Los canarios y canarias llevamos
rebelándonos contra la colonización orquestada por la trasnochada monarquía
medieval española desde el año 1402, primer asentamiento de los invasores en el
Rubicón (Lanzarote), resistencia que se ha extendido desde esa fatídica fecha
hasta la actualidad durante seis cientos once (611) años.
Tyterroygacat o Tyte (Lanzarote) fue
sometida por el normando Jean de Bethencourt, al servicio del rey castellano Enrique III, al que besó la
mano, según narra Marín de Cubas, que lo dejó en libertad, habiendo sido
condenado, previa acusación y demanda de los ingleses, genoveses y placentinos
de que era pirata; habiendo robado en tal paraje tantos navíos y hecho graves,
y echado a fondo tres, fue preso en el Puerto de Santa María y el navío
embargado con todos sus pertrechos. Según cuenta el mismo Bethencourt en el
libro “Le Canarien” el sometimiento de Lanzarote costó mucho trabajo y grandes
esfuerzos, pese a que los mercenarios estaban fuertemente armados y los
lanzaroteños se defendían con piedras y palos, a los que les hacían “fuertes
guerras”, según reconocen los normandos, para robarles cebada, higos, carne (de
oveja y de cabra) y pescado. Después de
volver a Normandía Bethencourt dejó como gobernador de las islas a su pariente
Maciot (todavía existe en Lanzarote una aldea con este nombre de triste
recuerdo) o Mathieu de Bethencourt. De Enrique de Bethencourt, probablemente
hermano de Maciot, nada más sabemos. Guillén de Bethencourt, que ejerció como
teniente de Lanzarote en 1403, fue heróicamente ajusticiado por los
lanzaroteños, para honra de todos ellos y orgullo de todos nosotros.
En Maxorata (Fuerteventura) no tuvieron
mejor suerte, según descripción de los propios normandos, que reconocen estar no
sólo armados sino también artillados y que ellos (los mahoreros) no tienen
ninguna armadura y no pueden defenderse más que con piedras y con lanzas de
madera sin hierro, con que hacían mucho daño, porque son dispuestos y prestos.
Los invasores se informaron sobre la situación político-administrativa de la
isla, llegando a la conclusión de que estaba debilitada por enfrentamientos
internos, lo que aprovecharon para declararles la guerra. La división de
nuestro pueblo ha sido sistemáticamente auspiciada por el colonialismo para
mantenernos cautivos, lo que nos demuestra que la lucha tenaz por la unión de
nuestras fuerzas es la principal herramienta libertaria de la que disponemos.
A los gomeros les cabe el orgullo de que la
isla nunca fue conquistada o más apropiadamente sometida, pues conquistada no
ha sido ninguna, dado que todavía hay rebeldía y la habrá hasta librarnos del
yugo colonial español. No existe ningún tratado que España pueda exibir sobre
el aherrojamiento de la Gomera, por lo que ni siquiera en la Organización de
las Naciones Unidas (ONU) existe un sólo documento que lo avale, motivo por el
cual la Gomera no figura en la ONU como territorio español ¡Vivan los
aguerridos gomeros!
En el año 1419 cuando el mercenario Jean de
Bethencourt se dirigió al Hierro, un aciago 30 de Noviembre, procedente de la
Gomera, fueron recibidos con alegría, entre cantos y bailes. Cuando el corsario
fondeó sus navíos los incautos bimbaches llenaron las barcas, queriendo visitar
los bajeles. Las denominados cristianos dejaron que se llenasen las barcas y
los botes. A todos los llevaron a Lanzarote, desde donde los enviaron a los
mercados de esclavos y los vendieron. Bethencourt intentó repetir el engaño al
año siguiente con la intención de proveerse de otra remesa de esclavos, pero al
negarse a embarcar a los ancianos, pues los bimbaches intentaban reunirse con
sus familiares transportados el año anterior, sospecharon de la buena fe de los
esclavistas así como de su divinidad. Uno de los ancianos sugirió a su hija que
abandonase el barco, mientras un corsario encandilado con su hermosura intentó
retenerla, por lo que el padre le rompió la cabeza con un palo (al corsario).
La abundante sangría producida convenció a los bimbaches de que eran humanos y
no divinos, además descubrieron que no eran sus amigos, como transmitía la
leyenda recogida por Torriani mediante la cual un bimbache llamado Jone predijo
que, después que él mismo se hubiese vuelto ceniza, vendría por mar, vestido de
blanco, el verdadero Eraoranhan, a quien debían de creer y obedecer. Al cabo de
cien años lo hallaron hecho cenizas en la fosa mortuoria y a los pocos meses
aparecieron los piratas, que, desgraciadamente, confundió a los bimbaches. Al
descubrir el engaño los enfrentaron valientemente, frustando la salvaje
operación. Los valientes y aguerridos bimbaches frenaron los desmanes de los
mercenarios que en nombre del cristianismo invadieron la isla, pues según el
historiador al servicio del colonialismo Abreu Galindo ajusticiaron al capitán
Lázaro, encargado por Bethencourt de someter a los herreños, siendo necesario
nuevas racias para controlar la insumisión.
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