TRES PATAS PARA LOS BANCOS
DAVID TORRES
La modalidad del
debate a cuatro siempre me hace recordar aquellas peleas de lucha libre por
parejas en las que llaves, costalazos, piquete de ojos y demás coreografías
siempre venían por duplicado. Acentuaba la semejanza con Hulk Hogan, André el
Gigante, el Último Guerrero, el Sargento Gorila y otros entrañables gladiadores
de nuestra infancia una fanfarria galáctica y cansina que no paró de sonar ni
un segundo antes del debate e incluso durante las presentaciones de los
candidatos, hasta que alguien debió advertir que se les estaba yendo la mano y
bajó el volumen. Fue una lástima porque, para lo que había que oír, mejor
seguir con la fanfarria.
La controversia
entre los cuatro líderes evocaba un memorable concierto de música contemporánea
que tuvo lugar en una sala de provincias de Argentina y del que Cortázar decía
que el público no sabía muy bien qué hacer ante el caos de chirridos
discordantes. Al fin, de repente, por una especie de milagro, el cuarteto de
cuerdas se detuvo al unísono y se oyeron algunos aplausos, ante lo que el
primer violín se levantó y dijo: “Muchas gracias. Me alegro de que les haya
gustado el primer movimiento. Ahora vamos con el segundo”. Entonces el
violonchelista se levantó farfullando: “Ma qué movimiento, qué movimiento, si
yo ya me largué todo el cuarteto”.
El violonchelista,
lo han adivinado, era Albert Rivera, quien no paró de gesticular, moquear,
interrumpir, arrugar la nariz y menear las pulseras que le habían puesto en la
muñeca para la zona VIP del after donde aún debe estar celebrándolo. Enseñó
también -además de diversos gráficos, chuletas, consignas contra el comunismo y
pésames a los familiares de fallecidos en Sri Lanka- una supuesta tarjeta
sanitaria alicatada con la bandera española que parecía uno de esos carnés falsificados
con los que intentábamos colarnos en la discoteca. Fue Rivera también el que
marcó la pausa definitiva del cuarteto: “¿Lo escuchan? Es el silencio”. Su
minuto final, más que épico, fue blásico: no se oía nada igual en materia de
debates parlamentarios desde las chuches de Mariano.
Un poco más allá,
aguantando una bofetada tras otra, Pablo Casado se estiraba intentando mantener
su sonrisa de vendedor de coches usados mientras le atizaban con la corrupción,
la Gürtel, Rodrigo Rato, las cloacas y la tonelada larga de mierda en que ha
consistido la gestión de gobierno del PP desde Adán y Eva. Los coches usados,
sin embargo, estaban demasiado usados y Casado no logró abrillantarlos a pesar
de sacar a relucir la ETA, el independentismo, el golpismo, los batasunos y
todo su repertorio de trucos baratos. Por si fuera poco, en varios momentos del
debate, Rivera decidió unirse al bando contrario para demostrar que a veleta y
manga ancha no le gana nadie, con lo que el cuadrilátero adquirió de nuevo el
brillo de aquellos combates legendarios en los que los mamporros llovían como
los mosqueteros de Dumas: todos para uno y uno para todos. Había dos palabras
que no se le caían de la boca a Casado desde el minuto uno, “tarifa plana”, que
al principio se refería a la rebaja fiscal de los autónomos y al final al rigor
mortis que le amueblaba la cara.
Sánchez estuvo
bien, más que nada porque sonríe mejor y porque las motos que vende no están
tan quemadas. No le faltó razón al decir que a Rivera y Casado, en vez de un
detector de mentiras, habría que ponerles un detector de verdades: no hubieran
pitado ni cuando dieron las buenas noches. Estuvo glorioso en el momento en el
que le recordó a Casado qué significa realmente el feminismo y más aun cuando
acto seguido se volvió hacia Rivera y le explicó que el vientre de una mujer no
se alquila. “Usted es un carca” le respondió Rivera, demostrando una vez más
que la esclavitud está de moda y que él es su profeta. No obstante, las tres
veces en que Iglesias le emplazó para que anunciara si piensa pactar con
Ciudadanos, Sánchez se limitó a mostrar lo bien que le sienta el traje.
Frente a los
análisis de orina de Pablo Casado y la tarjeta de chichinabo de Rivera,
Iglesias sacó la Constitución, de la que leyó varios párrafos como si estuviera
repasando el catecismo. Fue un error de bulto porque la Constitución es una
novela de ciencia-ficción que habla de imposibles como la igualdad, la justicia
social, el derecho al trabajo, a una vivienda digna y otras utopías. Casado,
Sánchez y Rivera son constitucionalistas hasta que caen en la cuenta de que la
Constitución tiene más artículos aparte del 155. Por lo demás Iglesias se pasó
un poco reclamando que le bajaran el IVA a los productos de higiene femenina,
aunque ciertamente la cita del próximo domingo será cuestión de higiene
femenina, masculina, homosexual, bisexual y trans. No habrá más que dos
opciones, las que hubo siempre y las que siempre fallamos: gobernar para las
personas o para los bancos.
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