que en un picnic playero.
Claro que también habría sido
igualmente representativo lo contrario: la moderación, el equilibrio y el
respeto al prójimo. En un caso y en el otro es lo que los electores habríamos
votado. Y en esta ocasión nos hemos decantado por lo bufo, lo extremista, lo vocinglero
y lo estrafalario. Es decir: hemos optado por ser tal como ahora somos.
Un axioma político dice que cada país
tiene el Gobierno que se merece: o sea, legisladores, gobernantes y personajes
públicos emanados de su propia ciudadanía. Y en este caso nuestro país se
merece —y tiene— instalados en sus instituciones la mediocridad, lo grotesco y
lo esperpéntico, como lo evidencian los atuendos variopintos de sus señorías,
las actitudes incívicas de muchos de ellos y su verborrea incoherente y
prescindible.
Insisto que el espectáculo
parlamentario no es muy distinto del que se da en los programas televisivos de
más audiencia, de los tartamudeos que se producen en las encuestas callejeras o
de la astronómica ignorancia que se percibe en los WhatsApp de grupo.
A esto hemos llegado a base de
nefastos programas educativos, de la ideologización del pensamiento y del
desprecio de los políticos tradicionales, como si ellos tuvieran la culpa de
nuestros males y no fuéremos nosotros quienes sisamos el IVA, trampeamos con
las subvenciones o practicamos el enchufismo.
En el espectáculo parlamentario de
hace unos días sólo faltaron los top-manta para sentirnos del todo
identificados con el paisaje y comprobar que por fin hemos conseguido que el
Congreso sea tan mediocre como la vida misma.
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