QUE LE CORTEN LA COLETA
DAVID TORRES
Hicieron mal, muy
mal, Irene Montero y Pablo Iglesias en irse a vivir a un chalet en Galapagar,
una maniobra que no le van a perdonar ni en Galapagar ni en Vallecas. La
mudanza de la pareja fue contemplada desde la izquierda como una traición a la
clase trabajadora, a la ideología marxista y a la Quinta Internacional, y desde
la derecha como el despropósito de unos jipis engreídos a quienes les ha tocado
la lotería. Los vecinos cuchichean que han hecho una reforma babilónica en la
finca y que hasta tienen criados (seguramente con librea y cofia, pero sin
seguridad social, como Echenique). Lo siguen llamando el Coletas porque sigue
llevando coleta, pero es evidente que lo hace por disimular y que cualquier día
se afeita y se pone un casco de gomina en el pelo para quitarse de encima los
últimos restos de perroflautismo.
En cierto modo, el
sueño de Pablo e Irene por llevar una vida cómoda y pequeñoburguesa debería
haber tranquilizado a las élites y a los señores del Ibex: más peligroso habría
resultado que se hubieran ido a vivir debajo de un puente a criar a los
chiquillos en una tienda de campaña. Entonces, en el hipotético y muy
inverosímil caso de que alcanzara un día la presidencia del gobierno, sí que
habría que temer que nacionalizaran la banca y abolieran la propiedad privada
al tiempo que lanzaban una tribu okupa contra el Palacio de la Moncloa y luego
lo desmantelaban para dar ejemplo, levantar un gulag y hacer chabolas
comunitarias.
Poco importa que
Pablo Iglesias haya pasado varias décadas viviendo en un barrio obrero y que
pague la hipoteca del chalet con su sueldo en vez de con sobres de dinero
negro, con sobras de sociedades pantalla al estilo de Begoña Villacís o con un
millón de euros camuflado en el altillo por operarios de Ikea, como le pasó a
Francisco Granados. Seguramente eso tranquilizaría más a las élites, a los
señores del Ibex y al electorado en general, quienes están tan acostumbrados a
este tipo de comportamiento delictivo entre la clase política que no le dan la
menor importancia. Lo que no soportan de ningún modo es que alguien sea
contradictorio o cambie de opinión, aunque algo que dijo Pablo Iglesias en
aquella comentada entrevista con Ana Rosa Quintana no es que un político tenga
que vivir como un quinqui sino que está bien que conozca de primera mano cómo
se las apaña la gente humilde.
Sin embargo, el
pecado de decir una cosa y hacer luego la contraria es algo que no perdonan los
españoles, al menos en lo que se refiere a Pablo Iglesias, porque ahí está
Santiago Abascal tronando contra las autonomías y las subvenciones públicas
mientras lleva toda la vida chupando de unas y de otras (por no hablar de los
millones de euros que recibió Vox del terrorismo iraní en el exilio). Como tres
contradicciones se contrarrestan una a otra, Abascal ha aprovechado para que
Sánchez Dragó le publique un libro mano a mano, un escritor que también clama
contra las subvenciones públicas y las autonomías, aunque le quitas a Dragó las
subvenciones públicas de los programas autonómicos a los que ha estado décadas
pegado como un percebe y lo que te queda es un ego más gordo que un agujero
negro. Una vez me regañó: “David, si hubieras leído a Jüng, sabrías que yo no
tengo ego sino yo profundo”. Tan profundo, Fernando, que si te caes de él, no
te matas, no. Te pierdes.
Lo último que ha
salido a la luz en el Galapargate de Irene y Pablo es que les habían hackeado
la cámara de seguridad del chalet para que los interesados pudieran asistir al
reality de su vida doméstica. Victoria Prego, una periodista célebre por
esconder durante tres decenios una entrevista a Suárez y barnizar la Transición
de color rosa, ha acusado a Pablete de estar montando el espectáculo de su caza
y captura -con espionaje organizado desde el ministerio del Interior y
aluviones de noticias falsas- sólo para hacer campaña. Lo siguiente será
hacerse el mártir después de suicidarse con tres tiros por la espalda.
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