¿A CUÁNTO VA
HOY EL KILO DE DEMOCRACIA?
POR ÁNGEL ESCARPA SANZ
Por Ángel Escarpa Sanz
Nos negamos desde ya a seguir trabajando de extras en esta mala comedia, esta
horrible película, en la que los pueblos nos llevamos todos los salivazos y
siempre somos los perdedores. Veo esta imagen –joven apaleada por la policía en
concentración en Zaragoza contra “ley mordaza”-, leo de una fuerte sanción […]
Nos negamos
desde ya a seguir trabajando de extras en esta mala comedia, esta horrible
película, en la que los pueblos nos llevamos todos los salivazos y siempre
somos los perdedores.
Veo esta imagen
–joven apaleada por la policía en concentración en Zaragoza contra “ley
mordaza”-, leo de una fuerte sanción a otra por llevar una camiseta donde se
lee ACAB, y me pregunto cuánto tardarán aún en golpear esa puerta para llevarme
detenido por lo que hoy escribo aquí.
Leo, veo, salgo
a la calle, escucho…y no ceso en preguntarme cuándo, en qué momento preciso un
pueblo empieza a asociar determinadas imágenes con las de aquella vieja
película en la que el hombrecillo judío veía embadurnadas las lunas de su
barbería con unos imponentes jew (judío), escritos a brocha por la policía
nazi.
En qué momento
se me citará para declarar, a propósito de haber firmado aquí y allá, contra
esto y aquello, por aparecer en esas fotos junto a éste y aquel, como les
ocurrió a aquellos intelectuales de Hollywood que eran “invitados” a declarar
-de 10 en 10- en la “caza de brujas” de Mccarthy.
En qué momento
preciso un pueblo detecta que está siendo gobernado por los Himmler, los
Stroessner, los Videlas y los Pinochet del pasado, mientras nuestras vidas se
ven amenazadas por las mismas escuadras de la muerte de las bestias con pistola
mandadas por Martín Villa, García Carrés, Somoza o Leónidas Trujillo.
En qué momento
iremos a pasear por el amable césped de un campus universitario y veremos esa
facultad tomada de nuevo por los mismos antidisturbios de ayer en la dictadura,
esta vez llamados por el rector de de la universidad, ante el bloqueo de sus
puertas por unos jóvenes universitarios en huelga que ven cómo el hijo del
obrero se queda en la calle, sin acceso a ésta y sin un trabajo al que
incorporarse, debido a la subida de las tasas universitarias.
En qué momento
reconoceremos a la dictadura, cuando un obrero que participa en un piquete de
huelga es procesado, encarcelado o sancionado; cuando no yaciendo sobre una
losa de piedra en una morgue, asesinado por las fuerzas de orden público, como
fue el caso del sindicalista Pedro Patiño.
¿Tendremos que
esperar aún mucho para ver de nuevo los libros, como en el pasado, prohibidos,
reducidos a cenizas, secuestrados por la administración y el librero y el
editor sancionados por difundirlos?
El fútbol
representa la derrota de la humanidad, con aquellos 22 hombres disputándose la
pelota en un estadio, viene a decirnos Manuel Rivas en su último libro, Las
voces bajas.
En qué momento
se reconoce en un gobierno al déspota despiadado, si por manifestar libremente
tus ideas o por participar en un escrache eres apaleado, sancionado y vejado,
mientras en los estadios de fútbol se vitorea a los millonarios de este
deporte, para escarnio de la humanidad, mientras se desmorona todo un mundo de
conquistas sociales.
¿Tendremos que
esperar a que los trenes de los deportados pasen de nuevo por nuestros campos,
delante de nuestras puertas y camino de los campos de exterminio, para
abandonar el confort, la rutina, o la ruina en que convirtieron nuestras vidas?
¿O diremos, como aquellos alemanes del pasado, que nunca oímos nada, nunca
olimos a carne quemada, nunca echamos de menos al vecino desaparecido en la
noche?
¿Tendremos que
esperar a ver y oír de nuevo, cuando quizás ya sea tarde, en los noticieros las
viejas canciones guerreras y patrióticas del pasado, las grandes
concentraciones de masas cargadas con fusiles y con el libro Mein Kamp en la
mochila, como en los fastuosos documentales de Leni Riefenstahl, para decir
basta?
¿Tendremos que
ver de nuevo mujeres rapadas al cero en la cola del súper, chiquillos descalzos
camino de la escuela, intelectuales depurados haciendo cola por un plato de
comida en cualquier institución benéfica, militares honestos procesados por
rebelarse contra sus mandos por las penurias que atraviesa el pueblo?
Introduzco un
dedo imaginario en una de esas innumerables llagas que las guerras dejaron tras
de sí en los muros de esas ciudades del mundo por las que viajé, y me pregunto:
¿Cuándo saldrá de los vientres de nuestras mujeres una raza de hombres que
hagan imposibles las guerras, los tiranos, el hambre; que destierren de una vez
para siempre de nuestro planeta la explotación humana, la corrupción, las
grandes diferencias entre unos y otros que permiten que, en tanto hasta estas
costas nuestras llegan yates, trasatlánticos llenos de gente en busca de lo
exótico; una playa donde hacer sus necesidades -que no el amor- con una joven
prostituta arrastrada hasta aquí por la miseria latente en su país, a escasos
metros del puerto de la ciudad donde vivo y donde una mujer saharaui clama en
huelga de hambre por justicia para su hijo –asesinado en los territorios
ocupados por Marruecos- y para ese pueblo al que le niegan la tierra y la
identidad, ni más ni menos que lo que le niegan al pueblo palestino, en la
misma situación.
Cuándo se
colmará la copa de infamia de los pueblos y éstos tomarán, de una vez por
todas, calles, plazas, caminos, talleres, campos, almacenes, mercados, templos,
playas…para decir ¡basta!
Para cuándo
educar a los pueblos en el respeto hacia el medio ambiente, hacia la
diversidad, hacia la cooperación, hacia un mundo de solidaridad, en lugar de
inducirlos al consumo, al beneficio, en tanto se criminaliza la protesta aquí y
allá y ruedan por tierra los cuerpos de los que se resisten a ser reclutados en
las filas de ese “mundo feliz” que otros diseñan para nosotros, abatidos por
las porras de los esbirros del déspota de turno.
Los
terroristas, los radicales no son los que se enfrentan a los años de cárcel por
llevar en la mochila elementos con los que se podría armar un artefacto para
atentar…, no son los que ruedan por el suelo, bajo los golpes de los matones
con chapa y escafandra; los terroristas son aquellos que nos trajeron hasta
aquí. Los que nos arrojaron a este mundo salvaje de depredadores y depredados,
a este “corralito” sin otra ley que la del más fuerte.
Nos quieren de
rodillas ante los mercados.
A los pueblos
no se les gobierna con porras, si no con políticas basadas en la solidaridad;
con el pueblo, no contra el pueblo; no mirando a la meca del beneficio.
Si el siglo XX
se caracterizó por ser el siglo de los generales, el de los bancos y el de los
reyes y las princesas; el de los mercaderes y las cosas, el siglo XXI debiera
ser el de los pueblos. La vida no está entre los números y bajo las bóvedas de
las cajas de caudales de los bancos.
Si no nos
rebelamos hoy contra este estado de cosas, ¿para cuándo dejarlo?
Ángel Escarpa
Sanz
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