¿POR QUÉ LO LLAMAN AMOR CUANDO QUIEREN DECIR
SEXO?
POR
DEOCON
Los sucesos de las semanas pasadas en
Grecia ponen de manifiesto que la democracia representativa ya no existe. El
sistema por el que ha sido sustituido es una plutocracia financiera. Pero
seguimos denominándolo democracia. Es necesario llamar a las cosas por su
nombre.
Si
ya sospechábamos que la democracia representativa no funcionaba todo lo bien
que debiera, que por diversas razones (todas ellas relacionadas con intereses
de clase) su práctica no se ajustaba a la teoría política que la predica, los
sucesos de Grecia nos dicen claro y alto que la democracia representativa ha
muerto. El sistema político en que vivimos no puede ser llamado ya democracia.
Se trata de una plutocracia, aquella forma de gobierno que ostentan los más
ricos y poderosos. El uso preciso del lenguaje es necesario en el juego
político y no podemos seguir llamando democracia al sistema político en el que
ha tenido lugar la debacle helena.
No
se trata ya de que una plutocracia tenga lugar con apariencia de democracia. No
es simplemente que los gobernantes elegidos democráticamente estén, en
realidad, al servicio de los más poderosos. Todos sabemos que la democracia
representativa funciona así; con resignación hablamos del sistema “menos malo”.
Se trata de algo diferente: quienes toman las decisiones políticas en Grecia no
son los gobernantes democráticamente elegidos, sino instituciones
internacionales financieras y representantes políticos de otros países que
(ahora sí) habiendo sido elegidos por sus pueblos han tomado decisiones al
servicio de los más ricos y poderosos, como los rescates bancarios y la compra
de la deuda privada con dinero público. Los Parlamentos únicamente deben
sancionar las decisiones tomadas por los dictadores, al estilo de los tan
carpetovetónicos Procuradores en Cortes.
Si
cuando (como en la España del 36 o Chile en el 73) fuerzas transformadoras
llegan al poder mediante la democracia representativa y las clases poderosas
cuyos intereses peligran instigan golpes de Estado y acaban con el sistema
democrático, las llamamos dictaduras y las condenamos, debemos ser consecuentes
y dejar de hablar de democracia en Europa, para pasar a denominarlo
Plutocracia. Vivimos en una Plutocracia financiera. Ése es el sistema político
en que vivimos. Por lo tanto, la elección democrática de nuestros gobernantes
es inútil. O bien pasamos a elegir directamente a los directivos de las
instituciones financieras internacionales (para que la plutocracia vuelva a
tener apariencia democrática) o bien, simplemente, aceptamos que la plutocracia
es una forma de dictadura que no ejercen los militares fascistas, sino hombres
y mujeres políglotas que huelen bien y sonríen a las cámaras.
“Dictadura
plutocrática” podría también ser un nombre para el sistema en que vivimos.
Las
palabras son muy importantes. Durante el franquismo se luchaba contra la
dictadura. El término concitaba consensos, simpatías hacia sus detractores, la
gente hacía guiños en los bares cuando se musitaba “pe… ce… e…”. Al llegar la
democracia, la población se desmovilizó; las instituciones pasaron de ser
corruptas e incompetentes a estar al servicio del pueblo; los simpáticos
“chicarrones del Norte” se convirtieron en sanguinarios terroristas, hasta que
vimos “Allí abajo” y volvieron a ser humanos; la Guardia Civil dejó de causar
terror entre la población y pasó a
generarlo entre los conductores. Con el tiempo, ser de izquierdas dejó de estar
de moda, los rojos pasaron a ser trasnochados; los marxistas, antidemócratas; y
Franco, un señor bajito que vivió hace mucho tiempo. Los términos cambiaron. Ya
no se hablaba de dictadura, sino de democracia.
Se
trata del viejo debate entre realismo y nominalismo. En política prima el
nominalismo, es decir: llamamos a cada cosa conforme a una convención, no
porque necesariamente el nombre coincida con lo que describe. De modo que
“democracia” no es algo que llegamos a decir porque vemos que en la realidad se
cumplen las condiciones de su definición, sino que ajustamos las condiciones
que debe cumplir el término a la realidad en que lo utilizamos. De modo que,
nos dicen los plutócratas, vivimos en una democracia, sea como fuere.
Ahora
soportamos la dictadura plutocrática en que vivimos porque se llama democracia,
y esa palabra está cargada de connotaciones positivas (libertad, prosperidad,
vacaciones, escaparates, juventud, pasta de dientes) y tiene fuerza
legitimadora. Pero no es real. No se dan las condiciones de la democracia en la
realidad. Cierto es que no se daban ya antes de los acontecimientos griegos. En
España, por ejemplo, no vivíamos en una democracia política por varios motivos,
entre lo que cabe destacar el hecho de que la jefatura del Estado no es elegida
democráticamente por los ciudadanos, o el hecho de que la ley electoral hace
que unos votos valgan más que otros; situaciones ambas radicalmente
antidemocráticas.
Pero
se daban otras condiciones de la democracia representativa, la más importante
de las cuales era que el Parlamento era elegido por el pueblo y que, a su vez,
elegía un Gobierno que tomaba decisiones. Esta condición acaba de desaparecer.
Sencillamente ya no es así. Quienes gobiernan Grecia están fuera de este
sistema, ni es el Gobierno, ni el Parlamento, ni el pueblo. Por muy
nominalistas que nos pongamos, es imposible seguir con la farsa. La democracia
representativa ha muerto y vivimos en una plutocracia financiera, una dictadura
plutocrática, o como queramos llamarlo: pongámonos de acuerdo en el nombre.
Pero hay que dejar de hablar de democracia.
De
modo que repitan cada día delante del espejo: “Esto no es una democracia, es
una dictadura. Esto no es una democracia, es una dictadura”. Al principio les
sorprenderá. ¿Qué barbaridad estoy diciendo? Es posible que, más tarde, sientan
temor, una especie de vértigo. Es posible que miren a derecha e izquierda, por
si alguien está escuchando cómo repiten la salmodia herética. Pero al final
acabarán dándose cuenta de que es la pura verdad. ¿No es preferible mirar la
verdad de frente que conformarnos con la propaganda política de los tertulianos
en los mass media?
Resulta
cuando menos irónico que la izquierda española reproduzca la tragicomedia del
desencuentro, que los llevará a morir electoralmente en la tesitura de los dos
conejos (¿son galgos o son podencos?), cuando ya no tiene sentido llegar al
gobierno, porque no van a decidir nada. ¡No se apuren tanto, señores Iglesias y
Garzón! Ahora mismo el valor de sus escaños en el Parlamento Europeo es igual
que el de los que alcanzarán en el Parlamento español: Cero.
Porque
esto no es una democracia. Es una dictadura.
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