jueves, 3 de mayo de 2012

EL CONCEPTO DE OPINIÓN PÚBLICA por Eduardo Sanguinetti, Filósofo



EL CONCEPTO DE OPINIÓN PÚBLICA
Eduardo Sanguinetti, Filósofo

A pesar de sus muchas significaciones, el concepto de opinión pública es aceptado amplia y positivamente. El de opinión en general, transmitido desde Platón por la filosofía, está libre de toda valoración en cuanto que en su consecuencia pueden las opiniones ser falsas o correctas. A ambos se enfrenta la representación, frecuentemente vinculada con el concepto de prejuicio, de las opiniones patógenas o demenciales.

Según esta sencilla bisección habrá de un lado algo así como opiniones previsibles: normales y por otro lado las de naturaleza extremada, excéntrica, extravagante.

En América, por ejemplo, los pareceres de ciertos dispersos grupos fascistas son tenidos por pareceres en un lunatic fringe, de un borde enloquecido de la sociedad. Sus panfletos, entre cuyo bagaje intelectual cuentan, a pesar de cualquier refutación, los asesinatos rituales y los protocolos de los Sabios de Sión, pasan por “histriónicos”. De hecho, apenas puede ser pasado por alto en tales producciones un momento de extravío, que es precisamente el fermento de su eficacia.

No sólo es por demás dudosa la suposición de que lo normal es de antemano verdadero y falso lo divergente, suposición que glorifica la mera opinión, a saber, la dominante, la que no es capaz de pensar lo verdadero de una manera distinta a como todos lo piensan. Sino que la opinión infectada, las deformaciones del prejuicio, del rumor, de la demencia colectiva, tal y como crecen a través de la historia, a través sobre todo de los movimientos de masas, no pueden ser en absoluto separadas del concepto de opinión.

Resultaría difícil decidir a priori lo que ha de contarse entre aquéllas y lo que a éste pertenece; la historia contiene también potencial para, por medio de su decurso, verificar como razonables pareceres desmayados, aislados desesperadamente, o para permitir que lleguen, aunque absurdos, a convertirse en dominantes. Pero además, por encima de todo, la opinión infectada, lo deformado y maniático de las ideas colectivas resulta de la dinámica del concepto mismo de opinión, en el que afinca a su vez la dinámica real de la sociedad, la cual produce necesariamente tales opiniones, tal falsa consciencia. Y si no queremos desde su comienzo condenar la resistencia en contra a una inocuidad sin amparo, tendremos que descifrar en las normales la tendencia a opiniones infectadas.

Opinión es la posición, siempre acotada en cuanto válida, de una consciencia subjetiva, restringida en su contenido de verdad. La figura de tal opinión puede parecer realmente anodina.

Cierto que el individuo puede ejercer reflexión en sus opiniones y guardarse de hipostasiarlas. Pero la misma categoría de opinión, en cuanto un grado objetivo del espíritu, está blindada contra dicha reflexión. Lo cual nos remite a simples componentes fácticos de la psicología individual.

Todo pensamiento es una exageración, en cuanto que cada pensamiento, que lo es en realidad, apunta más allá de su rescate por medio de hechos dados. En esta diferencia entre pensamiento y rescate anida el potencial de la verdad tanto como el de la demencia.

No hay criterios aisladamente sucintos, absolutamente fidedignos; la decisión se falla sólo a través de una ensambladura de complejas mediaciones.

La opacidad del mundo aumenta manifiestamente para la consciencia ingenua, mientras de suyo se va haciendo más transparente en tantas cosas. Su predominio, que impide traspasar la delgada fachada, refuerza dicha ingenuidad en lugar de hacerla decrecer, como quisiera la candorosa fe en la cultura. Pero de aquello que no alcanza el conocimiento se enseñorea la opinión como su sucedáneo.

La fuerza de resistencia de la mera opinión se aclara por su rendimiento psíquico. Por medio de las aclaraciones que ofrece puede ordenarse sin contradicciones la realidad más contradictoria, y sin fatigarse por ello demasiado. A lo cual se añade la complacencia narcisista, que la opinión patentizada otorga al corroborar a sus partidarios en que, habiendo sabido de ella desde siempre, pertenecen al círculo sapiente. La confianza en sí mismos de los que opinan sin vacilaciones se siente embrujada contra cualquier juicio divergente y contrario. Las opiniones infectadas cumplen mucho mejor su rendimiento psíquico que las supuestamente sanas.

El desmenuzamiento de la verdad por medio de la opinión, junto con toda la ignominia que en sí envuelve, remite a lo que ocurre forzosamente, y en modo alguno como aberración revocable, con la misma idea de la verdad.

Recientemente se trincha de una manera oscurantista la aporía del concepto objetivo de razón. Puesto que no puede establecerse absolutamente como un acto de administración inmediata, lo que es verdad y lo que es opinión, se niega sin más su diferencia a favor de una gloria más alta de esta última.

La fusión de escepticismo y dogma, de la que ya Kant se había percatado y cuya tradición podría perseguirse retrospectivamente hasta los comienzos del pensamiento burgués, celebra alborozada su antiguo asiento en una sociedad, que ha de temblar ante su propia razón, ya que no es razón ella misma todavía. Por eso se ha consagrado la fórmula de la fe en la razón.

Puesto que cada juicio exige que el sujeto acepte lo enjuiciado, que crea en ello por tanto, la diferencia entre mera opinión o fe y juicio fundamentado será inválida por completo. Quien se comporte racionalmente creerá en la ratio, igual que el irracional cree en su dogma.

Por eso, la confesión dogmática respecto de algo supuestamente revelado poseerá el mismo contenido de verdad que el conocimiento que se ha emancipado del dogma.

La mentira de la tesis se esconde en su índole abstracta. Fe es en uno y otro caso algo enteramente diverso: en el dogma, un fijarse en proposiciones que van contra la razón o son incompatibles con ella; en la razón, no otra cosa que la obligación a un modo de comportamiento del espíritu, que no se interrumpe o anula violentamente, sino que prosigue con determinación su movimiento en la negación de la opinión falsa.

No se puede subsumir a la razón bajo ningún concepto general de opinión o de fe. La razón tiene su contenido específico en la crítica de lo que cae bajo esas categorías y en la crítica de lo que a ellas vincula.





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