INCURIA
José
Rivero Vivas
El acto
de promoción de un libro suele ser edificante, proporciona estímulo, templa el
espíritu y halaga. Con todo, hay a quien no sienta bien su naturaleza, por
conciencia de extraño a cuanto de gratificante pueda aportarle su efímero
protagonismo.
Acompañado quizá de este resquemor,
que en sí lo oprime y agobia, la enseñanza mundana repite, en eco atroz, el
deseo dispar, carente de envidia, en la emoción compartida y el encanto
desgajado de la utopía, ciento por ciento en oración perdida tras los meandros
de su discurso, por más que, en la aceleración del medio hallado, quiera el
creador entrar a dirimir su objetivo, engalanado con adornos fortuitos en el
cuadro de los eventos desarrollados. Por ello, es posible que el actor vaya de
cabeza al centro de su recalcitrante insistencia, causa por la cual no
encuentra respuesta positiva a su denodado esfuerzo, pese a no ser realizado en
persecución de un hecho primoroso, digno de aplauso, premio y encomio.
En la constatación, por tanto, de lo
dificultoso que para unos adviene su trayectoria, prima el triunfo apoteósico
cosechado por otros, lo cual lo induce a cuestionar cuál será el quid del éxito
clamoroso de aquellos, así como el estrepitoso fracaso de quien no obtiene
salvoconducto que avale su expedición en estos derroteros, con independencia de
quien sea el desventurado y quien el individuo ungido por dedos de la suerte. Su
persistencia en este menester nos lleva a recordar aquellas palabras de
Cervantes: “Yo que me afano en ser poeta…”
Obstinarse, pues, en esta tarea, cuando
uno no ha recibido el don de la escritura, es actividad improcedente abocada al
abismo. Sin embargo, la persona tomada de necesidad expansiva, mediante la cual
vierte al exterior su adentro enfebrecido, persevera en este quehacer, aun
cuando su resultado continúe bajo signo adverso y numen ignorado. Tanta obcecación,
aun mesurada, es susceptible de no alcanzar entendimiento en una población
ensoberbecida en su capacidad de juicio y estima.
Despojado el ser del furor de
juventud, su aliento carece de sintonía con la gesta cotidiana y de suma
actualidad; de modo que su expresión adolece de formas y conceptos impropios
del momento. De hecho, en temas de
vívido presente, su lenguaje nace alejado de la orientación en boga y abunda en
formas arcaicas en su misma esencia, aun cuando en su periferia luzca pleno de vocablos
y modismos al uso. El espíritu de su letra, empero, fluctúa a distancia remota
de los lindes establecidos por la norma imperante en el cómputo de los días del
siglo en curso. Aun así, no deja de ser una futesa que, por edad, su testimonio
de la época implique descalificación.
Lo cierto es que, después de años en esta labor comprometido, ¿quién
detiene la enorme escalada hacia la cima inmarcesible? He aquí el dilema que
confunde a quien ha pasado su vida en seguimiento de amena y activa conclusión,
dentro de la catalogación del buen decir. No obstante, jamás logra una mirada
de atención por parte de esos seres superiores, inmersos en su torre de marfil,
cuyo juicio de valor propicia la colocación del afortunado escritor en la
plataforma que lo catapulta a nivel plausible dentro del marco de la historia
No sucede
la aspiración cual de antemano ha sido concebida y anhelada, con lo que, al
cabo, desfallece el autor, acaso cohibido por la fama de quien le precede, al
tiempo que se siente consternado ante el éxito que el destino depara a quien
arriba después; de esta forma descubre el avance en crescendo hacia esa meta
para él negada. Palpitante y atento, sumergido en la luz, cuyo tenue resplandor
apenas lo identifica, pronto captará la alharaca montada en torno de selectivo
galardón, en espera de superar el flaco augurio de aquel que promueve su
elegido contingente con el que trata de inocular limpia energía al agente
precoz de eficiencia sin límites.
Puede que esta circunstancia, evidentemente
desfavorable, lo auxilie en su toma de conciencia hasta llegar a persuadirle sugerente
deriva hacia la nada consecuente en su futura partida; con ello, la incursión a
efectuar, frente al obstáculo infranqueable, realzado por la sordera e
insensibilidad de quienes vaticinan la categoría del producto sometido a examen,
permanece encauzada en el desinterés general que su obra despierta en un
entorno de suyo enajenado.
Esta mengua, respecto de su creatividad, puesta de relieve sobre
el tapete de los discretos auspicios, no debe ser considerada amarga queja ni
constreñido lamento. Se trata simplemente de ansias de señalar lo erróneo de
una sentencia, secreta y autorizada, pronunciada tras el impulso demoledor de
un aleve proceso infecundo, introducido en escena merced a la apatía de una
sociedad, indolente y pasiva, anclada en su cerrazón, anímica y sensorial, al
tiempo de presumir de abierta hacia corrientes extremas, de índole foránea,
presuntamente elitistas.
José
Rivero Vivas
San
Andrés, abril de 2012
_____________
No hay comentarios:
Publicar un comentario