COVADONGA GARCÍA: MATERIAL SENSIBLE,
por Daniel María
No dejes de creer que las palabras y la poesía sí pueden cambiar el
mundo.
Walt Whitman
Este primer poemario de Covadonga
García está repleto de destellos que preludian una poeta necesaria. Es
absolutamente natural que entre los 17 y los 19 años la obra de un autor tenga
por delante el porvenir, que siempre es un plus a su favor. Es natural que
todos deseemos quemar lo escrito a esas edades y, por ello, lo insólito de Metáforas y otros efectos (Ed. Aguere y
Ed. Idea, 2012) es que podamos asistir al taller de una poeta que comienza a
explorar, a preguntarse y, sobre todo, a intentar responder ahora las
cuestiones que continuará formulándose siempre.
La desnudez joven es bella, pero
compleja. Desnudar el alma tan pronto confiere amor por la búsqueda y amor
irrefrenable, inevitable (como escribió la autora) por la escritura, por la
palabra cuando es poesía. Y aún no me
dolías es otro final de poema que no acabará nunca. El dolor siempre será
poema, incluso cuando no se ha producido, es como un cuchillo lanzado, una nube
antes de llover, cargada de agua, suspendida en el aire. Es por eso que escribe
la autora lo siguiente: Que duerman los
demonios que habitan en mi alma. Esos demonios no mueren, solo caen
dormidos, y cuando dejan de soñar nos atormentan.
Covadonga García reacciona ante la
vida a través de una escritura en tránsito, una poesía verdadera, pero
consciente de sí misma, porque, como escribió la autora, La verdad tardía no es honesta. Esta exploración es a veces directa
(el poema titulado Lo que para mí es el
amor) y otras veces profunda y lírica (Cuando
mi pecho encierra serpentinas). En ambas hay capacidad de oficio. También
cuando decide denunciar el conformismo y el abuso de poder que, al unirse, aceleran
la involución de este mundo que puede cambiar gracias a la poesía (volvemos a
Whitman).
La segunda parte del libro, titulada Otros efectos, es la disertación
desbocada de muchos sentimientos que el verso contenía, pero que aquí, en el
esplendor de la prosa, se extiende hasta saciar el desahogo. Recuperamos al
padre, figura que ya había aparecido en la primera parte, para centrarnos en los
días del héroe. La otra cara de la lluvia
alberga uno de los pasajes más bellos y sensibles del libro. Porque la lluvia
merece que no la evitemos, que nos llore encima. Sueño de amor ofrece una visión del verbo amar tan sincera como
idealista; puede servir esta entrega como una biografía de la emoción.
La poesía también es reflexión y
Covadonga García acude a ella para establecer que No conocer las cosas nos permite conocerlas. O también lo
siguiente: Ahora sé que es verdadero y lo
verdadero, una trampa. Actúan estos fogonazos espirituales como
reescrituras de una versión íntima del Tao
Te King, uno de los libros sagrados de la humanidad, que permite contar una
anécdota que resulta pura poesía y que ahora compartiré. Según cuentan, los
versos del Tao Te King fueron
escritos en cañas de bambú y un día esas cañas cayeron al suelo, mezclándose
unas con otras. Intentaron clasificar los versos, pero nunca se consiguió el
orden original. Por tal motivo solo las almas sabias pueden establecer el
principio, el equilibrio natural de las palabras. En esa ocupación, tan ardua
como bella, se puede hacer la vida. Quizás Covadonga lo esté intentando. Deseo
que lo logre.
Pero todos los caminos conducen al
amor, aunque digamos Roma por darle la vuelta a las palabras, y siempre llega
el momento del temor a la pérdida: No me
sueltas, haz de este instante un héroe inmortal que guarde las sensaciones más
hermosas. Es decir, que el tiempo perdure, que el tiempo sea cobijo donde
refugiar al otro; y la belleza sea sensación, que se la pueda sentir. A veces la
inmortalidad son dos en una bañera, dos que desean amarse o uno que espera al
otro.
Y puede ser que nuestra autora haya
firmado un pacto de amor con la hermosura,
como escribiera Pablo Neruda, cuya poesía late en este libro no ya como lectura
de cabecera, sino como esa luz de las lámparas en las mesitas de noche, que
dejan en penumbra las esquinas de la habitación, allí donde duermen los
demonios su canción desesperada. Entonces la poesía es palabra y silencio;
vuelve a ser escritura, y el poeta se levanta para plasmar el momento, para no
dejarlo escapar, para que el momento tampoco se olvide de él. Y si la fortuna
es el cuerpo de su amada, posará sobre su vientre el cuaderno para, apoyado así
el papel sobre su ombligo, esa señal de que una vez tuvimos vida, atrapar el
instante, reñir con la muerte, que todo lo quiere destruir, y hacer eternidad
con un poema, que no es otra cosa que distancia y tiempo.
Me aventuro a afirmar que para
Covadonga García la poesía es, como aparece en la carta de amor que cierra su
libro: El compromiso que pongo en lo
cotidiano. Dicho compromiso ya es público, es una promesa que la escritora
nos ha hecho, se trata de un poemario luminoso y meditado, una voz enamorada, un
material sensible, como los parques cuando se quedan solos y comienzan a
extrañar los cuerpos sobre la hierba. Suerte que la noche tiene sus propias
metáforas, sus propios efectos, y siempre hay una carta que leer para sentirse
amado.
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